Ansiedad climática en Puerto Rico: una nueva investigación revela el impacto emocional de los huracanes
El recuerdo del ciclón María y la falta de preparación institucional alimentan el estrés emocional de cientos de puertorriqueños

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Valerie Abreu tenía 19 años y acababa de comenzar su segundo año universitario cuando pasó 48 horas encerrada en su casa, sin luz ni agua, escuchando la radio durante el huracán María. “Es que no hay manera de que esto aguante”, pensaba, preocupada por familiares con techos de zinc y casas junto a cuerpos de agua.
Cinco años después, Fiona se sintió peor. No por su fuerza, sino por lo que reactivó. “El silbido del viento revivió mis recuerdos de María y me preguntaba: ‘¿Cómo voy a poder sobrellevarlo y mantener mi ansiedad bajo control?’”. Hoy, a sus 26 años, el sonido de un vendaval o una lluvia intensa basta para ponerla en alerta. “Uno se pone nervioso, porque no solo es el huracán, es saber que la vez pasada la respuesta fue fatal”. Con el calentamiento global acelerando sus efectos en el Caribe —con temperaturas récord, sequías prolongadas y huracanes cada vez más intensos—, la infraestructura, la economía y el tejido ecológico de la región se ven amenazados.
En Puerto Rico, donde la memoria colectiva aún carga con el trauma de María, estos eventos climáticos exacerban una dificultad menos visible pero igualmente urgente: la salud mental. Según el reporte Enraizando ante la crisis climática de la organización ecológica Amigxs del M.A.R. (Movimiento Ambiental Revolucionario) y divulgado a finales de junio, el 31% de las personas encuestadas reportó ansiedad relacionada con la crisis ambiental, y un 55% afirmó haber sufrido un trauma por algún evento climático. Estas afectaciones se agravan por desigualdades sociales y por una percepción generalizada de abandono gubernamental.
Luego de su experiencia con los huracanes, no fue solo la ansiedad lo que se instaló. Con el tiempo, Abreu comenzó a notar algo más profundo: su cuerpo nunca bajaba la guardia. “Me di cuenta de que, aparte de la ansiedad que me daban los fenómenos climatológicos, la hipervigilancia siempre estaba prendida”. Según la psicóloga Mariveliz Cabán, profesora y coordinadora de la Red de Respuesta en Salud Mental para Emergencias y Desastres de la Asociación de Psicología de Puerto Rico (APPR), esto no es inusual. Muchas personas con condiciones de salud mental previas —como ansiedad o depresión—experimentan una agudización de sus síntomas ante la amenaza de eventos extremos, incluso antes de que ocurran. La simple llegada de la temporada de huracanes puede ser suficiente para detonar crisis emocionales. Cabán insiste que “la salud y la salud mental deben entenderse como una sola: todo está en el mismo cuerpo y el cuerpo reacciona al entorno”. Desde esa perspectiva, vivir bajo amenaza constante—ya sea por apagones, inundaciones o pérdida de vivienda— tiene efectos acumulativos que vulneran el bienestar integral de las personas.
Yesenia Delgado, psicóloga social, comunitaria y presidenta de la APPR, insiste en que las emociones y decisiones durante una emergencia están profundamente ligadas al acceso a recursos. No basta con señalar la “resiliencia” de las comunidades sin considerar las condiciones materiales que las sostienen. “Háblame de resiliencia, pero también háblame de recursos”, plantea.
Delgado enfatiza en que no todas las comunidades enfrentan los eventos climáticos desde el mismo lugar. Por eso, urge adoptar una mirada microlocal y dejar atrás las soluciones homogéneas que ignoran las particularidades de cada barrio. “Cuando tú trabajas con la gente, cuando hay análisis y recomendaciones que salen de la comunidad, eso mueve de verdad”, dice. Para ella, escuchar, hacer censos comunitarios y permitir que los ciudadanos participen en la creación de estrategias, no solo mejora la respuesta emocional, sino que también fortalece el sentido colectivo de agencia y cuidado.
