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‘Caballos’, ‘patrones’ y apuestas: el Piki Voley mueve millones en los barrios populares de Buenos Aires

Nacido en Paraguay, el juego se expandió rápidamente en las periferias pobres de la capital argentina. Inspirado en el voley playa brasileño, tiene sus propias estrellas y hasta representantes de jugadores

Campeonato de Piki Voley en Villa Sarmiento, Buenos Aires

Matías Tortu Sosa está por entrar a su lugar de trabajo. Hoy le tocó una cancha de Moreno, al oeste de la periferia de la ciudad de Buenos Aires. Desde 2020 lleva la vida que le hubiese gustado tener a su papá, un albañil paraguayo que emigró a Argentina. De él aprendió a jugar al Piki Voley, un deporte amateur muy popular en Paraguay. Con las apuestas como motor, en los últimos años el Piki Voley se expandió en los barrios pobres que rodean la capital Argentina hasta convertirse en un fenómeno que atrae muchísimo dinero, con estrellas consagradas, representantes de jugadores y una hinchada fiel cada vez más numerosa.

A mediados de los 2000, el papá de Sosa colgaba una soga en los fondos de la casa y le explicaba las técnicas para cruzar la red imaginaria. “Mamé esto, por eso digo que estoy en un sueño”, recuerda. Viste medias de media caña, botines de futsal, pantalón corto, musculosa y “pinta de jugador”. A sus 18 años, el Piki le cumplió un deseo: fue convocado para jugar en Paraguay. Al tiempo abandonó el rubro de la construcción para dedicarse de lleno al deporte.

A los 22, Sosa viajó a Brasil y Uruguay. El próximo avión lo llevó a España. Es uno de los argentinos mejor posicionados. “A veces, amanecés en la canchita. No te queda tiempo para salir a correr o entrenar. Jugás los partidos que quieras; dependés de tu estado físico y de tus ganas de competir y ser mejor. Si lográs cierto nivel, en una buena semana recaudás 800.000 pesos (733 dólares al cambio oficial). No arriesgo mi plata en las apuestas”, cuenta antes de que lo llame el árbitro.

El motor del Piki Voley es el dinero de las apuestas.

Las historias como la de Tortu son cada vez más frecuentes en Buenos Aires. Se trata de jóvenes que logran vivir del fútbol informal practicado en los barrios populares, las llamadas villas. Juegan campeonatos de potrero (fútbol tradicional), desafíos de penales o de Piki. Pueden hacerlo de lunes a lunes, como si fuese un trabajo.

El Piki es un derivado del futevolei brasileño. Desde hace diez años está de moda en las villas, impulsado por los aproximadamente 800.000 paraguayos residentes. Nació en los últimos años noventa en Ciudad del Este, Paraguay. A diferencia de los brasileños, los paraguayos lo juegan sobre tierra y con calzado deportivo. “Ciudad del Este fue la cuna, pero hoy tenemos canchas en todo el país”, cuenta Rossana Duarte desde Coronel Oviedo, a 130 kilómetros de Asunción.

Duarte acompañaba de niña a su padre a las canchas de Piki Voley. Desde hace diez años, es organizadora de eventos, vendedora de indumentaria, representante de jugadores, fundadora de una organización. “A los mejores pikivolistas se los llama caballos. Cuando se organiza un evento en otra ciudad, sus fanáticos locales les ofrecen casa y comida para quitarles un gasto y compartir un momento. Tenemos seguidores que viajan para alentarlos y apostar por ellos”, explica.

Un pikivolista patea el balón durante un partido en Villa Sarmiento., el pasado 21 de marzo.

En 2017, Duarte y un grupo de compatriotas organizaron el primer evento de Piky en Buenos Aires. Concurrieron 1.100 personas. “Llevamos a los cuatro jugadores principales para competir con paraguayos residentes. Fue un éxito. Desde ese día, el Piki en Argentina no para de crecer”, asegura “la reina del Piki”, como la llaman.

Ahora es la tarde de un viernes en Barrio Sarmiento, partido de San Martín, al norte de la ciudad de Buenos Aires. Carlos “el Negro” Gómez, de 48 años, camina vestido de pikivolista por los pasillos que dan a las casitas donde funcionó la primera canchita de Piki del barrio. “Estuvo hasta 2006. Después construyeron departamentos”, rememora Gómez, que ya jugó un partido y en minutos volverá a la cancha. “En el barrio siempre hubo paraguayos; los veía jugar, el deporte me gustaba. A los años construí una cancha de Piki sobre los últimos metros de una de fútbol. En un principio los vecinos me criticaron por achicarla. Hoy la de Piki se usa todos los días y la de fútbol solo los domingos. Desde la asociación Piki Voley Argentina calculamos que hay 1.000 canchas en el país”.

Los puntos del Piki Voley se marcan en la arena con un cuchillo.

La canchita que Gómez administra es de las más populares del ambiente (junto a las de las villas porteñas 21-24, 20 y 31). En el medio se ve un puesto de venta de chipá, una clase de zumba en un tercer piso, vecinos que toman mate en el frente de sus casas. “Encontrarle la vuelta es encantador. No es para cualquiera. Es un juego muy técnico, donde gana el que controla los efectos de la pelota. Y es estratégico: si descubrís las falencias del rival vas a saber por dónde atacarlo”, explica Gómez, e invita a pasar a la cancha desde donde transmitirá partidos por streaming.

