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Crítica Literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Mal gusto’, o cómo la estética se convirtió en el baremo del ascensor social

La periodista británica Nathalie Olah transita un recorrido sugerente pero algo trillado por los conceptos cambiantes de fealdad y clase

Bryce Dallas Howard protagoniza ‘Nosedive’, el primer capítulo de la tercera temporada de 'Black Mirror'. 

En este ensayo de tintes autobiográficos la periodista británica Nathalie Olah rastrea con cierta ironía analítica la obsesión por el buen gusto que atraviesa las sociedades del capitalismo tardío. Un gusto que no se limita a los objetos o a la vestimenta, sino que actúa como termómetro de estatus, pertenencia y valor social. La performance estética que desplegamos a diario determina, según Olah, nuestras posibilidades de ascenso o derrumbe, tanto en el plano laboral como en el emocional. Para sostener esta idea, la autora acude a teóricos como Pierre Bourdieu o al Guy Debord de La sociedad del espectáculo, aunque cualquier timeline de una red social actual le sirva también como prueba irrefutable.

Olah hace un recorrido sugerente por los conceptos de “gusto” y “clase”, dos palabras que, según nos recuerda, han sufrido una evolución semántica hacia lo cuantitativo: el gusto, término que en su momento carecía de valor implícito, terminó convirtiéndose en la abreviatura de “buen gusto”. Ahora el gusto se tiene o no se tiene, y según esta lógica es cada vez más frecuente escuchar que una persona posee “poca clase”. Según la escritora británica, el gusto se ha transformado en una especie de etiqueta de aptitud, una calificación casi escolar que las redes sociales se encargan de repartir o negar.

El ensayo, dividido en seis capítulos temáticos, se desliza por esos espacios donde la noción de gusto que maneja su autora actúa como centinela implacable: el hogar, la moda, la belleza, el ocio y la abundancia, sin descuidar lo culinario, campo también sujeto en las últimas décadas a ese marcador de idoneidad.

Los ejemplos que emplea para ilustrar sus argumentos se detienen particularmente en series de los años noventa del pasado siglo como Frasier y Friends, pues le sirven como representación de las preocupaciones en torno al capital cultural que se daban entonces y que no eran sino el prólogo de las que vivimos hoy. Por su ensayo también desfilan celebridades como la princesa Diana de Gales y, cómo no, el ubicuo Donald Trump y sus gustos relacionados con el interiorismo del rascacielos que lleva su nombre. Asimismo, la autora profundiza en asuntos como la prevalencia del minimalismo decorativo y se detiene en la concepción prejuiciosa de ciertas prendas de vestir como la sudadera, empleando como ejemplo ilustrativo unas declaraciones del ex primer ministro británico David Cameron al respecto. En paralelo, intercala escenas de su propia biografía, primero como adolescente de clase baja en Birmingham y después como profesional en Londres, revisando situaciones que en su día le provocaron esa ansiedad por “tener gusto” sin que se le notase el esfuerzo invertido en ello.

La cuestión central recuerda al episodio de ‘Black Mirror’ donde la protagonista vive atrapada en un sistema de puntuaciones

La cuestión central del libro nos lleva recurrentemente a recordar el episodio ‘Nosedive’ (“caída en picado”) de la tercera temporada de Black Mirror, en el cual la protagonista vive atrapada en un sistema de puntuaciones que regula desde los cafés que se toma hasta la hipoteca que se plantea pedir, y donde el deseo de agradar se convierte en una representación teatral permanente.

Como sucede en muchos ensayos provenientes de la anglosfera, Mal gusto huele ligeramente a paper de estudios culturales, trufado de referencias a la cultura popular angloamericana, aunque se agradece que, de forma inesperada, Olah mencione a Almodóvar y su Todo sobre mi madre, valorando que la película presente “una definición de belleza que ha evolucionado al margen de la publicidad tradicional”.

Al concluirlo, el libro deja una sensación ambivalente: se lee con interés, pero también con la impresión de estar transitando caminos algo trillados. Su mayor debilidad es la certeza con la que reparte los roles desde la primera página: sabemos quiénes son los malos y también los buenos, que además son víctimas de un sistema que ha borrado su libre albedrío hasta el punto de no permitirles siquiera elegir el estampado de sus cortinas sin sentir que están tomando una decisión política trascendental.

Mal gusto. La política de lo feo 

Nathalie Olah
Traducción de Inga Pellisa Díaz
Debate, 2025
232 páginas. 20,90 euros

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