Un Verdi con poca intensidad dramática

Dieciséis años después del monumental escándalo provocado por el montaje de Calixto Bieito ambientado en la España de la Transición —la imagen inicial de una fila de conspiradores sentados en tazas de wáter en los lavabos del Parlamento dio la vuelta al mundo—, Un ballo in maschera vuelve al Liceo en un elegante pero anodino montaje, sin garra teatral ni intensidad dramática, que inauguró la temporada en una velada salvada por la fabulosa actuación del tenor Piotr Beczala y el barítono Carlos Álvarez, bajo la certera dirección musical de Renato Palumbo.

Como cita inaugural, la tensión del procès pasó factura con la ausencia de pesos pesados de la política catalana y española y del sector empresarial. Situación comprensible con la que está cayendo, pero no por ello menos preocupante. Curiosamente, el azar ha colocado en la agenda liceísta una genial ópera de Giuseppe Verdi que plasma un historia de amores imposibles en un trama de conspiraciones políticas y violencia.

De hecho, la autoridad de mayor rango no estaba en la sala sino en el escenario, en la piel del personaje estelar, Riccardo, gobernador de Boston en el drama verdiano; en la versión original el protagonista era el rey Gustavo III de Suecia, pero el asesinato de un monarca en escena estaba prohibido y la censura impuso el cambio.

Reinaron en el escenario Beczala y Álvarez, con una vocalidad radiante, a años luz por calidad y relieve del resto del reparto; el tenor polaco es hoy en día un Riccardo de referencia por su impecable línea y el control de unos medios líricos que a veces fuerza en los momentos de mayor peso dramático, pero sin perder belleza y luminosidad en los agudos.

A su lado, el barítono malagueño recrea con ricos matices, nobleza en el fraseo e impresionante presencia escénica el lucido papel de Renato, ideal para sus cualidades vocales. Valiente y entregada, pero de discreto nivel, la Amelia de Keri Alkema; decepcionante Dolora Zajick con una muy irregular Ulrica y con gracia y virtuosismo el Oscar de la soprano Elena Sánchez Pereg. El tándem formado por el director de escena Vincent Boussard y el diseñador de moda Christian Lacroix, responsable del lujoso vestuario, desperdicia, por pura falta de vida teatral, muchas situaciones dramáticas concebidas por Verdi con nervio y fuerza musical implacable. El montaje, una producción del Capitole de Toulousse estrenada hace tres años, tiene adecuados tintes tenebrosos, pero hay más decoración de pasarela de moda que alma teatral, con un desfile de personajes, vestidos con lujo y elegancia que aburren por falta de tensión.

Menos mal que el sólido oficio y el dominio del estilo verdiano de Renato Palumbo impone en el foso un discurso orquestal enérgico, bien contrastado en las aristas violentas del drama y elegante a la hora de subrayar el apasionado lirismo que ilumina la partitura. Y la orquesta, cómoda y segura bajo su dirección, ofreció una muy notable actuación, al igual que el coro, con matices sutiles desde su primera intervención al brillo del último cuadro ambientado en un salón presidido por una gigantesca lámpara de lágrimas.