Pilar Quintana: “Nuestro miedo más profundo es el que tenemos a nuestra propia locura”
La autora caleña publica su nueva novela, ‘Noche Negra’, una obra de suspenso psicológico con la que regresa al universo selvático del pacífico colombiano que retrató en ‘La Perra’


La escritora Pilar Quintana (Cali, 1972) lleva mucho tiempo ligada a la vida de Rosa, la protagonista de su nueva novela, Noche Negra, aunque esta última habite en la ficción y la autora en Bogotá. Quintana le ha dado vida a Rosa en un par de cuentos y le dio un rol secundario en La Perra, un éxito editorial del 2017 que ha sido traducido a más de veinte idiomas. Rosa no es exactamente un alterego de Quintana, aunque comparten una experiencia transformadora: vivieron un tiempo solas en medio de la densa selva del pacífico colombiano, cuando sus parejas, irlandeses, se fueron de casa un par de semanas. “Sin la violencia la selva te puede comer”, dice Quintana para explicar por qué Rosa, citadina como ella, le teme a su propia fuerza ante la fauna y la flora que la rodea. Pero, sobre todo, Rosa le teme a su propia mente. “Quiero saber qué es lo que nos mantiene cuerdos, cuál es el límite de nuestra cordura”, afirma Quintana en entrevista con EL PAÍS. Noche Negra, esta novela que habita el miedo, llega esta semana a España y ya está disponible en Colombia.
Pregunta. Al igual que la protagonista de esta novela, usted vivió varios años en la selva del pacífico colombiano con un extranjero. ¿Hay autobiografía en Noche Negra?
Respuesta. No y sí. Viví en el pacífico colombiano con un irlandés, como Rosa, y soy caleña, como ella. Pero la novela transcurre en 1980 y Rosa nació en 1941. Me lleva como 31 años, podría ser mi mamá. La historia no es autobiográfica pero sí bebió de mi experiencia. Yo quería hacer una novela sobre una mujer aislada, sola, y yo durante una temporada de tres meses estuve sola en mi casa. Sufrí mucho porque los vecinos se enrarecieron, la gente no estuvo chévere. Pero es ficción. Yo tuve una experiencia y lo que hago es convertir en ficción cosas de la vida real para conjurarlas, porque me impresionaron mucho.
P. También hay eco a su novela La Perra, donde la protagonista, Damaris, vive en la misma selva
R. La Perra y Noche Negra ocurren en el mismo universo narrativo. Damaris vivía en una casa ajena; ella era la cuidandera de la familia Reyes. Rosa va a esa casa en Noche Negra, y allí hay tres manes en un quiosco preparando un sancocho. Damaris de vez en cuando iba a la casa de unos vecinos a limpiar su casa, y esos vecinos eran Rosa y Gene (el irlandés) cuando ya eran viejos. Es un universo narrativo que vengo trabajando desde antes de La Perra. Escribí el cuento ‘La rumba, son, palo muerdo’, que apareció en la antología Puñalada Trapera, sobre el día que Gene muere. Tengo otro cuento que se llama Jardín Secreto, que no ha salido en español, pero sí en mandarín. En China las novelas son más largas, y cuando iban a publicar La Perra les parecía muy cortica, entonces publicaron otros cuentos. Jardín Secreto es sobre Rosa el día que Gene muere. Todos son personajes que viven conmigo desde hace mucho tiempo.
P. ¿Qué tanto está el universo de La Vorágine de José Eustasio Rivera, donde a los personajes se “los devoró la selva”?
R. Definitivamente está. La Perra y Noche Negra beben de una larga tradición de la novela latinoamericana selvática donde La Vorágine es una de las obras cumbres, pero también está la obra de Horacio Quiroga e incluso meto a Cien Años de Soledad, con esta gente que va por la selva [a fundar Macondo]. Más recientemente está William Ospina, por ejemplo, con su trilogía sobre la conquista del Nuevo Mundo. Están también Joseph Conrad, Hemingway o Jack London, escritores que salieron de los centros urbanos y se fueron a Alaska, a África, a Cuba, al Congo. Es la literatura que se aleja de la ciudad y explora la relación de protagonistas con la naturaleza. Lo que pasa es que esa literatura selvática había sido siempre muy masculina.

P. Noche Negra revela un conocimiento muy detallado de las plantas que rodean a Rosa. ¿Hizo un trabajo de archivo botánico?
R. En el lote donde yo vivía tenía 36.000 metros cuadrados, 3,6 hectáreas, una cantidad importante de tierra para dos personas. En esa zona la gente cortaba los árboles y mataba todos los animales, los cazaba. Yo dije que no, que en mi pedacito no, que iba a protegerlo, y empecé a hacer un inventario de toda la fauna y la flora. Tuve un blog en el que iba clasificando todo. No sabía que luego me iba a servir tanto.
P. También cuenta en el libro que se basó en el trabajo del periodista y escritor colombiano Arturo Alape en La paz, la violencia: testigos de excepción
R. Eso me permitió crear un personaje del pasado de Rosa, Fermín, que viene de las guerrillas de los años sesentas, pero sobre todo me fue muy útil para mostrar el transfondo de la violencia en Colombia de 1980, cuando regía el estatuto de seguridad. Colombia vivió durante 40 o 50 años en permanente estado de sitio, porque había guerra, y cuando llegó [el presidente Julio César] Turbay, encima dictó un estatuto de seguridad. Era un estado de sitio sobre el estado de sitio. Noche Negra es una novela sobre estar cercado: Rosa vive en un mundo donde hay un estado de sitio, y ella está además en estado de sitio por los hombres y la selva que la rodean.
