El testamento intelectual de un sabio vivo
El profesor Antoine Compagnon reúne en el ensayo ‘Con la vida por detrás’ sus últimas lecciones sobre el canon continental moderno: de Goethe a Blanchot pasando por Proust y Baudelaire


Nunca es fácil despedirse. Sobre todo cuando te dedicas a la escritura, que no es más que una forma sublimada de la lectura. O quizá fuera al revés. Antoine Compagnon ha ejercido la docencia durante 45 años y en 2020 impartió su último curso en el Collège de France, una institución fundada en 1530 que, durante siglos, ha liderado la vida intelectual de un país que ha hecho de la cultura una auténtica política de Estado. Con la retirada del profesor Compagnon, se cierra también una forma de concebir la erudición humanística y la docencia.
El autor de títulos tan prestigiados como Los antimodernos o El demonio de la teoría, nos presenta en Con la vida por detrás su testamento intelectual. Él mismo lo reconoce en estas páginas: pertenece, como otros, a un mundo viejo que llega a su fin. Un mundo en el que los profesores leían y en el que las universidades eran depositarias, sin complejos, de una tradición que se reconocía como alta cultura. Este libro, editado con cuidado por Acantilado —aunque con algún derrape en los latines—, reúne las últimas lecciones de Compagnon, centradas en reflexionar sobre las obras postreras de algunos autores del canon clásico. Es decir, es un examen de los finales de aquellos gigantes a los que el profesor dedicó su vida. Están casi todos los ídolos de su ortodoxo panteón personal: Proust, Chateaubriand, Baudelaire, Goethe, Barthes, Blanchot... Y se alinean —en una fila inevitablemente desordenada— para ser contrastados con los grandes de otras artes sobre cuyas despedidas sí se ha pensado y escrito con mayor frecuencia.
El final de la literatura —con toda la ambigüedad que admite la expresión— es siempre una cuestión disputada. Hay autores que abandonan el mundo de forma abrupta y otros que planifican su retiro cultivando, en todos los casos, un estilo último que tiende a concebirse como senectud o decrepitud. Existen obras terminales que son magistrales, pero también hay desenlaces que cualquier lector piadoso preferiría eliminar de la biografía de ciertos genios. Entre ambos extremos, lo sublime senil aparece casi siempre como una posibilidad tentadora. A veces, los años prestan lucidez. En otras, como recordara Ferlosio, apenas agravan la ceguera.
El ensayo de Compagnon recorre distintos temas que orbitan en torno a esta literatura del final, y retoma una posibilidad que ya insinuara, entre otros, Borges: que toda gran literatura sea obra de un único poeta que se encarna en múltiples voces que —esas sí— nacen y mueren. En cualquier caso, en el ocaso de todas las vidas es posible que se despierte una conciencia libre, como aquella que añorara el joven Le Clézio cuando soñó con escribir “con toda la vida por detrás”. Una cita —otra vez el amor de Compagnon por la segunda mano— que inevitablemente da título a este libro.
El intelectual como patrimonio público es una invención francesa que nació con Zola. A partir de la asunción del Estado Cultural de Malraux, se extiende más allá del intelectual político. No es únicamente el modelo de Jean-Paul Sartre. Quizá nadie como Compagnon ha encarnado de manera íntegra el ideal humanista en el que confluyen docencia, erudición y proyección pública. Dentro de unos años, estoy convencido de que nos parecerá increíble que un solo hombre pudiera saber tanto.
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