Francesca Albanese: la voz incómoda de la legalidad internacional
Figuras como la relatora de la ONU nos recuerdan que el derecho, si no es para todos, no es derecho, sino un arma


Hay momentos en la historia en los que una sola voz, por el peso de su coherencia, puede poner en entredicho la arquitectura entera de la impunidad. Francesca Albanese es una de esas voces.
En un sistema internacional saturado de silencios convenientes y diplomacias calculadas, la figura de esta jurista italiana emerge como una “anomalía” moral. Como relatora especial de la ONU sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados, su labor ha sido tan precisa como incómoda.
Incómoda para los Gobiernos que prefieren mirar hacia otro lado. Incómoda para quienes han edificado sus políticas exteriores sobre el olvido institucional del pueblo palestino.
Su más reciente informe, Anatomía de un genocidio, presentado en marzo de 2024 ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, es una contundente disección jurídica. Albanese sostiene, con base en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, de 1948, que existen fundamentos razonables para afirmar que el Gobierno de Netanyahu está cometiendo “actos de genocidio” en Gaza. No lo dice como “consigna”, lo argumenta con evidencia, con el peso de los testimonios y con una lectura estricta del derecho internacional.
Reacciones cómplices
La reacción fue inmediata. Los Gobiernos que se dicen “defensores” del orden basado en reglas, corrieron a rechazar sus conclusiones -o a cuestionar su enfoque por no destacar el “derecho a defenderse”-. Otros se refugiaron en el silencio, como si la neutralidad ante el horror fuera una posición ética. Pero entre académicos, juristas, activistas y ciudadanos, su voz encontró eco. Hay momentos en que describir el horror no es valentía, es urgencia.
A Albanese la han acusado de parcialidad, de antisemitismo, de extralimitarse. Es el precio que paga quien dice lo que el poder no quiere escuchar. Pero ella responde con serenidad jurídica: su trabajo no es agradar a las potencias, sino proteger a las víctimas. Y las víctimas, en este caso, tienen nombres, edades, cuerpos bajo los escombros.
El mayor acto “subversivo” de Francesca Albanese es su coherencia. No le bastan las palabras huecas de la diplomacia; exige que el derecho internacional se aplique sin excepciones, sin dobles estándares, sin geopolítica. Por eso la atacan. No por sus errores, sino por su precisión.
En un tiempo donde la impunidad se disfraza de realismo y la diplomacia se somete al chantaje geoestratégico, figuras como Albanese nos recuerdan que el derecho, si no es para todos, no es derecho. Es arma.
Y ella se niega a empuñarla del lado equivocado.
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