‘Los brutos’: el ascensor social de la generación milenial
Roberto Martín Maiztegui debuta como director teatral con una obra bien escrita pero un tanto neutra


Esta historia seguro que la conocen. Nito es un chico criado en uno de esos barrios de toldo verde donde se ha forjado buena parte de la clase media española. En esas calles sin identidad, donde nunca sucede nada reseñable, su futuro parece escrito: novia formal desde el instituto, estudiar Económicas para tal vez trabajar en un banco como su padre, ahorrar para comprarse otro piso de toldo verde, boda, hijos. Pero al joven no le convence ese relato tan mediocre, quiere una vida más interesante, una mujer más chic, un barrio más cool. Así que rompe el guion y se matricula en la Escuela de Cine, hace nuevos amigos, cambia de novia, se mete en el mundillo artístico, escribe películas, le va bien, progresa y se muda a un pisazo en el centro de la ciudad.
Es el argumento de Los brutos, debut como dramaturgo y director escénico del guionista Roberto Martín Maiztegui, que antes solo había hecho una incursión en el teatro como coautor de Sueños y visiones de Rodrigo Rato, junto a Pablo Remón. Se advierte un fondo autobiográfico en la trama, pues el autor también dejó atrás un barrio de toldo verde para dedicarse al cine. Es la clásica historia del ascensor social, pero cada generación la cuenta a su manera. Con su propio imaginario, sus músicas, sus referencias culturales y su puntito de nostalgia. En este caso hablamos de la generación milenial, que ya atraviesa la crisis de los 40 y empieza a echar la vista atrás para hacer balance.
Nito construye el relato de su vida en directo ante los espectadores, introduciendo comentarios y reflexiones desde el presente, todo ello cosido con mucha técnica. Es una de las mejores bazas de la obra: lo bien que está escrita. También que el protagonista no idealiza el pasado y se observa a sí mismo con ojos críticos. No tiene pudor en mostrar su lado trepa ni cómo dejó a su novia por el telefonillo del portal o dejó tirado a su mejor amigo del barrio cuando estaba en el hospital. Pero tampoco se martiriza demasiado: todo se desarrolla en un tono neutro, hasta el punto de que las tribulaciones del personaje principal acaban provocando cierta indiferencia. Apetecen casi más las de la novia y el amigo abandonados. No le vendría mal más densidad dramática.
También tiene que ver el uso que se hace del espacio escénico. Conceptualmente la escenografía diseñada por Monica Boromello es intachable: a un lado, una maqueta de un bloque de viviendas del barrio de Nito; al otro, otra de la Escuela de Cine. Pero son básicamente decorativas, se les saca poco partido.
Tal vez el tono neutro sea también generacional. El espectáculo, no obstante, se sigue con interés. Porque está lleno de pequeñas historias cotidianas y múltiples personajes de barrio muy reconocibles. También por los cinco actores que los encarnan. El único que no se desdobla es el protagonista, Francesco Carril, intérprete siempre solvente que se está convirtiendo en actor fetiche de la generación milenial. Los otros cuatro también están estupendos: Javier Ballesteros, Ángela Boix, Olivia Delcán y Emilio Tomé.
Los brutos
Texto y dirección: Roberto Martín Maiztegui. Reparto: Javier Ballesteros, Ángela Boix, Francesco Carril, Olivia Delcán y Emilio Tomé. Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta el 15 de junio.
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