Otro día en el que escribir por Palestina no sirve de nada
Un grupo de escritoras y escritores se moviliza para confeccionar un poema contra las masacres de civiles


“Todo permanece igual. Es aterrador”.
Elvira Hernández
Hemos visto otra masacre, hemos vivido otro día sin que nada cambie. Hemos hecho esto, una insensatez, un acto desesperado: pedir versos por Palestina sabiendo, sa-bien-do, que no servirán para nada. Porque esto no es una carta –otra carta– pero son palabras que ruegan, palabras arrodilladas como infancias rezando, que paren esto. También se puede gritar por la paz, aturullar el silencio horrendo de los cómplices: eso estamos haciendo. Aullando como lobas porque ya no queda más lógica que la del grito. Esto, lo que están leyendo, ha sido pensado desde la desesperación, desde la impotencia, desde mirar, sentadas en un sillón, un genocidio.
No, esta vez la historia no la escribirán los que ganan. No seguiremos mirando televisión sin dar gritos.
Pensamos en Rafeef Ziadah, poeta y tercera generación de refugiados de su familia, que dijo: “Mi cuerpo fue una masacre televisiva”. Ella contará los cadáveres y se preguntará si hay alguien allá afuera. ¿Hay alguien allá afuera? Los periódicos titularán (otro día, otra vez): “La ONU calificó el ataque como un posible crimen de guerra”. “El Papa hizo un llamamiento para que se ponga fin a las hostilidades”.
Retórica retumbando ruidosa como una bomba lejana.
Si García Lorca viviera habría dado este titular rotundo: “El niño sin sombra no volvió del mercado”. Si César Vallejo lo viera, como vio a los niños agujereados de la Guerra Civil española, diría: “Niños, hijos de los guerreros, ¿cómo vais a bajar las gradas del alfabeto hasta la letra en que nació la pena?”. Roque Dalton, entonces, diría: “Ellos disparan. Nosotros escribimos”. No sabemos hasta qué punto, Roque, eso tiene sentido: escribir no desincrusta las balas de los cuerpos, de los cuerpecitos. Todo parece absurdo, cómodo, insignificante. Y ante nuestra desesperanza, él insistiría: “Ellos niegan. Nosotros enterramos”.
Escritorxs de aquí y de allá nos autoconvocamos para intentar un poema urgente, en realidad para juntar un puñado de ideas/versos contra el genocidio del pueblo palestino perpetrado por el Estado de Israel ante la indiferencia del mundo. Enviamos un pedido a lxs demás: “Si pudieras hacer algo, realmente algo que no fuera por completo inútil o sí, tal vez sí fuera irremediablemente inútil, algo ni siquiera real pero que se escribiera como si de verdad se pudiera cambiar algo, por mínimo que fuera, por extremadamente pequeño en su gesto, que nos hiciera recuperar algo de la humanidad que perdemos cada segundo que vemos impotentes cómo despedazan Gaza, ¿qué harías?”. Y a continuación se sumaron. ¿Te sumas?
Desearía simplemente poder correr allí, a cada campo de refugiados y sostener a cada niño, taparles los oídos, para que no tuvieran que escuchar el sonido de las bombas por el resto de sus vidas.
Rafeef Ziadah
Voy a correr con los niños amputados. Seremos enteros. Cantaremos canciones palestinas. Construiremos castillos de arena sin miedo al cielo que no dejaba de caerse.
Ahmad Mohsen
Cantos de consuelo que surgen de la tierra y detienen con su vibración las bombas.
Yásnaya Aguilar
Dejaría en ruinas el resto del mundo.
Camila Sosa
Que los nombres, voces y testimonios de los que padecen la masacre, los sonidos del horror de los bombardeos, sonaran en los transportes públicos europeos.
Claudia Ulloa
Una niña de niebla / jugando con su perro de niebla /suspendidos sobre el cielo del norte.
Fernanda Trías
Un tsunami de lágrimas de niñas y niños que inunde los bunkers donde se esconden los que ordenan matar.
Dahlia de la Cerda
Cada vida a la Tierra volverá, cada lanza genocida a sus perpetradores encontrará.
Josefa Sánchez Contreras
Un sendero de algodones de hospital como migas de pan que una el parlamento y su embajada.
Cristina Fallarás
Dar retroceder como en una película o como Kurt Vonnegut en Matadero cinco para que las bombas regresen al lugar de donde nunca debieron haber salido.
Pilar Quintana
Un jardín de dientes de leche en la puerta de la casa de cada líder mundial.
