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La metamorfosis de Moratalaz: el distrito de Madrid donde más mayores de 75 años hay y donde menos había en 1968

Este colectivo de edad supera (15,6%) al de niños de hasta 9 años (6,3%)

Moratalaz vecinas
David Expósito

Era el hit del momento. Año 1968. La urbanizadora URBIS compuso unos versos que sonaron en la radio española durante meses, que se convirtieron en un clásico, y que llegaron a traspasar fronteras. “Mamita, dile a papá que compre un piso en Moratalaz, que tiene cines, tiene colegios y tiene sitios para jugar”, decía la canción. Mari Carmen, que cumple hoy 90 años, les cuenta a sus cuatro amigas —Estrella, Eloísa, María y Loli— que “cuando ella era joven y vivía en Londres”, cuando pensó “que ya estaba bien de vivir fuera de España”, decidió su destino en base a esa promesa de URBIS, ese augurio de que el progreso en Madrid, si es que existía, pasaba por Moratalaz. Miles de familias jóvenes con niños pequeños eligieron el mismo destino. En su libro El avance de Moratalaz, la escritora Maite Cabrerizo describe cómo fueron esos años de expansión en un lugar que era “la nada”, y donde “faltaban ambulatorios, faltaban panaderías, faltaban farmacias… Fue una construcción a destajo, sin importar el resultado final”. Mari Carmen celebra al calor de unos cafés y unas tostadas ser la más mayor de todas las allí presentes, en la terraza de un mercado que tiene apenas la mitad de sus comercios en funcionamiento, con un ambiente decadente donde casi todos los clientes se mueven entre sus pasillos con andador o bastón. “Antes esto era el barrio La incubadora porque eran todo eran familias con hijos y ahora lo llaman el barrio Torero porque vamos todos con muletas”, dice Mari Carmen.

El mercado de Moratalaz es el vivo ejemplo de un distrito (unos 95.000 habitantes) que, en porcentaje, acoge, según datos del INE, el mayor índice de mayores de 75 años en toda la capital: el 15,6%, unas 14.783 personas mayores. Al otro extremo están los niños, que representan el 6,3%, unos 5.970. Desde que el mercado abre a las nueve de la mañana hasta que cierra a las ocho y media de la tarde, por allí apenas pasan un puñado de jóvenes, casi todos preguntando por un Lidl que operaba en la planta de arriba. Cada mes menguan los clientes en Pescados Calderón porque cada mes, Paco Calderón, de 58 años, apunta un nuevo fallecimiento. “Cuando pasan los tres días sin aparecer por aquí, uno se teme lo peor. La media de edad está en los 77 años. Yo calculo que a mí no me da tiempo a jubilarme. Cada una que tacho en la lista es un cliente menos. Si no renuevo el banquillo me voy al carajo”, cuenta.


Mercado de Moratalaz donde acuden muchos mayores.

Si se pone el foco en el sur de la ciudad, Latina es el distrito con un número más alto de mayores de 75 años en la capital, más de 35.000, que representan el 14,3% de sus vecinos. Los niños apenas llegan al 6,7%, unos 16.640. Allí, en Latina, está el octogenario Octavio Hermoso. “Octavio, el abuelo”, puntualiza él, porque después llegó el hijo Octavio y luego el último, el nieto Octavio, que tiene ya 30 años. De alguna forma, es como si los Octavio Hermoso fueran una saga que, tal vez sin querer, ha ido colonizando época a época los proyectos urbanísticos de obra nueva en Madrid desde los años 80. Abuelo, padre y nieto —“los tres Octavios”— comparten no solo el nombre con el que también les gustaría bautizar a un posible bisnieto, sino el viejo anhelo de, llegado el momento de la emancipación, “comprarse un pisito” para poner en marcha sus vidas y que la gran familia que son los Octavio Hermoso siga adelante. Para ello, ninguno quiso salirse demasiado del carril de sus tiempos, sino que aceptaron religiosamente la tendencia del momento.


Octavio, durante su partida de petanca en el parque de Aluche.

El abuelo Octavio, de 86 años, nació en Rosal de la Frontera, en Huelva. De padre militar, el abuelo Octavio era “un nómada sin raíces” que encontró un futuro como camionero después de haber vivido por media España siguiendo los destinos de su progenitor. Así, el abuelo Octavio aterrizó finalmente en Madrid con algo más de 20 años, en la década de los 60. Una vez se consagró al volante del camión, tras un tiempo en Carabanchel encontró la casa de su vida —un modesto piso de 65 metros cuadrados— en la calle Valmojado del distrito. Su hijo Octavio, de 58 años, siguió a principios de los 2000 el éxodo de quienes buscaban prosperar en el extrarradio de la capital comprando un piso en Móstoles. Y ahora, el nieto ha hecho lo propio yéndose con su pareja al Ensanche de Alcorcón, uno de esos barrios nuevos con grandes urbanizaciones que son la última prolongación de los municipios del sur y el hogar de las nuevas familias jóvenes con hijos pequeños.


