Así intentaron hackearme
El periodista Hugo Alconada Mon relata en primera persona los múltiples ataques informáticos que sufrió tras revelar el plan de espionaje de Milei


La primera alerta llegó a las 20.57 de este domingo. Recibí un mensaje de la plataforma de WhatsApp que incluía un “código de verificación” de cinco cifras. Estaba destinado a tomar el control de mi cuenta, algo que yo no había solicitado. Dicho de otro modo: alguien estaba intentando hackear mi cuenta.
El intento falló, pero el hacker volvió a la carga. Otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Lo intentó diez veces en seis minutos. Pero fracasó porque en ese y otros sistemas de mensajería yo ya había adoptado todos los recaudos que los expertos suelen recomendar (y que rara vez aplicamos).
Cuatro minutos después del último (y fallido) intento en WhatsApp, la ofensiva pasó a otro objetivo. Recibí un correo electrónico en mi casilla oficial del diario La Nación preguntándome si quería restablecer la contraseña de mi cuenta en la red social X, algo que yo tampoco había pedido. Es decir, que el mismo u otro hacker intentó acceder a mi cuenta en X.
El mar se aquietó después de ese ataque, aunque solo duró unos minutos. A las 22.23 alguien reanudó la ofensiva. El mismo u otro hacker intentó ingresar por segunda vez (y también falló) a mi cuenta en X.
Esos ataques y otros ataques digitales se produjeron, debo remarcar, poco después de que publicáramos en la tapa dominical del diario argentino La Nación que el Gobierno de Javier Milei elaboró un Plan de Inteligencia Nacional (PIN) que abrió la puerta para espiar a periodistas, políticos, economistas y otros “actores” que erosionen la confianza o la percepción de la opinión pública en desmedro de los intereses de la Casa Rosada.
Horas después de esa publicación, a las 17.32 del domingo, Presidencia emitió un comunicado —que reposteó el presidente Milei—, en el que admitió la existencia del documento secreto que habíamos revelado, pero negó el contenido, a lo que respondí, 18 minutos después, con un posteo en todas mis redes sociales reafirmando y ratificando lo publicado.
Tras ese contrapunto con el Gobierno, sobrevinieron los intentos de hackeo, aunque sería temerario afirmar que fue orquestado por funcionarios o ejecutados por sus subalternos. No hay pruebas de algo así y nunca se puede descartar la estupidez humana, como tampoco la existencia de personas que son más papistas que el Papa y que pudieron creer, por su cuenta y riesgo, que de ese modo le hacían un favor al presidente Milei.
Aclarado eso, y tras la sucesión de ataques digitales, radiqué una denuncia penal ante la Unidad Fiscal especializada en Ciberdelincuencia (UFECI). La presenté a las 23.01, aunque casi de inmediato debí actualizarla. ¿Por qué? Porque afronté la tercera ola de los hackers.
Ocurrió a las 23.06, cuando recibí un correo en mi casilla del diario que incluía un código para activar la cuenta que alguien registró a mi nombre en una página pornográfica (RedTube), a lo cual siguieron varios mensajes por WhatsApp con insultos y amenazas desde cuatro números distintos.
El primer mensaje a mi WhatsApp llegó a las 23.52 desde un número ignoto con prefijo 02317, asignado a distintas localidades del interior de la provincia de Buenos Aires, como 9 de julio, French y Dennehy, entre otros.
A esa primera agresión le siguieron tres: a las 00.06 del lunes desde un número de la ciudad de Buenos Aires, seguido de inmediato por otro desde un número con prefijo 03731, que corresponde a la localidad de Las Breñas, en la provincia de Chaco (norte), que estaría a nombre de un tal Braian Cardozo, y a las 00.20 desde otro número desconocido, con prefijo porteño.
La ofensiva lejos estaba de concluir. La cuarta ola se registró el lunes. Entre las 10.36 y 10.42, manos anónimas me registraron en otros dos portales pornográficos (PornHub y XVideos) y otra página de internet que gestiona transacciones electrónicas.
Esa movida puede parecer inocua, pero dista de serlo. No podemos descartar ahora que los mismos que abrieron cuentas a mi nombre en esas páginas porno suban videos de pedófilos, por ejemplo, o que acuerden compras de bienes o servicios a mi nombre cuyos vendedores me reclamen el pago.
Tras todo eso —y algunos mensajes anónimos más por WhatsApp con nuevos insultos y amenazas—, al fin las aguas parecieron aquietarse. Los hackers no alcanzaron su objetivo de máxima —tomar el control de mis cuentas—, pero sí el de mínima: enviar un mensaje. ¿Cuál? Que aquel que ose exponer algo incómodo para Milei o su Gobierno afrontará consecuencias gravosas.
La ofensiva, pues, tiene un efecto aleccionador sobre otros periodistas que se preguntan qué podría ocurrir con ellos en circunstancias similares. Porque yo tengo el lujo de trabajar para dos grandes medios —La Nación de Argentina y EL PAÍS de España— y que múltiples organizaciones periodísticas o de prensa nacionales e internacionales se hayan solidarizado conmigo y repudiado los ataques. Y eso explica, al menos en parte, que lejos de retroceder, continuamos con nuestra labor. Este martes publicamos nuevas e incómodas revelaciones para el poder libertario.
Pero muchos de mis colegas se mueven en circunstancias muy distintas a las mías. Trabajan para medios más pequeños o en soledad o lejos de los grandes centros urbanos, y carecen, por tanto, de las mismas redes de contención y escudos protectores que yo. Y eso los llevará a pensar dos veces (o quinientas, para el caso) antes de publicar algo que desafíe el relato oficial. Ese fue el verdadero fin de los ataques: transmitir un mensaje. Muchos lo recibieron. Y si quedaban dudas, la quinta ola de los hackers se produjo mientras escribo estas líneas. Manos anónimas me han inscripto en otros dos sitios web y requirieron, incluso, el cambio de contraseña de una cuenta —que no tengo— en EL PAÍS.
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