La secta inmortal Lev Tahor: el viaje sin fin de los ‘talibanes judíos’ por el mundo
Colombia se convierte en el séptimo país que ha intentado parar a esta agrupación, con señalamientos por abuso sexual y trata


En el celular de Andrés Orrego, el contacto quedó guardado como Amigo Americano. Orrego, que regenta un pequeño supermercado en el corazón da Yarumal, un pueblo del norte de Colombia, le gustaba la corrección de este hombre extranjero, extraño y desconocido. Se esforzaba en hablar bien español, pagaba en efectivo con billetes nuevos y casi siempre era puntual. Además, compraba a lo grande, como para una multitud: 10 kilos de maní, 25 de naranjas, 10 de berenjena, 100 kilos de papas, 50 cocos, 75 limones… Y luego, sí, cosas más raras: un pescado difícil de encontrar, harina de trigo orgánico, miel pura de una floración precisa. Una semana después de conocer a ese vecino misterioso, Orrego tuvo que acercar incrédulo su rostro a la pantalla del televisor para asegurarse: su amigo americano era el principal detenido en un operativo contra Lev Tahor, la secta judía ultrarradical cuyos líderes han sido condenados por abusos y matrimonios infantiles en Estados Unidos. Los talibanes judíos, como se les conoce, buscaban echar raíces en Antioquia. En su pueblo. Al lado de su supermercado. Colombia, el séptimo país por el que han pasado estos individuos en la última década, se enfrenta a las mismas dificultades que en su momento tuvieron México o Guatemala: no tiene claro qué hacer con ellos ni cómo frenarlos.
El Amigo Americano —del que no ha trascendido el nombre— lideraba una comuna de otros ocho adultos y 17 menores de edad. Vivían en un hotel de camioneros a las afueras del pueblo. Las niñas iban envueltas en túnicas de la cabeza a los pies, como un burka que solo dejaba al descubierto el rostro. Orrego es de los pocos yarumaleños que conocieron de cerca a los adultos, o a los cuatro que se acercaban a su tienda para hacer la compra. Para el resto de los 45.000 habitantes, pasaron inadvertidos. Ni los comerciantes aledaños, ni los jóvenes del barrio, ni los vendedores ambulantes los habían visto en persona antes de que las imágenes de niñas veladas y niños con peot dieran la vuelta al mundo. Aunque, en realidad, había mucha gente observándolos.
Cuenta Cristian David Céspedes, el alcalde de este pueblo campesino y ganadero, que desde que llegaron el 22 de octubre vía Nueva York, las siete familias judías estaban siendo investigadas por la Fiscalía. Sus antecedentes hicieron saltar las alertas. La secta obliga a sus hijos a casarse entre ellos y tener la mayor descendencia posible. Hacer crecer la colonia, los fieles. Aunque el alcalde asegura que estaban de paso en Yarumal, EL PAÍS tuvo acceso a unos audios en los que dos de los líderes solicitaban ayuda a un comerciante para alquilar una finca donde fundar una colonia.

