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Gustavo Petro
Columna
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Petro, un futuro marcado por Gaza y Venezuela

Durante décadas las elecciones presidenciales las definía el conflicto armado interno. Hoy lo que definirá el futuro de la democracia colombiana es la agenda internacional, y los efectos de la política de Petro en Gaza, y el desenlace en Venezuela

Gustavo Petro

El genocidio del pueblo palestino en Gaza, perpetrado ante los ojos del mundo por el Gobierno de Benjamín Netanyahu, se ha convertido en el nuevo ingrediente de polarización de la política colombiana, y en columna vertebral de la estrategia de posicionamiento internacional del presidente Gustavo Petro como un líder decidido a romper el cerco político intimidatorio impuesto por Israel y el Gobierno de Estados Unidos, para silenciar, desacreditar y castigar a quienes desafíen su poder y denuncien ese crimen contra la humanidad.

Desde el inicio de su mandato, era claro que la voluntad del Petro no era pasar desapercibido en la arena internacional y ser un presidente intrascendente, alineado y sumiso a la agenda de los Estados Unidos, ni condescendiente con los grupos económicos dominantes. Tampoco sería un mandatario vergonzante de su ideología y su trayectoria revolucionaria, como militante del M-19 y posterior firmante de los acuerdos de paz de 1990.

Petro siempre buscó una oportunidad para destellar y dejar huella en el escenario internacional. Su oportunidad llegó con la tragedia de Gaza, que el mandatario ha convertido en el eje de su acción política antiimperialista, en desencadenante de una estrategia de poder nacionalista, y en cohesionador de su base política, precisamente cuando la campaña presidencial de 2026 comienza a tomar forma y se van perfilando los nombres de quienes tendrán opciones reales de poder.

Petro ha dejado atrás décadas de alineamiento total de Colombia con Estados Unidos, desafiando de manera permanente al presidente Trump, de quien ha dicho que debería ir a la cárcel por su papel en el genocidio del pueblo gazatí. La cumbre de su narrativa antifascista e internacionalista, en defensa del pueblo palestino, se dio en la 80a. Asamblea General de las Naciones Unidas, que convocó la semana pasada, en Nueva York, a 130 líderes que intervinieron para decirle al mundo su visión del nuevo orden internacional en construcción. Multilateralismo, la paz global, el desarrollo sostenible y el diálogo de los pueblos, fueron objetivos escuchados.

Ante Naciones Unidas, Petro pronunció su última intervención como mandatario de los colombianos, y no dudó un instante en convocar al mundo a rechazar el crimen contra la humanidad en Gaza. Su máxima expresión del desafío a Trump fue su discurso en la céntrica zona de Time Square, en Manhattan, donde megáfono en mano pidió a las tropas estadounidenses desobedecer las órdenes de su presidente contra los pueblos inermes. El Departamento de Estado de los Estados Unidos, que buscaba de tiempo atrás una excusa para intentar castigar a Petro, a quien había descertificado apenas unas semanas en su lucha contra el narcotráfico, aprovechó la oportunidad y le retiró la visa, repitiendo los acontecimientos ya vividos en 1996 contra el presidente liberal Ernesto Samper, envuelto entonces en el llamado proceso 8000.

Lo que ha seguido es la mayor radicalización de Petro en su cruzada en defensa del pueblo gazatí. Sin visa y descertificado, se siente más empoderado, más libre para ser Petro, el internacionalista revolucionario. En este nuevo estadio de su gobierno, ha enfilado baterías para reorganizar el cuerpo diplomático, sacudir nuevamente su gabinete, acelerar su iniciativa de una Constituyente, meterle el acelerador a las reformas bloqueadas por el Congreso, inaugurar obras, entregar tierras a los campesinos, mantener un diálogo fluido con las bases sociales, dar línea sobre la escogencia del candidato de izquierda que se enfrente a la derecha en 2026, y ordenar la coordinación de las fuerzas militares con sus pares venezolanas, negando la existencia del llamado Cartel de los Soles. Ayer en Ibagué, donde no necesita visa, lanzó su campaña por la dignidad, para ratificar que va por el poder, el despertar del nacionalismo y la reelección de su proyecto político.

