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En colaboración conCAF

‘Beba’ Linaro, la argentina que refugió a una decena de animales abandonados por un zoo

Al cierre del zoológico de Rosario, la artista y ambientalista pidió la tenencia de 14 ejemplares que habían sido dejados en un ex basural. Fundó MundoAparte, un espacio para la fauna silvestre lastimada o mutilada

'Beba' Linaro toca a Pololo, un carancho que llegó al refugio hace cinco años con graves problemas para caminar.

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“¡Vamos nenas! ¿Cómo estamos hoy?”, saluda María Esther ‘Beba’ Linaro, de 75 años, a las “pirinchas” [guira guira], al llegar a MundoAparte, un refugio de animales silvestres maltratados en Rosario, en la provincia argentina de Santa Fe. Las aves responden revoloteando sobre su cabeza y acompañándola a recorrer el predio de dos hectáreas, donde cuida y rehabilita a unos 70 ejemplares víctimas de la acción humana.

- ¿Hablás con ellos?

- Todo el tiempo.

Linaro es artista plástica, profesora de Bellas Artes, ecologista y la última directora del viejo jardín zoológico municipal. “Los animales no entienden, perciben, que es peor. Es el entendimiento a otro nivel”, explica la mujer, que es también una de las precursoras del ambientalismo argentino. Creó un grupo ecologista en los años 80, cuando la defensa del ambiente estaba en la agenda de muy pocos; militó en la defensa del río Paraná denunciando la contaminación industrial; impulsó la ordenanza que prohíbe los espectáculos con animales en Rosario y lideró protestas contra circos que los utilizaban. En 2001, fundó MundoAparte para dar asilo a 14 animales sobrevivientes a la clausura del zoo en 1997, confinados en un ex basural.

“Nunca estuve de acuerdo con el cierre del zoológico, a pesar de que cuando entré en 1990 mi idea era justamente cerrarlo y llevar a los animales a un lugar mejor”, cuenta. Luego supo que no había dónde trasladarlos. Durante su gestión intentó cambios desde adentro, aunque algunos fallaron. Trasladó a un tigre de un recinto sobre el cemento a otro mejor, pero a los dos meses estaba muerto. No se adaptó. También entregó ciervos a un organismo oficial de Santa Fe sin saber que serían derivados a cotos de caza. “Me encontré con una realidad espantosa”, sostiene.

Linaro cree que los zoológicos son consecuencia de la soberbia humana. Por eso pensó en una transición desde adentro del zoo, a partir de la concientización sobre los daños del cautiverio. Redujo los días de apertura al público; dejó de esconder a los animales más viejos y propició la liberación de ejemplares, como un yacaré en los Esteros del Iberá, y flamencos rosados en la provincia de Córdoba. Fue inédito en el país.

Prince llegó al refugio por disposición judicial, rescatado de una estancia en Santa Fé, donde vivía tras ser comprado a un circo.

Finalmente, contra su voluntad, el zoológico cerró. La artista afirma que se oponía al cautiverio y la exhibición, pero también, al plan de desmantelamiento del zoo y a lo que implicaba para el destino de los animales. “Pedimos seis meses para encontrarles un lugar. Pero no hubo caso”, recuerda. Participó en protestas junto a los guardas del zoo y solicitó la tenencia legal de los animales “olvidados” en un ex basural, a los que las autoridades llamaban “residuales”. “Para ellos, los animales eran residuos que había que sacarse de encima”, enfatiza.

Recurrió a la justicia. Al fin, le donaron tres pumas, dos monos carayá, un mono araña, un jabalí, dos ositas meleras y una osa parda que murió antes de ser trasladada. También dio asilo a tres zorros pampeanos, un ciervo y una leona de circo, ubicados en otro predio.

El traslado fue complicado, tanto en logística como en lo económico. Para costear la movilidad y crear los hábitats en un terreno de la nación, Linaro gastó 9.000 dólares que ganó por la restauración de una colección de pinturas francesas. Así, fue cambiando las galerías de arte, los viajes a Europa y a su modista de ropa a medida, por el cuidado y la rehabilitación de animales silvestres lastimados, víctimas del mascotismo, de cazadores, de tráfico ilícito o de accidentes de tránsito. “El arte y la naturaleza son la misma cosa”, piensa.

Un mundo aparte

Linaro siempre creyó que MundoAparte estaría abierto hasta el último respiro de los sobrevivientes al zoo, pero de a poco fueron llegando otros animales, golpeados o mutilados. “Nunca pensé en un proyecto de este tipo. Las malas decisiones de las autoridades y las decisiones mías me fueron llevando. Así empezó todo”, relata.

