‘Los cuchillos largos’ de Irvine Welsh: una novela policial que es un disparo fallido
El autor de ‘Trainspotting’ busca en su nueva obra la corrección política y explora un ‘wokismo’ forzado, pero la xenofobia y el machismo de sus personajes late bajo la superficie


En el año 1998, Irvine Welsh (Leith, Edimburgo, 66 años) puso un aparatoso, adictivo y corrosivo pie en el policial. Pero no lo hizo con la intención de continuar en él. Es decir, no había en el despreciable y sin embargo poderosa y desafortunadamente humano sargento que creó, el corrupto y maldito Bruce Robertson de Escoria —el tipo que hablaba con su solitaria, y que era lo contrario a un buen hombre, y a la vez algo peor, mucho peor, que uno malo, muy malo—, visos de otra cosa que la casualidad de que fuese poli. Era un personaje del por entonces desatado Welsh —había publicado Trainspotting en 1993, y se había convertido en una estrella del realismo mugriento, yonqui, desesperado— y sólo eso. Una ópera en sí mismo. Pura devastación existencial, epatante y bruta, incómoda tragedia en un único e imparable acto. Cuando una década más tarde Welsh puso a los mandos de Crimen a Ray Lennox, no se pensó que se tratase de una secuela.
Pero ¿no lo era? Ray había sobrevivido a Robertson —era su compañero de patrulla y aún tiene pesadillas recordando lo que hizo— y había ascendido a inspector, y tenía un auténtico caso entre manos —había atrapado al asesino de una niña de siete años, alguien al que habían apodado Mr. Confectioner—, pero la forma en que la historia da comienzo —con él en un avión, camino de Miami y unas lujuriosas vacaciones con su prometida, la despampanante Trudi— no indica que se trate de un noir al uso. Parece sin más otra entrega del universo obsesivamente interconectado del propio Welsh —que entrega novelas a personajes secundarios de otras desde el principio—, centrada por completo en ese mundo aparte que había sido desde el principio Ray Lennox, un poli alcoholizado y cocainómano en rehabilitación, a unos cuantos pasos de gigante de su autodestructivo compañero, aquella escoria llamada Bruce Robertson.
Lo que tenemos ahora entre manos, este Los cuchillos largos, es muy distinto. Podría decirse que es la primera entrega de la serie Lennox consciente, y la segunda inconsciente —o la tercera, si se considera la novela de Robertson algún tipo de momento fundacional; al fin y al cabo es allí donde se presenta a Lennox—, porque aquí lo que importa, por una vez, no es el personaje sino la trama. Es decir, el personaje pasa a ser el decorado, como ocurre a menudo en los policiales menos vistosos. Lo que no deja de ser una traición al espíritu Welsh —el tipo que crea personajes a partir de canciones, el tipo que es pura sinestesia experimental en lo que a crear almas se refiere—, para quien el personaje era el centro del que todo partía. Y sí, es por eso que este Welsh es un Welsh descafeinado, por momentos irreconocible, pretendidamente domesticado, pues todo aquello que hacía de sus personajes algo único (puro despojo humano) ha desaparecido.
Se nota que Welsh está tratando de reconciliarse con lo políticamente correcto, un wokismo probablemente forzado por la adaptación televisiva de Crimen, que él mismo escribió, y que está en el punto de partida de este peculiar salto al noir de serie. Pero también se nota que lo está haciendo porque debe hacerlo, y que no hay una auténtica reconstrucción de un pensamiento que sigue siendo el mismo pero maquillado, es decir, la xenofobia y el abominable machismo de sus personajes sigue latiendo bajo la superficie. Porque el mundo puede haber cambiado, pero ninguno de estos hombres lo ha hecho aún, aunque el narrador pretenda lo contrario y trate de insertar pequeños discursos aquí y allá, o, lo que es peor, guiños al lector entendido.
En medio de tan desconcertante asunto, brilla el único personaje que parece vivir al margen de todo eso, el otro poli al cargo, Mark Hollis, auténtico motor de este disparo fallido, y, en muchos sentidos, inexplicable.

Los cuchillos largos
Traducción de Francisco González,
Arturo Peral y Laura Salas
Anagrama, 2025
416 páginas. 24,90 euros
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
