La guerra separó a mi familia; un mensaje la volvió a unir
Una breve comunicación transmitida por la Cruz Roja en 1943 permitió a mi tatarabuelo comunicarse con sus hijos

No sabía que en mi familia existía un testimonio de la Segunda Guerra Mundial hasta que hace apenas unas semanas una tía abuela me compartió una hoja frágil, desgastada por el tiempo y con la tinta azul desvanecida por los años. Fue entonces que supe de la desesperación de mi familia por mantenerse en contacto durante la guerra. El papel era un mensaje breve, enviado el 15 de febrero de 1943 a través de la Cruz Roja por mi tatarabuelo Pierre Flores, desde Argelia, en un intento por contactar a sus hijos en Francia. Ese mensaje fue su única —y última— esperanza de saber si seguían vivos.
Pierre e Isabelle, su esposa, habían migrado desde España décadas antes y se establecieron en Argelia. Pero sus hijos, entre ellos mi bisabuela María, emigraron a Francia poco antes de que la guerra arrasara Europa y desatara un éxodo masivo. Cuando los nazis ocuparon las Ardenas —la región fronteriza con Bélgica donde vivía parte de mi familia— y que Argelia y Francia se convirtieron en territorios enemigos, el contacto se volvió imposible: no había cartas, telegramas ni noticias.
La única excepción fue el “Mensaje de la Cruz Roja”, una forma de comunicación muy breve —no más de 25 palabras— que el Comité Internacional transmitía como intermediario neutral para mantener vínculos entre países en guerra. Pierre escribió a su hijo Esteban: “Queridos todos. Estamos con buena salud. ¿Cómo están ustedes? Queremos noticias de Ginés y María. ¿Dónde están? Besos. Pierre".

Y funcionó. Esteban recibió el mensaje y lo compartió con María, quien lo conservó. Cuando ella murió, en los años ochenta, mi tía abuela heredó sus papeles. Sabemos que lograron restablecer el contacto, aunque no tenemos claro cómo. Tal vez fue gracias a otro mensaje. Tal vez tuvieron que esperar al final de la guerra o encontraron otra vía. Lo importante es que volvieron a encontrarse, y todos con vida.
Leí esas líneas una y otra vez. No por su contenido —tan escaso y al mismo tiempo tan lleno de vida y esperanza—, sino porque sentí que algo improbable había sucedido: me encontré con aquel papel guardado amorosamente por más de 80 años, que hoy representa un testimonio dela humanidad en uno de los momentos más oscuros del siglo XX, y una prueba de la tenaz voluntad de una familia por no desaparecer en medio del caos.
Por una vuelta del destino, hoy trabajo para el mismo programa humanitario que en el siglo pasado ayudó a mi tatarabuelo: coordino las actividades de restablecimiento del contacto entre familiares en México y América Central, donde miles de personas siguen esperando noticias de sus seres queridos desaparecidos por situaciones de violencia, conflictos armados del pasado o en contexto de migración. Y aunque ahora contamos con teléfonos móviles y nuevas tecnologías, la esencia del programa sigue siendo la misma que en 1943: alguien, en algún lugar, necesita saber si la persona que ama se encuentra bien.
Descubrir ese mensaje no solo completó una parte de mi historia familiar, sino que me hizo comprender el valor incalculable que cada búsqueda tiene para quienes mantienen viva la esperanza de reunirse nuevamente.
Hoy en el mundo hay más de 120 conflictos armados activos. Pero no solo en la guerra se sufre. En muchos países, la violencia también fragmenta comunidades, arranca vidas y separa familias. Millones de personas viven sin saber qué pasó con los suyos, despojadas incluso de sus derechos básicos, incluido el de estar con su familia.
En esos contextos, el programa de la Cruz Roja y la Media Luna Roja —la red humanitaria más grande del mundo— sigue siendo, para muchas personas, la única vía posible para restablecer el contacto. Como en 1943, cuando un simple mensaje permitió a mi tatarabuelo comunicarse con sus hijos, hoy seguimos ofreciendo este servicio gratuito a quienes sienten la imperiosa necesidad de saber dónde y cómo se encuentran sus seres queridos o de reencontrarse con ellos.
Este 8 de mayo, Día Mundial de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, rendimos homenaje al trabajo discreto y constante —una carta, un mensaje, una llamada— que devuelve dignidad y alimenta la esperanza de las familias decididas a reencontrarse. El legado y la labor del Movimiento Internacional deben protegerse porque siguen representando la esperanza en medio del caos y una promesa viva de nuestra humanidad.
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