P. El libro se lee con mucho suspenso por el miedo y la angustia que vive ella en ese contexto. ¿Llamaría el libro un thriller psicológico?
R. Sí. Mira que varios editores de Estados Unidos e Inglaterra se leyeron el libro y me preguntaron lo mismo, y sí, puede ser. A mí no me afana poner etiquetas a lo que hago, pero sí creo que se inscribe en la tradición selvática y en el gótico que hemos hecho acá en Colombia, como el del Grupo de Cali o Andrés Caicedo. Lo que pasa es que no le llamábamos asi, pero hay cuentos de una Cali rumbera que de noche se vuelve tenebrosa y llegan pájaros a sacar a la gente de sus casas.
P. Sobre el miedo, uno no sabe bien si le cree a Rosa sobre lo que le está temiendo o si es paranoia
R. Mira que ella no es la narradora, hay un narrador externo porque a Rosa no le podemos creer mucho. En un momento ella dice que hay un murciélago atrás en la casa, va a mostrárselo a unos manes y no está ahí. Ahí uno se pregunta: ¿A esta señora qué le está pasando? ¿Hay un murciélago o está paranoica?
P. Además su mamá y su abuela tuvieron demencia, lo que genera dudas de si ella está bien
R. Sí, también. Pero también hay algo muy duro, y es que a las mujeres muchas veces nos han desvirtuado nuestros relatos diciendo que estamos locas. Esta novela es sobre los miedos de Rosa y, volviendo a la pregunta de si es autobiográfica, pues Rosa tiene mis miedos, y creo que no son solo míos. Todas nosotras tenemos miedos y vivimos en estado de alerta permanente: cuando vamos por la calle, cuando tomamos el transporte público, cuando estamos en la discoteca. Sabemos que hay agresores siempre. En las fiestas le pedimos a alguien que se siente con nosotras porque si no “viene este otro man a acosarme”. Es una alerta permanente. Y Rosa es una señora que se queda completamente sola con las amenazas de la selva, los murciélagos, los espiritus de la selva, pero también con los hombres. Ellos son una amenaza común entre nosotras, porque somos agredidas en nuestras casas, en la calle, en el lugar de trabajo, en la finca, en el lugar de recreo. Todas nosotras vivimos acechadas.
P. Claro, pero aun así ella duda de su miedo, de si debería tenerlo o está siendo paranoica
R. Y eso también nos pasa a nosotras, todo el tiempo nos preguntamos si será verdad o lo estamos imaginando, si nos está pasando eso o si será nuestra interpretación. En esta novela me pregunto por el límite de lo que nos mantiene cuerdos.
P. La Perra y Los Abismos son sobre la maternidad; acá hay una pregunta por la paternidad y el miedo al abandono del padre
R. Sí, sobre la responsabilidad de los hombres con las hijas, y la relación con los hombres que produce ese vínculo. A Rosa esa relación la rompe y determina su relación con los otros hombres: de quién se enamora, cómo se enamora, por qué se enamora, qué la engancha, qué le da miedo. Es su gran herida. Rosa ya no es una niña, vive otra realidad, pero se devuelve a examinar su trauma.
P. Ya es una adulta independiente pero que su pareja se vaya de viaje detona el trauma
R. Ella, Rosa, es una dura. Estudió en la universidad en una época en la que otras se casaban y tenían bebés. Fue jefe. Venía de un barrio popular y progresó a punta de trabajo. Lo dejó todo por ir a la selva; es una señora con machete y bota machita que desafió todos los roles que le han asignado. Ella se siente fuerte y es la que mantiene la casa. Pero se va su marido y es su peor derrota, darse cuenta de que está completamente sola y vulnerable.
P. En esa soledad ella intenta defenderse de los animales con el machete, y empieza a tener miedo de su propia violencia, miedo a ser igual a los hombres que le han hecho daño
R. Esa es la pregunta que se hace: ¿Soy solo presa? Se está preguntando por la legitimidad de la violencia. Hay una cosa que yo descubrí en la selva, y es que si no usaba la violencia, la selva me comía. Si yo era pasiva, de abrazar a los árboles y caminar descalza, en cinco minutos la selva acababa conmigo. Rosa está en el punto en el que tiene que sacar el animal salvaje que hay en ella para poder subsistir. Pero ese es el miedo más terrible de Rosa, que también tenemos nosotros. Los otros miedos, a la selva, a los espíritus, son ligeros. Nuestro miedo más profundo es el que tenemos a nuestra propia locura. Ella necesita pelar las capas de la civilización para quizás así sobrevivir en la selva, pero le tiene miedo a eso: a empuñar el machete y matar a esos hijueputas antes de que vengan por ella. ¿Eso en qué la convierte? ¿En una loca?
P. Rosa se repite diariamente que “la vida es lavar los platos”. ¿Es esa rutina en la selva un infierno o el paraíso que Rosa buscaba?
R. Ella se dice eso, un “jueputa, todos los días me toca levantarme a hacer esto porque si no se acaba el mundo, si no me comió la selva”. Y luego dice, “pero esto es ser libre, ¿no?. No tengo que vivir en la ciudad, vestirme de cierta manera, actuar de cierta manera". Ella se pregunta qué es la libertad. Un habitante de ciudad cree que ser libre es estar tranquilo viviendo una vida sencilla en el campo, pero esta señora está en el campo y es todo menos libre. Está encadenada a los animales, a la naturaleza. ¿Los animales salvajes son libres? No, todos los días tienen que cazar su comida, su vida se les va cazando. Lo mismo le pasa a Rosa: la vida se le va en estar subsistiendo.
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