Descertificar el prohibicionismo, el genocidio y sus promotores
Hay que descertificar la política prohibicionista, pues mientras ella exista, las economías ilícitas y el crimen seguirán siendo prósperos y serán más las vidas humanas sacrificadas en esa guerra absurda

Afirmaba Milton Friedman, premio Nobel de Economía en 1976: “Si analizamos la guerra contra las drogas desde un punto de vista estrictamente económico, el papel del Gobierno es proteger el cartel de las drogas. Eso es literalmente cierto”. Sin duda, porque a mayor represión y aumento en la interdicción de drogas, mayor será su precio en el mercado. Cuantos más supuestos cargamentos de cocaína o fentanilo bombardeen y destruyan los buques norteamericanos en el Caribe, como si fuera un videojuego, más tendrán que pagar los millones de consumidores y adictos por tales sustancias. Por eso, lo que hay que descertificar es la política prohibicionista, pues mientras ella exista, las economías ilícitas y el crimen seguirán siendo prósperos y serán más las vidas humanas sacrificadas en esa guerra absurda. Bajo el pueril argumento de héroes inmolados en nombre de la seguridad nacional o la salud de sus conciudadanos, se ocultan criminales coartadas que encubren estrategias políticas de dominación y control estatal.
Coartadas criminales
En efecto, es preciso recordar que el origen de la llamada “guerra contra las drogas” proclamada por Richard Nixon en 1971 tuvo como finalidad política el control, bloqueo y represión de los jóvenes opositores a la guerra del Vietnam. Así lo reconoció su asesor de política interna, John Ehrlichman, en una entrevista con el periodista Dan Baum, publicada en Harper’s Magazine: “La campaña de Nixon de 1968, y la Casa Blanca de Nixon, tenían dos enemigos: la izquierda antiguerra y los negros. ¿Entiendes lo que te digo? Sabíamos que no podíamos hacerlos ilegales por ser negros o estar en contra de la guerra, pero al hacer que el público asociara a los negros con la heroína y a los hippies con la marihuana, y luego criminalizar ambas sustancias fuertemente, podíamos fragmentar sus comunidades. Podríamos arrestar a sus líderes, redar sus casas, disgregar sus reuniones y vilificarlos”. Pronto se agregó a esa lista la cocaína, completando así la coartada para la intervención de los cruzados y su agencia estandarte, la DEA, en la arena internacional, con toda la parafernalia de Convenciones Internacionales y Tratados de Extradición, que supuestamente auguraban un triunfo seguro sobre el “flagelo del narcotráfico”, como si este fuera una maldición inexorable. Aparece así una moderna inquisición de puritanos contra malvados narcotraficantes que amenazan la inocente e indefensa juventud norteamericana, para cuya protección y salvación Trump ordena a su inexpugnable armada bombardear y destruir cuanta lacha o navío divisen, sin antes demandar su inmovilización, abordaje, incautación de estupefacientes y captura de peligrosos narcoterroristas. En lugar de su apresamiento para desarticular sus bandas y llegar hasta los máximos capos, Trump ordena su aplastamiento y ahogamiento. Curiosa táctica para ganar la “guerra contra las drogas”, que incurre en graves infracciones al Derecho Internacional de los Derechos Humanos, como lo ha advertido el Consejo de Derechos Humanos de la ONU: “Expertos independientes del Consejo de Derechos Humanos calificaron las acciones como violaciones graves al derecho internacional, al derecho del mar y la Carta de las Naciones Unidas”.
Ayer, como hoy, prejuicios raciales y culturales atávicos
Se repite y perpetua así el error y el horror histórico de la errática política de la “ley seca” norteamericana, que prohibió en 1920 la producción, tráfico y consumo de licor. Fue una enmienda constitucional sustentada en prejuicios raciales e ideológicos atávicos, expresados por el representante a la Cámara por el Estado de Alabama, Richmond Pearson Hobson, quien sostenía en su libro Drogadicción: un maligno cáncer racial, “una investigación científica ha demostrado que el alcohol es un veneno narcótico” que induce al negro a “cometer delitos no naturales”, mientras el blanco por estar más evolucionado “le toma más tiempo llegar al mismo nivel”. Hoy Trump cabalga sobre esos mismos prejuicios raciales y falsas creencias. Confunde la coca con la cocaína, igual que Richmond confundía el alcohol con un narcótico. En realidad, ninguno de las dos es una sustancia narcótica.
Para empezar, la coca es una planta maravillosa, con propiedades alimenticias y terapéuticas bien identificadas gracias a las investigaciones de numerosos científicos, entre cuyos pioneros estuvo Sigmund Freud. Y el licor, en su casi infinita variedad de bebidas espirituosas, fermentadas y destiladas, no es propiamente un narcótico. Lo que las convierte en sustancias objeto de control es su uso y abuso indebido, que depende en gran parte del contexto cultural y social en que se consumen y los estímulos perseguidos por sus usuarios. La peligrosidad no está tanto en la sustancia, sino en la sociedad que estimula su consumo, porque millones de adictos las precisan para sobrellevar sus vidas y soportar el excesivo peso de una realidad sin sentido.
