Casa Bernabé: un refugio para el ave más pequeño del mundo en el corazón de Cuba
Un apasionado de la ornitología creó en Matanzas un santuario al que llegan una treintena de aves endémicas y migratorias, incluido el carismático zunzuncito, que mide apenas cinco centímetros y pesa dos gramos


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En el año 2002, el ciclón Michelle tumbó por completo la casa en la que vivían Juana Matos y Bernabé Hernández. El Gobierno cubano los reubicó meses después en una hermosa vivienda rodeada de palos de mango y plataneras, en Pálpite, en el corazón de Cuba. Bernabé se hizo rápido a su nuevo hogar porque desde aquí “podía ver más pajaritos”: algunos eran fáciles de encontrar en el bosque que sirve prácticamente de jardín extendido y a otros le tocaba hacerles saber que eran bienvenidos. “Empecé a dejarles las flores que les gustaban o unos pedacitos de plátano maduro”, explica. Veinte años después, cuando los colibríes, tocororos y zunzunes -el ave más pequeña del mundo- se acostumbraron a sobrevolar, anidar y jugar en la Casa Bernabé, llegó el huracán Ian. Las más grandes lograron esquivar con dificultad los vientos de hasta 200 kilómetros por hora, pero los zunzuncitos fueron cayendo uno detrás de otro en su patio. “Yo los cogí y los cuidé hasta que pasó el temporal”, recuerda. “De alguna forma les di otra casa como me la dieron a mí”.
La afición por los pajaritos -como les dice con cariño Bernabé- y en concreto por el zunzún, pronto se convirtió en un segundo trabajo. En las mañanas iba a su puesto en la bodega del mercado en el que estuvo empleado durante décadas y en las tardes siguió adentrándose en el parque, haciendo trillas, colocando alimentadores, llevándoles frutas… “Se escuchaba alguno que otro, pero eran muy pocos. De los pequeñitos nunca los conocí al principio”, dice. Y un buen día, explica apasionado, vio llegar a uno diminuto de no más de cinco centímetros a beber a una jícara, una vasija pequeña hecha con una semilla. “Fui corriendo a llamar a un guía turístico y me dijo: ‘Estás de suerte. Tienes al ave más pequeña del mundo en tu casa’”, rememora este cubano de 66 años, que vive a escasos kilómetros de la Ciénaga de Zapata (Matanzas), el mayor humedal del Caribe.
La mitad del zunzún (Mellisuga helenae) es el pico. Su cuerpo ronda los tres centímetros y pesa apenas dos o tres gramos. Esta ave endémica de Cuba muy similar a un colibrí en miniatura recibe este cariñoso mote por el zumbido que hacen sus alas, que aletean entre 80 y 100 veces por segundo; una cifra que triplican los machos durante la época de apareamiento. A pesar de lo chiquitito (en inglés su nombre es colibrí abeja), bebe hasta ocho veces su peso e ingiere en néctar e insectos casi la mitad de su masa corporal. Pero sus colores azules y verdes no son lo único que llaman la atención: también es conocido por sus capacidades únicas de vuelo. Alcanza los 32 kilómetros hora. El zunzún, como los colibríes, son los únicos pájaros capaces de volar hacia atrás y frenar en seco mientras vuelan en el aire, lo cual dificulta la tarea de sus predadores.

