Esta vez Stephen King no ha vuelto a hacerlo
La nueva novela del Rey del Terror se pierde en una trama múltiple que abandona a su suerte a su carismática Holly Gibney, y únicamente tiene interés por un asesino tan incomprensible como Charles Starkweather, que le marcó de niño


No es igualable, en ningún sentido posible, la ejemplaridad de los primeros años de la carrera de Stephen King. Cada nuevo libro que llegaba a librerías era —piénsenlo: Carrie, El misterio de Salem’s Lot, El resplandor, Rabia, Apocalipsis, La larga marcha, La zona muerta, etc.— sencillamente, perfecto. Y lo era de una manera distinta. Porque la razón por la que Stephen King se convirtió en el Rey del Terror no tiene tanto que ver con el género como con su aproximación al mismo. ¿Que en qué distaba su aproximación al terror de la de los demás? En que los personajes reinaban. Los personajes eran la trama. De ahí que cada una de sus historias, por más pretendidamente mainstream que pudiese parecer, no lo resultaba en absoluto de verdad, porque dentro no había una fórmula, sino gente. Personajes a los que primero había amado King, y luego, inevitable e inolvidablemente, iba a amar el lector. King construía vidas.
Construía vidas y luego las ponía en peligro. Convertía el mundo en un lugar inexplicable —fantásticamente— peligroso. Lo llevaba mucho más allá de cualquier realidad posible. Lo convertía en un monstruo distinto cada vez. Pero lo que había dentro de ese monstruo —ese mundo— era un montón de vidas corrientes que estaban, por una vez, dejando de ser corrientes. ¿Y no era eso exactamente lo que ocurría con sus lectores cuando se dejaban llevar por una de sus historias? No les extrañe que Stephen King haya creado tantos escritores. Lo único que dicen esos mundos que construye es que es fácil hacerlo, que tú también podrías intentar desaparecer en el tuyo propio. Solo debes barnizar la realidad con algo. En su caso es el miedo. O lo era. Porque desde que Bill Hodges, el detective, se cruzó en su camino, las cosas cambiaron. Y por un tiempo, lo hicieron para bien, porque King había dado con una mina de oro: Holly Gibney.
La detective maniática, la detective probablemente el espectro —autista—, pequeña, canosa, fumadora, insegura pero a la vez sin filtros, con una memoria prodigiosa —es una especie de savant— y una timidez capaz de volver parte de lo que dice incomprensible, era esa trama que necesitaba King, en plena caída libre —el giro que dio su ficción en Un saco de huesos, cuando pretendió volverse serio, en un sentido por completo incomprensible, y sobre todo se volvió melancólico y sólo a ratos de nuevo profundo, ratos como el de Historia de Lisey, o 22/11/63—. Cuando en El visitante, su más recomendable ficción terrorífica de este siglo, Holly aparece, la novela se catapulta a otra dimensión, porque de repente es algo que importa. Ha abandonado cualquier fórmula posible. Está viva porque ella ha tomado el control. Sí, esas cosas pasan, y créanme, se darán cuenta si leen El visitante. Holly, su siguiente entrega, era una buena secuela —aunque no perfecta—.
Pero ¿qué pasa con No tengas miedo? Que Holly está desaparecida. O, mejor, que sólo es alguien más. También, que se fuerza cierto wokismo mal dibujado —el problema no es pretender denunciar algo, sino crear para ello personajes instrumentales propios de una ficción mainstream cualquiera, no propios de King—, y se aturulla una trama de múltiples aristas —y arista es la palabra clave: el encaje se hace a la fuerza y nada fluye, todo corre apresuradamente sin una dirección concreta, incluida la pareja de hermanos, chico y chica que, en realidad, son la misma persona—, que solo brilla —y mucho— cuando aparece el asesino. Vuelve a meterse King en su cabeza —como hizo en Holly con la pareja de ancianos— y esa es la única decisión valiosa de la novela. Porque King escribe lo que escribe porque un día se topó con una fotografía de Charles Starkweather, el asesino en serie, y no vio nada en sus ojos. Se preguntó entonces —tenía 10 años— no quién era, sino qué era. Y está claro que todavía se lo pregunta, fascinado. Y se nota.

No tengas miedo
Traducción de Carlos Milla Soler
Plaza & Janés, 2025
608 páginas. 23,65 euros
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