María Esther 'Beba' Linaro.Foto: SEBASTIÁN LÓPEZ BRACH

En el refugio, el cuidado es personalizado, con comida premium, suplementos dietarios y hasta estufas en las jaulas para que los monos carayá pasen el invierno. “Empezamos a cumplir una función que el Estado no cumplía”, refiere Linaro, declarada Ciudadana Ilustre de Rosario. Ella es el corazón de esta reserva enfocada en la rehabilitación y, si es posible, en la liberación. Está acompañada por Franco Peruggino, coordinador del proyecto, y por un grupo de voluntarios.

Los gastos de la ONG son grandes: solo la carne diaria del tigre cuesta unos 150 dólares. Se sostiene con un subsidio municipal —que alcanza para dos semanas de alimento—, el aporte voluntario de socios privados y con las visitas abiertas al público y a las escuelas.

Su conexión con los animales es difícil de explicar. Cuando llega en su viejo automóvil Ford estadounidense —bautizado “Atila Carlomagno”— los animales la sienten, la esperan. Recorre el predio sin molestar y conversa con ellos en voz baja y amorosa. Se acerca a la jaula de Pololo, un carancho [el ave de rapiña más grande de la pampa] con las patas atrofiadas que Linaro ayudó a rehabilitar haciéndole masajes.

Pololo grita. Ella le habla. “¿Qué pasa papá? ¿Por qué estás tan enojado?”, le pregunta. El animal se calla, se acerca y se echa increíblemente al suelo para recibir sus caricias.

Escenas de acercamiento se repiten con los gatos monteses, con el búho de los campanarios ciego y sin alas, con el par de pumas huérfanos a causa de un cazador, con las lechuzas heridas por balas o gomeras, y con los zorros, el monito capuchino y con Prince, el tigre de Bengala. Este último es el único derivado por la justicia: vivía en una jaula de circo, en una casa particular, en muy malas condiciones. “Hola, mis amores”, les dice.

Cuenta que un neuropsicólogo le explicó que esa inusual conexión se llama sincronía, un fenómeno que los une más allá de la especie que los separa. Son individuos que se entienden gracias a una percepción diferente basada en la sensibilidad y el respeto. Algo así como una experiencia extrasensorial.

Alexis, un tatú peludo ciego que vive en el refugio desde 2019, tras ser encontrado bajo el piso de una casa.

“Lo más importante de nuestra filosofía de trabajo es el respeto a la vida del otro, cualquiera sea la especie”, remarca. Ella se siente parte y ve en los animales “el amor en el estado más puro”, una fuente de motivación. “Muchas veces me voy tan cansada que digo: ‘mañana no vengo’, pero me levanto y digo: ‘¿a qué hora hay que estar?’”, se ríe.

Un voto de confianza

Cada ejemplar tiene un nombre, una identidad y una historia. Carga con las marcas visibles o intangibles que lo llevaron hasta allí. Linaro siente que los animales son agradecidos. Conoce sus gestos y cuando dan un voto de confianza. “Si te sostienen la mirada, vos ya sos parte de ellos”, dice. Lo mismo ocurre cuando un felino te deja pasar por detrás de él.

La conexión es tan fuerte que aun cuando los animales ya no están, ella siente su presencia. Le pasa con Fénix, un león que llegó moribundo, pero vivió 12 años, y alguna vez rugió allí a los cuatro puntos cardinales como en la selva. Algo inusual en cautiverio.

Linaro recuerda una experiencia “rara” que tuvo y de la que un voluntario es testigo. El día en que el búho Desplumado apareció muerto en su jaula, ella lo puso sobre su pecho dándole aliento y el corazón del ave volvió a latir. Dice que sintió como si ella fuera el búho y el búho, ella; así como una extraña felicidad.

“Las fieras están afuera”

Esta mujer delgada y alta, de cabellos largos y canosos, quisiera que el refugio deje de ser necesario, pero los animales maltratados por el ser humano no paran de llegar. Recuerda que antes de dirigir el zoológico alguien le dijo: “las fieras están afuera”. Y todavía esa frase tiene vigencia.

Linaro remarca que en 24 años los animales le han enseñado muchas cosas, en especial, la incondicionalidad. “Les he entregado mi vida”, piensa. Pero también cree que ellos están haciendo algo por su cuidadora. “Otras mujeres a mi edad sienten que están por entrar al cajón. A mí, los animales me dan motivos para vivir”, concluye.

Tuqui es un Tucán Pico Verde que llegó al refugio hace cuatro años tras ser rescatado de una planta industrial en Rosario.

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