Partidas de petanca en el parque de Aluche.

Mientras el mundo sigue avanzando, el abuelo Octavio se mantiene estoico en las calles de siempre. Latina fue, es y será su casa. Tras abandonar la afición por la bicicleta, ahora pasa los días el parque de Aluche, un vergel de pinos, cedros y cipreses que da sombra cada mañana a las personas mayores que antaño llegaron al barro provenientes de la España rural y que poblaron esas construcciones levantadas después del franquismo en Madrid.

El parque Aluche parece, pasadas las 10 de la mañana, una especie de hogar del pensionista al aire libre. Todo el mundo sabe que para vivir “emociones fuertes”, hay que irse a la altura del portal 45, en Valmojado, donde Octavio Hermoso lidera junto a Cándido Martín, de 88 años, Francisco Hernández, de 78, y Ernesto Guijarro, de 77, la partida de petanca. Todos se han conocido ahí después de jubilarse. Conforme “los figuras” envejecen y sus destrezas menguan, pasan de la categoría más alta -la que se juega al otro lado de los arbustos- denominada Los galácticos, a otra que agrupa a los que pasan de los 80 y que ellos definen como Los demás.

Octavio, en un deje didáctico, ofrece “su secreto” a los nuevos:

—La clave es el tacto. Sentir la bola. Acariciarla. Hacerla tuya. Susurrarle al oído que la quieres.

Cándido Martín, leyendo el periódico en el parque de Aluche.

Los niños perdidos de Valdebebas

Se escuchan sus risas casi tanto como el motor de los coches, como el ladrido de los perros, como las raquetas de pádel en un peloteo eterno, pero ¿dónde están? A los niños se les intuye desde que uno pone un pie en las anchas avenidas de Valdebebas aunque no se les vea. Esta zona residencial, moderna y próspera del norte de Madrid, en el distrito de Hortaleza, con más de 10 kilómetros cuadrados de superficie y 30.000 habitantes, reúne una de las agrupaciones más grandes de niños en la capital. La media está en el 22% mientras que los mayores apenas suben del 1%. Gracias a esto, Hortaleza tiene el porcentaje de niños más alto por distrito, un 10%, mientras que también en porcentaje está entre los más altos en lo que a mayores se refiere, un 10,2%. A última hora de la tarde se oye con claridad sus juegos infantiles, sus chapoteos, las llamadas de sus padres anunciando la hora de la cena y, sin embargo, no hay ni rastro de los más pequeños. Las voces vienen siempre del otro lado de los muros: en Valdebebas la vida existe siempre de puertas para adentro.


Niños dentro de una urbanización en Valdebebas.

La zona infantil del parque Princesa Leonor vacía de niños en Valdebebas.

Iván D., de 47 años, y Jessica O., de 39, hicieron las maletas cuando hace dos años supieron que ella se había quedado embarazada. Estaban asentados en Ámsterdam. Ambos se dedican al sector de la publicidad y, ante la futura paternidad, decidieron regresar a España. Iván, que nació y creció en la zona más antigua de Hortaleza —la de la expansión de los 80— quiso buscar algo cerca de sus padres. Tanteó la posibilidad de regresar al “barrio viejo” aunque desistió porque en su opinión las prestaciones de esas casas antiguas estaban muy desfasadas, sobre todo teniendo en cuenta los precios de hoy.


Elisa Sobejano y María Pujana, con sus bebés recién nacidos en Valdebebas.

La pareja siguió la corriente de su cuadrilla de amigos y miró más allá de la M-40 para tener a su primer hijo. “Ninguno sigue viviendo en el barrio. Todos se han dispersado en las afueras: Sanchinarro, Alcobendas, Valdebebas, etc.”, cuenta Iván degustando una cerveza frente al parque Princesa Leonor. “Miramos Valdebebas porque vimos que había guarderías por todos lados, las infraestructuras estaban avanzadas salvo el centro de salud y necesitábamos una solución rápida. Empezamos alquilando para ver la dinámica de la zona. Dicen que es la ciudad de los bebés”, añade Jessica. “Es una zona cómoda, pero poco más. En mi opinión se da la circunstancia de que en un mismo lugar hay un núcleo potente de gente con muchísima pasta y otros con buen poder adquisitivo que pretenden ser más de lo que son”, observa Iván. “Hay esa cosa de clases tan absurda entre urbanizaciones, entre los que viven en áticos exclusivos y los de un piso de dos habitaciones con balcón. Es inevitable que esto influya en la forma de ser de los niños. Creo que nos marcharemos a Sanchinarro”, finaliza antes de perderse por la acera, acompañando con la mano los primeros pasos de su hijo.

Sobre la firma

David Expósito
En EL PAÍS desde 2018. Su trabajo está centrado en la crónica y el reportaje local para la sección de Madrid, donde ejerce como fotógrafo y redactor. Anteriormente, también ha sido editor gráfico en la sección de Fotografía y en Suplementos. Es coautor del libro 'Utopías urbanísticas. 44 paseos por las colonias de Madrid'.
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