La mirada humanitaria en Gaza ha hecho de Petro un referente internacional, lo que enardece a la derecha colombiana, que trata sin éxito de silenciar o desvirtuar la narrativa del mandatario, presentándolo como un loco desaforado, que habla bajo los efectos de narcóticos, y repite incoherencias, como parar un genocidio, armar un ejército internacional que detenga a Netanyahu e incluso alistarse para irse a combatir por la vida en Gaza. El 35 % de colombianos que apoyan a Petro, y le aseguran un puesto en la segunda vuelta a un candidato de izquierda, por el contrario, creen en su narrativa. Por ello, lo escuchan con atención cuando habla de Gaza y Venezuela, donde el sobrevuelo de los caza F-35 da forma a la intervención militar de Estados Unidos contra el régimen de Nicolás Maduro, un fenómeno que tendría graves consecuencias para Colombia. No en vano se ha dicho que los dos países son hermanos siameses, y que lo que le ocurra a uno, impactará al otro.

En Venezuela la temperatura no deja de subir. El termómetro estalla con cada declaración de Trump. La última lleva implícita la suerte de Colombia, el mayor productor de cocaína del mundo, el campeón mundial de cultivos de uso ilícito, que ataca el fenómeno de manera independiente a los dictámenes de Washington. Trump ha declarado al Congreso que su país está oficialmente en guerra formal contra los carteles de las drogas. Ese nuevo estado significa, ni más ni menos, que Colombia, por deducción, también está en el radar de esa nueva visión de supremacía geoestratégica de la superpotencia.

Gaza y Venezuela muestran el poder que los asuntos internacionales tienen hoy en la agenda política colombiana. Durante décadas las elecciones presidenciales las definía el conflicto armado interno. Hoy lo que definirá el futuro de la democracia colombiana es la agenda internacional, y los efectos de la política de Petro en Gaza, y el desenlace en Venezuela. La Cancillería vive tiempos de enorme presión y responsabilidad para impulsar el multilateralismo, el desarrollo sostenible y la paz mundial. La Canciller lidera esa estrategia sin visa, con una mirada ampliada del mundo.

Es evidente que una eventual intervención militar en Venezuela será un elemento demasiado poderoso en el devenir de la política colombiana, donde la derecha, alineada con sus pares de Miami, que dirigen el departamento de Estado, piden de tiempo atrás una acción militar similar contra el Gobierno de Petro. Muchas preguntas surgen al respecto. ¿Cuánto tiempo tardarán en convertirse en objetivo militar de la superpotencia los carteles colombianos de la droga? ¿Amenazarán los cazas F-35 con bombardear el Clan del Golfo, las disidencias y el ELN? ¿A través de una política antidrogas militarizada e intervencionista se buscará impedir qué Colombia elija a un presidente de izquierda que mantenga la senda de Petro? No son exageraciones. La característica del nuevo orden internacional no es la razón, sino la imposición. Y quien tiene el garrote, manda. Contra esa visión es que actúa Petro y tiene alineada la Cancillería.

Mientras en Estados Unidos los narcos disfrutan de sus inmensas fortunas, el consumo de alucinógenos no baja y el fentanilo desplaza a la cocaína, Estados Unidos estrena una nueva forma de intervención en la América de Bolívar. Ello mientras en el debate político en Colombia la lucha contra las drogas ocupará un papel central y se narcotizarán aún más las relaciones exteriores con Estados Unidos. La lucha contra las drogas es hoy el fantasma que recorre América, mientras Trump sentencia en sus redes sociales, en tono amenazante: “y ni siquiera hemos empezado”. Gaza y Venezuela marcan el futuro de Petro.

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