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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Madrid, una chatarra que funciona

David Bestué orquesta una muestra en el CA2M de Móstoles en forma de brillante parábola sobre la ciudad, vista como un lugar donde se embalsan los abusos y los delirios del poder

Vista de la exposición 'Flor Hipania', de David Bestué, en CA2M de Móstoles (Madrid).
Javier Montes

En el lugar de honor del vestíbulo de la sede del Banco de España en la calle Alcalá de Madrid hay una gran escultura de Jorge Oteiza que se titula Elogio del descontento. El título ya daba la réplica con sana mala leche al lirismo del Elogio del horizonte de Chillida en Gijón, pero la pieza escondía otra carga de profundidad. Ampliaba una pequeña maqueta de su Laboratorio de Tizas que había titulado Hau Madrilentzat! (Esto para Madrid): la estructura esquematiza un gran corte de mangas y era para Oteiza “una respuesta visual de Euskadi al centralismo de los políticos sordociegos de Madrid”.

Ese corte de mangas en las mismas narices del poder capitalino sigue ahí plantado desde 1992 y es un emblema de la socarronería peleona de Oteiza tanto como del saludable pasotismo (¿o es insufrible chulería?) y las tragaderas de una ciudad-mundo omnívora que todo lo asimila y lo deglute, que nació de la nada por pura voluntad política en el siglo XVI y que desde entonces, contra todo pronóstico y toda razón, prospera y pulula e imanta impertérrita lo peor y lo mejor del ilusorio Estado-nación berroqueño que soñaron los Austrias.

'Tiempos' (2025), de David Bestué, ocho semiesferas de resina de poliéster y elementos triturados (mosaico romano, yesería árabe, remate de altar gótico, fragmento de edificio herreriano, voluta barroca, cerámica del siglo XVIII, remate modernista y ladrillo).

David Bestué sitúa la maqueta como minifábula al comienzo de la brillante parábola mayor que es Flor Hispania. Reúne muchas obras espigadas en la colección del CA2M (pero no sólo) y obra suya reciente para armar un retrato y un cuento de Madrid como ciudad y como idea, como lugar donde se embalsan las vidas de millones de personas y los ensueños, abusos y delirios del poder: unos y otros se ajuntan o se zancadillean sobre el terreno desde hace siglos, en un guirigay que hace imposible la planificación despótica e ilustrada de Barcelona o París y también la proliferación pragmática y liberal de Londres: la ciudad es una especie de chatarra que funciona y rebosa y resiste rabiosa al resumen.

Bestué propone contarla a partir de una oposición fundamental Norte-Sur: por arriba, el granito de El Escorial y Cuelgamuros, la piedra neoherreriana y malrrollera, el palco del Bernabéu, los reservados en Quintín y en Amazónico, las grandes torres del poder corporativo y el pijerío estólido y aspiracional de Sanchinarro o Las Tablas. La encarnan la sempiterna menina de Manolo Valdés, las maquetas de Foster, los niñatos sesenteros de Serrano de las fotos de Gonzalo Juanes.

‘Uralita’ (2005), de David Bestué.

Por abajo, el ladrillo rojo y mudéjar, los barrios populares y la arquitectura de aluvión de la posguerra, el Atleti y el Rayo, los cerros pelados de la Escuela de Vallecas, los vertederos: los recuerdan las fotos de Pancho Lasso y las obras de Alberto en el Cerro Almodóvar, la humilde arqueología doméstica exhumada en los antiguos poblados del sur, el formidable estómago-basurero de Valdemingómez.

Es una carpintería eficaz para sintetizar lo complejo, que inevitablemente deja en tierra de nadie enclaves republicanos, laicos y científicos como la Colina de los Chopos, el Guadarrama de la Institución Libre de Enseñanza y la Sociedad Peñalara o la calle Velintonia, y que Bestué matiza recurriendo al trabajo de artistas que se empeñan en meterse por las grietas y recovecos de la ciudad y sacar a la luz el glitch en cada gran relato: las fotografías de cuartos oscuros maricas de Álvaro Perdices, los escaneados de revocos de Patricia Esquivias como muestrarios de la flora bacteriana de la ciudad, el monumento a La Veneno tiznado y con flores en la Casa de Campo, las catas en su subsuelo de Lara Almárcegui.

La solidez y el aliento poético de la exposición se debe a la erudición y el ojo de lince para el detalle elocuente de este artista

La solidez y el aliento poético de esta exposición-obra le viene de la erudición y el ojo de lince para el detalle elocuente y revelador de Bestué, que lleva muchos años trabajando en obras, exposiciones y libros para “capturar la vida afectiva del país”. Esa que a la vez se esconde y se muestra para quien sepa mirar en un territorio y una arquitectura que es también paisaje político y moral.

Estuvieron en la misma línea su lúcido El Escorial, imperio y estómago (Caniche, 2021) y dos expos memorables previas: Ciutat de Sorra, en Fabra i Coats en 2023, que aplicaba el mismo método al retrato de una Barcelona escindida entre su tradición anárquica y de acogida, los repenques nacionalistas y los pelotazos de sucesivos ensanches, olimpiadas y fórums; y Rosi Amor, en los sótanos nunca vistos del Reina en 2018, que ya se lanzaba a destilar la esencia de las muchas caras (El Escorial, Las Tablas, Vallecas) de Madrid.

'Bodybuilding (Tríptico elemental de un cuerpo)', (2018), obra de Alfredo Rodríguez expuesta en la muestra 'Flor Hispania', en el CA2M.

Las piezas propias nuevas que intercala en esta exposición son ejercicios de una alquimia parecida: como en Rosi Amor, Bestué arma una rebotica mental donde elabora fórmulas magistrales, destilados y precipitados. Sus esculturas trabajan mediante la amalgama y la trituración a veces literal de ideas y de sustancias. Por ejemplo, cuando reproduce en resina los plafones y tensores diseñados por Moneo para la estación de Atocha y les incorpora pétalos de amapola de los descampados del sur madrileño, ciprés de Aranjuez y retamas para evocar ese nodo del centro y la periferia donde cristalizaron brutalmente la geopolítica y las vidas de la gente de a pie cuando los atentados de 2004.

Bancos, ministerios, airbnbs, neotascas, pseudomajismo ayusista, vecindarios nuevos en Usera y Legazpi: todo eso cabe en el destilado agridulce de Bestué. Dice Borja Casani en la muy pensada publicación para acompañar la expo que en Madrid al final “lo que manda es el relato de la pasta”. Pero también avisa de que en ella los cambios llegan siempre inadvertidos, traídos por la corriente imparable de los intereses y las costumbres de la gente: “Cuando te paras a mirarlos quizá te parecen horrorosos, pero eso ha pasado siempre”.

‘David Bestué. Flor Hispania’. CA2M. Móstoles (Madrid). Hasta el 24 de agosto.

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Sobre la firma

Javier Montes
Novelista y ensayista. Entre sus libros recientes están 'La radio puesta' (Anagrama, 2024), 'Luz del Fuego' (Anagrama, 2020) y 'El misterioso caso del asesinato del arte moderno' (Wunderkammer, 2020). En 2022 publicó la recopilación de sus textos sobre arte contemporáneo 'Visto y no visto' (Machado Libros). Ganador del Premio Anagrama de Ensayo.
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