América Latina, la democracia en la encrucijada
Cuando la ciudadanía pierde confianza en la democracia, emergen el autoritarismo, con promesas de orden que sacrifican derechos y libertades


En su contundente y brillante mensaje de Navidad de 2025, el rey Felipe VI le advirtió a España y el mundo sobre la “inquietante crisis de confianza” que atraviesa a las democracias contemporáneas. Su reflexión no se redujo a Europa. No puede negarse que apuntó —justamente— hacia América Latina.
Correcto, pues esa crisis se manifiesta con particular crudeza en desafección ciudadana, la polarización extrema y el debilitamiento de las instituciones representativas. Y, por encima de eso, la apropiación del poder por estructuras y liderazgos criminales, como ocurría antes en Guatemala y ocurre ahora —“sonoramente”— en el Perú.
Es vulnerable
La advertencia del lúcido monarca español —formulada en el marco del cincuentenario de la restauración democrática en su país— recuerda una verdad esencial: la democracia no es un patrimonio irreversible. La convivencia democrática no es un legado “automático”, sino una construcción cotidiana que exige diálogo, respeto mutuo y ejemplaridad por parte de quienes ejercen el poder. En resumen: es vulnerable…
En buena parte de América Latina, la erosión de la confianza institucional se ha convertido en uno de los principales desafíos políticos. Congresos desacreditados, sistemas de justicia cuestionados, ejecutivos con escasa legitimidad y organismos electorales bajo presión configuran un escenario en el que la política es percibida más como un campo de confrontación permanente que como un espacio de solución colectiva.
Cuando la ciudadanía pierde confianza en la democracia, se abren grietas peligrosas. Avanzan entonces el autoritarismo, el populismo excluyente y la tentación de soluciones que prometen orden a costa de derechos y libertades. Como lo anotó el Rey, Europa conoce bien, por experiencia histórica, las consecuencias de esos atajos. América Latina no debería ignorar esas lecciones.
Diálogo y pluralidad
Uno de los ejes centrales del mensaje de Felipe VI fue la reivindicación del diálogo y del respeto a la pluralidad. ¡Crucial!
Las ideas propias —advirtió— no deben convertirse en dogmas, ni las ajenas en amenazas. Este principio resulta particularmente pertinente en sociedades marcadas por la polarización, donde el adversario político es con frecuencia deshumanizado y tratado como enemigo.
Restituir la política como espacio de encuentro exige liderazgos responsables, capaces de anteponer el interés general a la lógica del enfrentamiento. Supone fortalecer la independencia de la justicia, respetar la libertad de prensa, garantizar elecciones íntegras y asumir una rendición de cuentas real. Supone también reconocer que la diversidad política y social no es una debilidad, sino la base misma de una democracia madura.
La convivencia democrática no se decreta: se construye con el ejemplo. En un contexto de crisis de confianza, la conducta de quienes gobiernan —su apego a la ley, su respeto a las instituciones y su disposición al diálogo— resulta tan decisiva como cualquier programa político.
Renovar el contrato democrático
El mensaje del Rey de España es, en este sentido, una invitación a renovar el contrato democrático. Transparencia, rendición de cuentas, diálogo institucional, justicia independiente y compromiso con los sectores más vulnerables deben ser los pilares de ese nuevo pacto.
La democracia no se sostiene solo con normas y procedimientos. Se sostiene, sobre todo, con una decisión ética: ejercer el poder para unir y servir. No para dividir ni perpetuarse. América Latina está hoy ante esa encrucijada. Y en un país como el Perú, que celebra elecciones generales pronto, debe ser objetivo medular de manera que el crimen organizado deje de gobernar.
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