Esos planes se desmoronaron. En un operativo conjunto, funcionarios de Migración Colombia y del Ejército Nacional irrumpieron en el hotel en la noche del pasado 23 de noviembre, mientras rezaban. Tenían pasaportes estadounidenses, guatemaltecos o canadienses, y cinco de los menores tenían una circular amarilla de Interpol, una alerta que se emite para denunciar la desaparición de personas que son posibles víctimas de trata y secuestro. Los 17 menores se encuentran ahora bajo custodia estatal, aunque probablemente su destino sea la expulsión junto a sus padres. No se sabe a dónde, ni cómo. “Ya estamos en colaboración con agencias homólogas de los países por los que han pasado y con el FBI”, explica a EL PAÍS la directora general Migración Colombia, Gloria Arriero.
El camino de Lev Toha hasta llegar a Yarumal ha sido largo. La secta, con un amplio historial de violaciones a los derechos de la infancia, es originaria de Israel. Sus miembros emigraron a Estados Unidos en los 80 y siguieron su periplo por Canadá, Guatemala y México. Dieron después el salto a Irán, donde pidieron asilo, pero luego volvieron a cruzar el Atlántico hacia Colombia. No son nómadas, son prófugos. En 2010, dos de sus líderes fueron condenados en Nueva York por secuestrar a menores y forzarles a tener relaciones sexuales. Desde entonces se han ido segregando por el mundo, y quienes les siguen la pista ubican a algunos de sus miembros en Turquía, Rumanía, Moldavia y Macedonia del Norte. Nadie sabe cómo pagan sus viajes, sus asentamientos, las decenas de kilos de maní y berenjenas. Ellos siempre se han defendido acusando a sus detractores de persecución religiosa. EL PAÍS contactó sin éxito a dos de sus líderes.
Una secta inmortal
A pesar del rastro criminal que ha ido dejando la secta en medio mundo, la Fiscalía colombiana no ha iniciado ninguna investigación en su contra. “Entraron por un punto de migración normal, se registraron y están con sus papás. No hay indicios de que fueran a ser prostituidos o casados de manera obligada, ni se percibe trata de personas”, señalan fuentes de la entidad.
La posibilidad de que sean expulsados sin más ha caído como una jarra de agua fría en Israel. Orit Cohen lleva 15 años advirtiendo a las autoridades de su país, Canadá y Guatemala de que esta secta poco tiene que ver con el judaísmo y que ha “destrozado” a su familia y a las de decenas de conocidos. “Nos cambió la vida. Ya hay pruebas, hay denuncias y condenas, pero nadie logra frenarlos. Es muy doloroso para mí... Quiero que todo el mundo sepa que si Colombia entrega a estos niños a sus padres, los está acercando a la violencia y la muerte. Son un grupo de pedófilos”, denuncia en videollamada desde Rishon Lezion. “¿Qué más necesitan para detenerlos?”, se pregunta.

Cohen no ha podido ver a su hermano desde 2010, cuando ingresó en Lev Tahor. Su hermano fue padre de seis hijos y estos, a su vez, tuvieron otros cinco hijos durante los años que pasaron en Guatemala. Tres de sus sobrinos han conseguido salir, con secuelas emocionales y testimonios del horror: matrimonios forzados, abusos sexuales y manipulación psicológica. “Tuve un hijo allí y no permitían ningún contacto con él. Cuando escapé, no pude rescatarlo”, denuncia Israel Amir, uno de los sobrinos de Cohen, que pasó casi nueve años cooptado por la secta en Guatemala. “No había oposición posible: si alguien no estaba de acuerdo, lo golpeaban, lo aislaban o lo encerraban en una especie de celda donde nadie podía hablarle”, recuerda. “Si alguien intentaba irse o simplemente pensar diferente, lo castigaban hasta romperlo”.
Cohen se ha convertido en el rostro más visible en contra de esta escurridiza organización. Es David contra Goliat. Aunque asegura que no cree en las autoridades ni en quienes defienden los derechos del menor, en ningún país, confía en que los tribunales israelíes le otorguen la custodia de los sobrinos que siguen bajo el poder de Lev Tahor. “Es imposible que se garantice su seguridad estando con sus padres, digan lo que digan, y se arrepientan de lo que se arrepientan. Son niños judíos y el Estado de Israel los está esperando”, zanja.
La probabilidad de que Colombia entregue estos menores a sus padres es un cuento repetido. Muchos menores llegaron a estar en manos de autoridades, pero terminaron de nuevo con sus progenitores, como ocurrió recientemente en Guatemala. En diciembre de 2024, las autoridades del país centroamericano rescataron a 160 niños de un asentamiento, donde constataron indicios de múltiples violencias. Un año después, apenas dos de los menores están custodiados por las autoridades. Los demás volvieron con sus padres o con la familia extendida por decisión de la justicia, a pesar de las advertencias de la encargada de la Procuraduría de la Niñez, Lucrecia Prera. “Muchas situaciones no nos permitían tener claridad de lo que estábamos enfrentando. No sabemos si murieron menores o si hubo abortos o niños enterrados”, lamenta.
A Prera le marcó el caso de una mujer de la colonia que, con 43 años, tenía 17 hijos. También recuerda los 29 niños con nombres falsos, o los menores desnutridos y adoctrinados para no decir una palabra, o una caja de osamentas que nunca se esclareció a quién pertenecían. “Me da mucha pena admitirlo, pero buscan siempre países con legislaciones frágiles”, lamenta Prera, que sigue preguntándose quién financia los abogados y los viajes de decenas de personas de un país a otro. La sospecha de todos los entrevistados para este reportaje es similar: donaciones de grupos fundamentalistas. Y una misma pregunta les ronda ahora: si Colombia los deja ir, ¿cuál será su próximo destino?
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