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El drama brasileño de la guacamaya de Spix, al borde de la extinción por segunda vez

Los últimos 11 ejemplares que quedaban en libertad están contagiados con un virus letal y el Gobierno ha multado al centro de reproducción por varias negligencias

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La película de animación Río, de 2011, contaba la historia de dos loros azules, los últimos de su especie, abocados a un romance que garantizase la supervivencia de la especie. El filme, del brasileño Carlos Saldanha, fue un éxito de taquilla basado en hechos reales: la saga de la guacamaya de Spix, una especie endémica de Brasil que en ese momento estaba extinta en la naturaleza. En los últimos años, un prometedor proyecto de reintroducción consiguió devolver la especie a su hábitat natural, la sabana arbustiva del interior del estado de Bahía. En 2022, se liberaron los primeros ejemplares. Había esperanza en el horizonte, pero las buenas noticias duraron poco. En los últimos meses, un virus letal asoló el criadero construido para reproducir la especie y hubo que recapturar a los animales que ya estaban en libertad. Mientras tanto, las autoridades ambientales de Brasil, la policía y los responsables del centro de reproducción, cruzan acusaciones.

La guacamaya de Spix (Cyanopsitta spixii), que en Brasil conocen simplemente como ararinha-azul (lorito azul) fue bautizado así en homenaje al naturalista y explorador alemán Johann Baptist von Spix, que en 1819 se hizo con un ejemplar a orillas del río São Francisco. Tras años de tráfico ilegal y de destrucción del hábitat, el último ejemplar libre se vio volando en octubre del año 2000. A partir de entonces, la especie se dio por extinta en la naturaleza, hasta que se cruzó en su destino con otro alemán: Martin Guth, máximo responsable de la Asociación para la Conservación de los Loros Amenazados (ACTP en su sigla en inglés), una especie de zoológico privado con importantes colecciones de aves en peligro de extinción, con sede en las afueras de Berlín. La organización, muy opaca y rodeada de polémicas, atesora cientos de ejemplares de especies prácticamente desaparecidas, lo que la hace imprescindible en muchos proyectos de reintroducción en varios países.

En 2020, la organización se instaló en Brasil, construyó un criadero en Curaçá, en el interior del Estado de Bahía, y firmó un acuerdo de cooperación con las autoridades ambientales de Brasil. Dos años después, se soltaron los primeros ejemplares. Las cosas empezaron a torcerse en mayo de este año, cuando vieron que un polluelo que había nacido en libertad no desarrollaba bien las plumas y tenía dificultad para volar. Los tests probaron que tenía circovirus. Se trata de un virus que para las guacamayas y otras aves silvestres es letal; la expectativa de vida varía entre seis y 12 meses. Por suerte, no se transmite a los humanos ni a las aves de corral, como las gallinas.

Tras la detección del primer caso, empezó el caos. El polluelo, la madre y los hermanos (las guacamayas con las que había tenido contacto) no se aislaron correctamente, lo que contagió a otros ejemplares del criadero, explica por teléfono Claudia Sacramento, coordinadora de Emergencias Climáticas y Epizootias del Instituto Chico Mendes de Conservación y Biodiversidad (ICMBio), el órgano del Gobierno que cuida de los parques naturales y las especies amenazadas: “A esa cría, la pusieron con otros individuos que iban a ser liberados en la naturaleza. Lo que veo es una inocencia, una negligencia o una imprudencia. No consideraron la gravedad de las consecuencias de ese virus, tanto para las guacamayas como para las demás especies de fauna brasileña”, critica la especialista.

El centro no dio demasiada importancia a la aparición del virus, y en junio pretendía soltar 20 ejemplares, que después se supo que, en su mayoría, ya estaban infectados. Finalmente, la operación se paralizó. Además, tras mucha insistencia por parte de las autoridades brasileñas, en noviembre recapturaron a las 11 guacamayas que ya estaban libres en la naturaleza desde hace tiempo para testarlos. Todas dieron positivo. El virus estaba dentro y fuera del recinto.

La relación entre el criadero y las autoridades de Brasil fue tensa desde el principio y fue escalando con el tiempo. Faltó transparencia, hubo desobediencia a las medidas sanitarias obligatorias y graves condiciones de higiene, con excrementos en comederos o trabajadores sin guantes y máscaras. El acuerdo de colaboración con la entidad privada (que financia totalmente el proyecto de reintroducción) se rompió el año pasado, ya antes de la crisis del virus, por los continuos desentendimientos. En septiembre, ante la falta de colaboración, se precintó el criadero, y el colofón llegó a principios de diciembre, cuando la Policía Federal lanzó la operación Blue Hope para investigar la propagación del virus. Los agentes se llevaron celulares y computadores de los trabajadores del criadero, que recibió una multa de 1,8 millones de reales (330.000 dólares).

La empresa remitió a América Futura un comunicado asegurando que mantiene “total tranquilidad” sobre el trabajo realizado y que confían en las investigaciones. Además, aseguran que las 103 aves que hay en el centro “están todas en buen estado clínico general”, que 98 de ellas no han dado positivo en tests recientes y que las cinco contagiadas están sometidas a “protocolos rígidos de bioseguridad y bienestar animal”. Uno de los argumentos que usa el centro para defenderse es que hay divergencia entre las metodologías de los laboratorios del ICMBio y los que ellos usan. Las autoridades brasileñas rebaten que cualquier ave que haya dado positivo en el pasado ya no está apta para ser liberada en la naturaleza, aunque a simple vista parezca curada, porque puede ser asintomática y propagar el virus de forma intermitente.

El drama de la guacamaya de Spix es que su futuro depende de una organización rodeada de controversias. Para el Gobierno brasileño, la negligencia con el virus del criadero de Bahía fue la gota que colmó el vaso. También pesan en contra la opacidad de la organización madre en Alemania, sobre todo después de que se supiera que vendieron al menos 25 ejemplares de la especie a un magnate de la India para su colección privada, por altas sumas de dinero. Brasil rompió lazos con la polémica asociación, pero dejar de colaborar con ellos no será tan fácil si se quiere recuperar la especie. “Son los que tienen más guacamayas de Spix en el mundo. Solo hay 300 animales en todo el planeta y ellos tienen la mitad”, recuerda Sacramento. Hay algo de esperanza en el zoológico de São Paulo, que tiene una veintena de estas guacamayas, pero la escasa variedad genética hace que sea poco factible que funcionen como alternativa. Al menos, las guacamayas que llegaron desde Alemania y ahora están en el interior de Bahía (contagiadas o no) ya pertenecen al Estado brasileño y no pueden salir de territorio nacional. De momento, tampoco de sus jaulas.

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