Gabriela Wiener
Centrales eléctricas para la resurrección de la carne.
Marta Sanz
Protegería con mi cuerpo a un niño, a una niña, para que sea yo quien estalle en trozos de sangre y huesos, para que sea yo quien se queme viva oliendo mi propia chamusquina y, finalmente, sea yo quien desaparezca de este mundo.
María Fernanda Ampuero
Un sapo saliendo de la tierra húmeda ante los ojos de un hombre a punto de enlistarse.
Yolanda Segura
Una flota de cometas salvajes que hostigaran a los desalmados drones.
Sarah Babiker
Leer el Corán de adelante hacia atrás y entre un tiempo que regresa, para que los escombros vuelvan a formar pared y lo inerte a la vida.
Vanesa Londoño
Reunir ingredientes, hacer una sopa enorme, servir, no llorar, seguir sirviendo, servir de nuevo, que todo el mundo repita.
Sabina Urraca
Un cielo en donde solo volaran pájaros.
Mónica Ojeda
Mediterráneo salado de sangre y lágrimas. Si para ti ya es costumbre.
Diana J. Torres
En su celda de prisionero de guerra pondría a Netanyahu a hacer un taller ocupacional que consista en aprender a acariciar cadáveres de niños. Lentamente.
Ambrosia Mendez
Durante un día solamente podrían usarse versos de Mahmud Darwish para decir las cosas.
Alana Portero
Publicar un poema diario hasta que se apague el fuego contra Palestina.
Victoria Guerrero
Esperar que no te maten. Rafif es una guagüita de siete meses, entro a Twitter cada día esperando que no te maten, que no te maten, que no te maten.
Pino Luna
Un millón de sandías frescas abiertas y chorreantes regadas por el suelo de mármol negro de la Trump Tower en la ciudad de Nueva York.
Sofía Balbuena
Según aumenta la violencia y la hambruna en Gaza, un impuesto sobre la alimentación va subiendo en Europa.
Sara Torres
Aprender el nombre de una madre palestina y contarle a mis hijos su historia.
Luciana de Mello
Un traer de vuelta los ruidos propios de un pueblo que se sabe libre porque ni una sombra lo amenaza.
Lara Moreno
Convertir las lágrimas derramadas en antídoto para resucitar muertos. Cada vez que una madre llora sobre el cuerpo de ese hije, lo resucita, lo salva y se lo lleva para rescatarlo y esconderlo.
Yolanda Arroyo Pizarro
Bombardeo de más de 55 mil maniquíes pintados del color de la bandera de Palestina sobre la Beit Nassi (casa del presidente) en Israel.
Robert Baca
Construir un arca de titanio en la que ingrese toda la tierra palestina, sus casas, su gente, sus niños y el alimento suficiente hasta que el mundo aprenda a no destruir.
Sandra Suazo
Detenerme, detenernos completamente, parar hasta que pare, quitarles nuestra fuerza.
Tamara Grosso
Despertar cada mañana a los responsables del genocidio con audios de los gritos y llantos desgarrados de las víctimas palestinas.
Rocio Quillahuamán
Los zapatos de los 51.200 palestinos asesinados dispersos en los campos de golf de Trump.
Jacqueline Fowks
Un termómetro siempre a 37 grados. Según leí en la pared de un campo de concentración en Alemania, es la temperatura corporal común a todos los seres humanos.
Luciana Peker
Plantaría todas las placentas de madres feroces en suelo Palestino, para que donde quieren muerte siempre quede vida.
Sara Martínez
Un grito en todos los lugares del mundo a la misma hora que perfore los oídos de los indiferentes y que retuerza la nuca de los genocidas. Rocío Silva Santisteban
Usar todas las plataformas disponibles para corear: son personas, son personas, son personas. Devolverles la vida en la palabra coreada.
Alejandra Costamagna
Regar con lágrimas las ramas de sus olivos, torcidas como los huesos de una anciana que ha visto demasiado.
Gabriela Jáuregui
En cada camino enrejado, amontonar ollas llenas de delicias.
Ana Carolina Quiñones Salpietro
Desearía sembrar un árbol de la memoria y otro de la furia, en cada casa, hospital, escuela o calle bombardeada.
Elaine Vilar Madruga
Un bosque plantaría. Y haría casitas de árbol con mariposas y luciérnagas y pájaros para abrazar a las nenas y los nenes destrozados hasta que en sus corazones vuelva a haber alegría.
Gabriela Cabezón Cámara
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.