Del otro lado hay unas 250 personas. Muchos parados, otros sentados sobre gradas o sillas. Encargan baldes de plástico con seis cervezas, milanesas y camisetas de Sarmiento City, el nombre de la cancha. El árbitro se ubica a la altura de la red. Marca los tantos con un cuchillo, sobre la tierra. También está el que riega la cancha y el que rastrilla sobre las líneas por las jugadas dudosas. El ambiente es tranquilo; las únicas discusiones son entre compañeros de equipo. Los niños solo se meten a jugar en los minutos de descanso. Son el futuro del juego.

Espectadores de un partido de Piki Voley beben mate durante un juego, en San Martin, provincia de Buenos Aires.

Los partidos de hoy son en dupla. El nivel es altísimo, al punto de que la pelota no toca el piso durante minutos. Los cabezazos no tienen nada que envidiarle a los de un delantero de elite. Hay calidad, también, en el uso del pecho para bajar la pelota y habilitar al compañero. Todo parece muy profesional.

Lo extraño ocurre alrededor del campo. Mucha gente camina con sus billetes en las manos. Además de los gemidos de los pikivolistas, se escuchan los gritos de apostadores. “150.000 a este lado [unos 140 dólares]” oferta uno y encuentra la seña. Son apuestas en vivo, de un sector a otro. “100.000 a Juan”, grita otro. En cada partido hay millones de pesos en juego. Las jornadas son de la tarde a la madrugada. Los ganadores comparten una parte de sus ganancias con los pikivolistas. “Algunos les dan hasta la mitad para asegurarse la fidelidad”, explica Duarte.

“La presión se siente”, dice Tortu. “A veces invitás a un amigo, a tus parientes y además de verte apuestan por vos. Juega la presión, pero uno se acostumbra. Te diría que ya no siento nada. Juego y soy yo”.

En los últimos años el Piki Voley se ha expandido en los barrios pobres que rodean Buenos Aires y se ha convertido en un fenómeno que mueve altas cantidades de dinero.

Ever Gómez es lo que se llama patrón. Nació en Paraguay y sus primeros viajes a Argentina fueron para sumarse a la obra en construcción en la que trabajaba su tío. Pero el Piki logró que se instalara definitivamente. Durante un buen tiempo lo contrataron como organizador en la llamada Rivera paraguaya de Buenos Aires. En la pandemia se mudó a Moreno. Lo primero que lo sorprendió del barrio fue la cantidad de pikivolistas. Eso lo motivó a ingeniárselas para invertir en una canchita con cantina. “Vos estás loco”, le dijo su mujer. “Sé cómo funciona esto”, respondió para convencerla.

Como en todo negocio, las cosas no empezaron bien. Ever mandó a traer dos jugadores de Paraguay. Fue una estrategia para que su espacio se vuelva conocido y se llene. Si juegan los mejores, el público paga entradas y consume en la cantina. “Les alquilé una pieza y les dije ‘vamos a hacer plata’. Los muchachos me salieron malos. Se amanecían con cerveza. Al otro día no tenían más plata, me pedían a mí. Muchos no son serios y se gastan todo en trago”.

Las jornadas de partidos de Piki Voley pueden extenderse hasta altas horas de la madrugada.

En su próximo intento se decidió por Navarrito. Le dijeron que era campesino, de familia de pequeños agricultores. Un amigo lo fue a buscar en coche hasta Paraguay. Ya de regreso, el chofer le hizo notar a Ever que su elegido le faltaba un brazo “¿Cómo puede jugar bien?”, le preguntó. Néstor Navarro se convirtió en una de las figuras del Piki argentino. “Es el jugador del pueblo, el del momento. Todo Moreno apuesta por él. En su próximo desafío vamos a cobrar entrada. Se va a llenar”, cuenta Ever acompañado de su hija, rodeado de juguetes que se mezclan con bolsos deportivos.

No es el único que trae jugadores de Paraguay. Algunos colegas los reciben a prueba por una semana, organizan desafíos y se deciden según la conducta y el rendimiento. Otros patrones los incorporan para el verano, la temporada alta. Los caballos ganan un porcentaje de lo que recauda el administrador en concepto de cantina, entradas y organización. “Juntan 200.000 pesos por evento. Pero luego suman lo de los apostadores”.

El paraguayo Néstor Navarro, figura del Piki Voley que se juega en Argentina.

Rafael Cardozo pregunta quién va a ir a trabajar si el día de un ayudante de albañil se paga 35.000 pesos. Es otro que vive del Piki y que viajó por Argentina y Paraguay. Acaba de cobrar 60.000 pesos por arbitrar tres partidos, que se suman a los 240.000 que recaudó en dos días de la semana. “Los pibes saben que se llevan 70.000, 80.000 pesos por partido ganado. Siempre un partido al día ganás”, asegura. “Acá somos todos ex trabajadores de la construcción. Los pibes juegan todos los días. Ya dejaron hasta el potrero, porque se pueden lesionar”. Es que en el Piki no hay seguro médico.

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