Aunque en Casa Bernabé lleguen por montones a los bebederos y a tomar del néctar de las naranjas flores de los ponasís, es cada vez menos común encontrarlos por la isla. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), sólo hay entre 22.000 y 66.000 zunzunes en la isla. De acuerdo con la organización, la población de esta especie está disminuyendo “moderadamente rápido” desde el 2000, como resultado de la pérdida y degradación forestal y ya desaparición de muchas zonas donde antes se consideraba ampliamente distribuida. “La especie podría ser incluida próximamente en la lista de especies amenazadas”, se lee en la web.
Después del hallazgo en la casa de Bernabé, llegaron varios equipos del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba, más conocido por las siglas CITMA, para darle directrices sobre cuál era la proporción idónea de azúcar en los bebederos (una por cada cuatro de agua), qué árboles los atraían y qué hacer en caso de que anidasen. “Hasta ellos mismos estaban impresionados de verlos tan cerca. También vinieron unos americanos biólogos para estudiarlos y decidieron hacerlo en casa. Decían que no era tan normal que llegaran tantos a un mismo sitio”, recuerda. Preguntado por el secreto, Bernabé sonríe antes de responder: “Pues mira, ponasís como los míos son los que tienen todos en Cuba, así que debe ser que les caí simpático. Creo que vienen porque soy su amigo”. Doña Juana asiente convencida de que es esa la razón principal. “Los pajaritos no se asustan con él, vienen donde está. Eso no pasa con nadie más”, cuenta la mujer de 71 años.
A pesar de no ser un ave migratoria, es inquieta y aventurera. El zunzún es capaz de visitar unas 1.500 flores al día y en ello consume proporcionalmente 10 veces lo que una persona corriendo una maratón. Estos diminutos seres coloridos se han adaptado al clima frío nocturno mediante el letargo. Durante las noches, su temperatura corporal, que normalmente es de 41°C y es una de las más altas del reino animal, desciende hasta alcanzar la temperatura externa para conservar energía.

“¿Pero qué es esta belleza?”, se pregunta nada más entrar una joven dominicana que busca apresurada el celular en su bolso. “¡Hay muchísimos!”, añade. Su marido se lleva las manos a la cadera y los observa con atención sin moverse. “Bienvenidos a la casa de los pájaros”, dice risueño Bernabé, quien los invita a sentarse en un pequeño porche de madera para esquivar el inclemente sol cubano. El ornitólogo amateur sujeta uno de los bebederos en el aire y los llama: “Pff, pfff, pfff. Vengan a beber”. Segundos después, un colibrí y un diminuto zunzún se acercan al pitorro. “Aquí lo tienen, este pequeñín de aquí consigue dar 80 aleteos por segundo”, cuenta ante dos grupos de turistas que se acumulan en la terraza para leer las señales explicativas que tiene colgando del tejado y tocar las crías de tortuga que devuelve a su hábitat. Aquí crecen bajo la sombra de árboles de guayaba y mango.
“Esta es mi segunda vez aquí”, dice la dominicana. “Todo el mundo en Pálpite habla de esta casa, es una parada obligatoria”. La clave de que su hogar se convirtiera en un punto turístico del municipio costero es el boca a boca. Este miércoles ha recibido al menos a una treintena de personas de Rusia, Francia y República Dominicana que pagan un dólar por la visita. Desde hace una década, Bernabé sustituyó su trabajo como bodeguero para dedicarse de lleno a su pasión y un negocio bastante más lucrativo. Cuenta su cuñado que en temporadas altas, las guaguas turísticas se meten entre las estrechas callejuelas del vecindario y paran en su puerta. Gracias a este santuario de pájaros, cuatro de los vecinos de los Hernández Matos montaron pequeños paladares y tienditas. “El turismo nos beneficia a todos, ojalá llegaran más”, dice.

Mientras Bernabé entretiene a los extranjeros con datos curiosos de este entrañable pajarito, doña Juana va sacando con cuidado las artesanías en madera que hace un amigo artista en Camagüey, postales, camisetas con diferentes aves bajo la palabra Cuba, unas botellas de ron y habanos. “¿Me ayudas a subir las cajas, mi amor?”, le pide a un turista. “Mis manos ya se me cansan”, le explica con cariño. Mientras, sobrevuelan cerca un colibrí esmeralda de Ricord y se escucha un carpintero unos pasos más allá. “¿Sirven almuerzo aquí?”, le pregunta el turista al concluir su tarea. “Aún no, pero seguro que pronto. Mientras, aquí cerca hay paladares muy ricos…”.
La amistad de los pajaritos les ha cambiado la vida. Las aves se han convertido en una sólida fuente de ingresos y en una responsabilidad que prefieren no delegar. Bernabé cuenta que le cambia el agua cuatro o cinco veces al día “para que la beban fresquita” y que ya casi no salen para que no se queden solos. “Si nos toca irnos uno o dos días, llamamos a mi hermano para que duerma aquí y nos llame cada rato para saber que todos están bien”, dice doña Juana. Lejos de ser una carga, para ambos se ha convertido en un propósito. Por eso, Bernabé ni siquiera piensa en pasar el testigo. “Uy no, aún les queda este amigo para rato. Yo de esto no me voy a cansar nunca”, zanja.
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