Investigación con raíz comunitaria
La ansiedad de Abreu no solo se sostiene en el recuerdo del huracán, sino en una certeza más amplia y compartida: la preparación institucional sigue siendo una promesa rota. “Ponen como este frente de que sí, el Gobierno se ha preparado, pero realmente no”, lamenta.
Su testimonio encuentra eco en la investigación de Amigxs del M.A.R. Allí cientos de personas relataron el peso emocional no solo del clima, sino de la inacción estructural que le sigue. Erimar Ladrón, su organizadora comunitaria, conoce de cerca ese desasosiego colectivo. Llevan casi tres décadas defendiendo el ambiente desde las comunidades costeras, razón que los llevó a impulsar este estudio luego de constatar, en múltiples encuentros regionales, un patrón emocional recurrente: el agotamiento psicosocial ante la pérdida de espacios y la ausencia de respuestas institucionales concretas.
“Durante los encuentros costeros, las personas hablaban de que se sentían abrumadas con las situaciones en sus comunidades”, explica Ladrón. Ante la escasez de datos oficiales que documenten esta realidad, el equipo se propuso traducir este sentir en información. “De saberlo a evidenciarlo, son dos cosas distintas”, afirma. Para Landrón, se trata de una herramienta con un potencial transformador. “Tenemos un instrumento valiosísimo para generar o levantar datos”, afirma. En un país donde escasean los estudios que vinculan crisis climática y salud mental, el valor de esta sistematización es doble: permite reconocer un patrón colectivo y ofrece evidencia útil para fundamentar política pública.
En continuidad con este esfuerzo, la organización se propone regresar a los espacios comunitarios y académicos para compartir los hallazgos, apostando por un conocimiento que acompañe las luchas locales. Este nuevo estudio se articula con su herramienta digital previa: el Mapa de Costas de Puerto Rico, lanzado en 2023, que documenta las denuncias ciudadanas sobre privatización y destrucción del litoral.
“El informe puede acompañar a proyectos comunitarios en sus reclamos”, asegura Ladrón. Ante la inacción institucional, organizaciones comunitarias como Taller Salud han ocupado el lugar del Estado, diseñando respuestas desde y para el territorio. Con más de cuatro décadas de trabajo junto a mujeres afrocaribeñas, han cultivado redes espontáneas de apoyo emocional y material: comedores, censos y donativos. “Las soluciones nacen desde abajo, desde quienes viven y sienten la urgencia todos los días”, afirma Roberto Fernández, psicólogo de la organización. En Loíza, Salinas, San Germán y Vieques, su Escuela Promotoras de Salud Comunitaria capacita a mujeres para atender las necesidades físicas y emocionales de sus vecinos. “La promotora es vecina, amiga y guía. Y esa cercanía transforma”, subraya.
Por su parte, en Proyecto Matria —organización que trabaja por la equidad de las mujeres y otros grupos marginalizados— entienden la resiliencia “como una capacidad colectiva, no como una obligación individual”. Una de las iniciativas que impulsan, además del acompañamiento clínico, es la Casa Solidaria: un proyecto de recuperación comunitaria liderado por mujeres. “Allí, junto a las residentes, reconstruimos hogares, sembramos huertos comunitarios, creamos una escuelita para la niñez y facilitamos talleres de autogestión, justicia climática y salud emocional. Cada una de esas acciones fue una estrategia para sanar la tierra, el cuerpo y el vínculo social”, explica Cristina Parés, directora ejecutiva. Además de la autogestión, también surgen espacios de crítica como Mad in Puerto Rico, en el que profesionales como la doctora Laura López y el doctor José Luiggi insisten en que “los problemas son estructurales, pero las políticas siguen enfocadas en el individuo”.
En un país donde la comunidad es la primera línea de respuesta, su llamado es simple: “Si el Gobierno no quiere ayudar, que al menos no estorbe”. A pesar de los esfuerzos comunitarios y de espacios alternativos que resisten el abandono, hay heridas que no terminan de cerrar. Algunas se activan con una tormenta pasajera, con el rugido del viento o con una alerta de inundación en el celular. En esos momentos, el cuerpo de Abreu rememora. “Cuando me remonto a esas 48 horas, respiro profundo y me recuerdo a mí misma: ‘Mira, ya eso pasó. Estás segura’”.
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