Jesús con otras palabras: un profeta tosco y radical
La traducción de Roser Homar del Evangelio de Mateo propone alternativas léxicas a fórmulas que tenemos inconscientemente interiorizadas y logra así una lectura no interferida por nuestra memoria


¿Se puede leer el Evangelio como si fuese un clásico grecolatino? Un texto tan trascendente, que ha construido el lenguaje, imaginario y moral, de una civilización, ¿puede interiorizarse desechando todas las capas de interpretación estética y doctrinal acumuladas? No es una cuestión primariamente filológica. El desafío no es leer las mismas palabras que a finales del primer siglo de nuestra era escucharon quienes primero atendieron ese compendio de instrucciones articuladas en torno a una narración biográfica que es tan esquemática como perturbadora. Lo que parece imposible es evitar el establecimiento de conexiones permanentes entre tantos fragmentos que conservamos en la memoria, decenas de frases hechas que forman parte de nuestra expresión cotidiana o las imágenes y la retórica que se ha ido actualizando y que aún son mecanismos que usamos para descodificar nuestro mundo presente. No hay manera. Regresas a ese versículo que te muestra a Jesús andando sobre las aguas y de repente escuchas desde la ultratumba a Cohen cantando al pescador en “Suzanne”. Y no es solo lo obvio porque se recicla el pasaje. Cuando Jesús describe a los apóstoles la devastación que llegará, como un profeta del apocalipsis, de repente resuena en la enumeración de esas catástrofes que pronto van a producirse, casi sin querer, el recurso oratorio que convirtió al primer Dylan en profeta de la contemporaneidad. El Evangelio no está en nuestro ADN, pero casi.
Pues bien, esta edición propone una lectura no interferida por nuestra memoria. La consigue en una de las dos lecturas que ofrece, replicando la fórmula de la colección Clásicos Liberados.
Me referiré primero a la lectura digamos enciclopédica. En esta se amplifica la relevancia civilizatoria del texto al mostrar una selección de esas capas que hacen del Evangelio un texto seminal que nunca ha dejado de dar frutos. Su legado ha estado y está en todas partes. En las ilustraciones explícita o implícitamente relacionadas con un versículo, hasta un anuncio de Benetton sobre un agonizante enfermo de sida, o al reproducir distintas manifestaciones artísticas de Cristo crucificado, incluido al bueno de Ronald McDonald sin Big Mac y reconvertido en un transgresor crucificado. O esa relevancia fundacional se extiende al descubrirnos, en notas en los márgenes, cómo frases se han convertido en tópicos, ideas y mitos presentes desde la literatura a la ciencia, desde la Edad Media hasta hoy.
Un ejemplo ilustrativo porque es morbosamente truculento. En el pasaje en el que se celebra el aniversario del tetrarca Herodes, cuando el gobernante se queda pillado de su sobrina al verla bailar y ella le pide que decapite a Juan Bautista, en la nota al margen se nos habla de la tradición de cortar cabezas y uno se queda patidifuso al descubrir que en 1977 le cortaron la cabeza en Francia a un hombre de origen tunecino condenado por violación y asesinato.
Aquí está la lectura culturalista y una invitación a una lectura desnuda, y esta segunda es la que me ha sacudido. Sobre todo cuando la traducción de Roser Homar —profesora de Filología Griega, la primera mujer que traduce el Evangelio de Mateo al español— propone alternativas léxicas a fórmulas que tenemos inconscientemente interiorizadas, y que, ojo, secularmente han desdibujado la recepción del texto. En una lectura continuada esas variaciones tienen la potencialidad de escindirnos de nuestra memoria para obligarnos a redescubrir otro estilo y otro tono del texto, que es una forma de sentirnos más próximos como lectores al modo en el que el personaje mítico de Jesús fue caracterizado en un primer momento. El tiempo y el lugar del texto es el último cuarto del siglo I en Antioquía. Sus destinatarios, según el consenso académico, era una comunidad griega que vivía en esa ciudad de la provincia romana de Siria y la lengua utilizada era un griego estándar, más habitual en la parte oriental del Imperio.
El estilo del autor o de los autores, en palabras de Homar, era “extraño, incluso tosco, con estructuras sintácticas muy simples, con abundancia de expresiones más propias del lenguaje oral que del escrito”. Esa tosquedad y esa oralidad es la que desconocía. Escojo un ejemplo para mostrar lo que puede implicar esa variación de tono. Pillo mi ejemplar de la Biblia, con aprobación de la Conferencia Episcopal, según veo en los créditos. Voy al versículo 13 del capítulo 23. “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que cerráis el reino de Dios a los hombres!”. Homar propone esta traducción: “¡Ay de vosotros, letrados y fariseos, farsantes, que cerráis el reino de los cielos en los morros de la gente!”. Ese cerrar en el morro, tosco y propio del registro oral, modifica la manera de percibir al personaje biografiado para aleccionar. Y precisamente esa tosquedad es la forma que refuerza lo más perturbador de esta lectura: la invitación permanente de Jesús a una radicalización que pasa por romper con la moral y el orden dominante, una ruptura total como una única posibilidad de redención.

Evangelio
Traducción de Roser Homar
Blackie Books, 2025
384 páginas, 29,90 euros
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