Y lo que engendró la prohibición del licor hasta 1933 no fue tanto la salud y sobriedad de los norteamericanos, sino la más poderosa organización criminal, la mafia, que tuvo bajo su control un negocio de 2.000 millones de dólares de entonces. Como bien lo describe Martin Short en su libro Mafia, la sociedad del crimen: “La carretera del crimen organizado estaba pavimentada con las buenas intenciones del movimiento de Templanza. Eso era bastante malo. Pero era mucho peor ese regalo de riqueza ilimitada que revolucionaria el crimen organizado, convirtiéndole en un rasgo indestructible de la vida norteamericana. El sindicato de gánsteres llegaría a ser la quinta fortuna de la nación. La prohibición fue la causante de la banda”. Por eso mismo, el famoso Al Capone declaraba: “Hago mi dinero satisfaciendo una demanda pública. Si yo rompo la ley, mis clientes, que se cuentan por cientos dentro de la mejor gente de Chicago, son tan culpables como yo. La única diferencia es que yo vendo y ellos compran. Todo el mundo me llama traficante ilegal. Yo me llamo a mi mismo hombre de negocios. Cuando yo vendo licor es tráfico ilegal. Cuando mis clientes lo sirven en bandeja de plata es hospitalidad”.
¿Y dónde está hoy Al Capone?
Lo mismo puede afirmarse hoy respecto a la cocaína y otras sustancias de moda, como los opioides, que consumen millones de adictos en todas las latitudes, siendo Norteamérica una sociedad que cada día las demanda más, pues “según datos de la empresa de pruebas toxicológicas Millennium Health, el consumo de cocaína en el oeste de Estados Unidos aumentó un 154% desde 2019. En el mismo periodo, en la costa este el incremento fue del 19%”. La única diferencia es que hoy ya no conocemos a los Al Capones encargados en MAGA de distribuirlas y venderlas. Pareciera que para la DEA y Trump todos los capos están fuera de las fronteras de su querida y amenazada MAGA. Proceden de afuera y son mexicanos, venezolanos, colombianos, peruanos, ecuatorianos, bolivianos y hasta chinos. Además, afirma, que cuentan con la complicidad de los jefes de Estado de sus respectivas naciones, si es que éstos no están directamente implicados detrás de los grandes capos. En todo caso, son migrantes y extranjeros, declarados y tratados como peligrosos enemigos de MAGA. Por todo ello, el prohibicionismo y la descertificación no son otra cosa que la punta de lanza de la política de Trump para controlar, intervenir y si es del caso hasta asesinar a quienes considere aliados del narcoterrorismo. Una punta de lanza mucho más agresiva que el aumento de los aranceles aplicados a Brasil en solidaridad con Jair Bolsonaro, el primer miembro condenado de esa pandilla de gánsteres estatales e internacionales de los cuales se precia Trump ser el mejor amigo y defensor incondicional, pues está seguro de encontrarse totalmente a salvo, junto a Netanyahu, de ser algún día “descertificado”, investigado y condenado por sus atrocidades y crímenes de guerra.
¿Europa genocida?
Pero ya una comisión especial de las Naciones Unidas encargada de investigar lo que acontece en la Franja de Gaza, la otrora Tierra Santa hoy convertida en tierra arrasada, ha dicho que allí se está cometiendo un genocidio, pues Netanyahu, su anterior ministro de defensa y el presidente actual son responsables de violar la Convención para la Prevención y Sanción del delito de Genocidio, aprobada en 1948. Una Convención, para mayor ironía y vergüenza del actual Estado de Israel, destinada a prevenir y evitar que se repitiera un holocausto contra pueblo alguno. Hoy, numerosos descendientes de las víctimas de ayer se han convertido en victimarios a cielo abierto del pueblo palestino, con una crueldad y alevosía semejante a la sufrida por sus antepasados en Europa. En fin, lo que tenemos que descertificar es el prohibicionismo, el terror del genocidio y la obstinación suicida de Hamas, para que libere a quienes tiene de rehenes, contener así la sangría abominable de su pueblo y lograr el reconocimiento en la ONU de un Estado palestino de pleno derecho y soberano, capaz de garantizar la vida, la seguridad y la paz en toda la región, junto al Estado Israelí, ya liberado de la pandilla de criminales que hoy lo gobierna. Como lucidamente lo propuso el escritor israelí Amos Oz el 23 de enero de 2001 en su texto Sobre la necesidad de llegar a un compromiso y su naturaleza: “El primer paso tendría que ser, debe ser -es crucial- la creación de dos Estados”. Por eso es inadmisible permitir que Gaza se convierta en la “nueva Riviera del Oriente próximo”, como proponen los planes de Trump y Netanyahu. Estaría edificada sobre cientos de miles de cuerpos despedazados de Palestinos, con hoteles y centros comerciales que oculten ruinas anegadas y apelmazadas con la sangre de miles de niñas, niños, mujeres y ancianos gazatíes. Si ello acontece, se repetiría lo afirmado en dicho texto por Oz: “La Europa que colonizó el mundo árabe –explotándolo, humillándolo, pisoteando su cultura, utilizándolo como patio de recreo imperialista—es la misma Europa que discriminó a los judíos, los persiguió, los acechó en sueños para terminar asesinándolos en masa en un crimen genocida sin precedentes”.
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