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Israel
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hollywood y su falso héroe

Cuán distinto el Israel de la vida real, que destruye casas, secuestra niños en la mitad de la noche, golpea mujeres y asesina inocentes, del de la ciencia ficción al que por décadas Hollywood ha presentado como el “bueno” de la película

Basel Adra y Yuval Abraham, esperan la liberación de su compañero Hamdan Ballal en la aldea de Susya, el 25 de marzo de 2025.

“Le vamos a entregar la Franja de Gaza, ¿lo mataría afeitarse y usar un poco de Paco Rabanne?”. La pregunta que remata una serie de comentarios xenófobos sobre la apariencia de Yasser Arafat -por décadas el principal representante de la causa palestina- hace parte de un diálogo en el tercer capítulo de la primera temporada de la famosa serie estadounidense de los noventa La niñera (The Nanny). Seguida de risas grabadas, la línea en boca del personaje principal, Fran Fine -vendedora de cosméticos de religión judía, convertida en niñera en la casa de un viudo millonario-, pasaría por otra más de sus salidas socarronas de no tratarse de un mensaje calibrado para dejar en la psique del público estadounidense la idea del palestino como un pueblo bárbaro, mal vestido y sucio, al que se le regala un pedazo de tierra sobre la que no tiene derecho. A la promoción de este tipo de mensajes se ha dedicado Hollywood desde el siglo pasado, ganándole a Israel el favor de su auditorio hasta convertirlo en el “bueno” de la película. De allí que tomara a muchos por sorpresa que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas eligiera No Other Land, film que retrata la ocupación ilegal israelí de Palestina, para entregarle el Óscar a mejor documental.

En procesión macabra se asoman en el horizonte, zigzagueado las colinas de Masafer Yatta, retroexcavadoras seguidas de vehículos blindados del ejército israelí. El lente de Basel Adra, un joven lugareño, y del periodista israelí Yuval Abraham, codirectores de No Other Land, capta a estos sabedores acuciosos del oficio de la destrucción mientras entran a una aldea de esta zona, ubicada en el extremo sur de Cisjordania, repartiendo, a diestra y siniestra, órdenes de evicción dictadas por un tribunal israelí con el fin de arrasarlo todo. “¿Qué están haciendo?”, le pregunta Basel a uno de los policías, a quien enfoca con la cámara de su celular. “Destruyendo. Esa es la ley, es todo legal”, le responde mientras en el fondo del recuadro las garras de una retroexcavadora marca Volvo derriban las paredes de una vivienda ante la mirada atónita de sus dueños. “Pero es una ley hecha por colonos”, replica Basel. “Si tienes un problema, acude a la ley”, espeta el israelí.

A esa ley ya habían acudido en 1999, luego de que el Gobierno desalojara 700 residentes palestinos y destruyera sus casas y propiedades por vivir “ilegalmente” en una ”zona de tiro”, denominación que recibieron en la década de los ochenta las 3.000 hectáreas y 20 aldeas que componen Masafer Yatta, como parte de una estrategia del entonces ministro de Agricultura, Ariel Sharón, para expulsar a sus residentes. Algunos meses después el Tribunal Supremo de Israel permitió que la mayoría regresara de manera temporal a sus lugares de origen para, finalmente, fallar que en 2022 no había impedimento legal para su expulsión; sumiendo a sus 1.150 habitantes -la mitad, niños y niñas- en un estado de zozobra permanente y dejando claro que los tribunales, como las leyes, son parte de un entramado cuyo fin último es la limpieza étnica de los palestinos. Desde ese momento, como afirma la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas, las autoridades israelíes han incrementado sus ataques contra los palestinos, destruyendo casas, escuelas, parques infantiles, pozos de agua, asesinando y robando sus pertenencias. A ellas se suman los colonos de los asentamientos ilegales de la zona quienes, fuertemente armados, también atacan en manada a los indefensos pastores palestinos, envenenando los pozos de agua para matar sus rebaños y dañando sus propiedades.

Todas estas vejaciones han quedado registradas en la poderosa fotografía No Other Land, que desenmascara a las instituciones civiles y militares israelíes a las que Hollywood ha glorificado en producciones de géneros tan variados que van desde la comedia a la acción. Cuan distinto el ejército de la vida real, que destruye casas, secuestra niños en la mitad de la noche, golpea mujeres y asesina inocentes, del de la ciencia ficción que mantiene a raya una invasión zombi como sucede en la película Guerra Mundial Z. En ella, Gerry -interpretado por Brad Pitt- es encargado por las Naciones Unidas para encontrar el origen de un virus que amenaza con convertir a la población mundial en zombi. Su viaje lo lleva a Israel, que ha logrado aislarse del mundo gracias a un gigantesco muro a través del cual solo se puede acceder desde el exterior por un entramado de vallas, alambre de púas, puertas de metal y bloques de concreto. Por esas puertas solo pasan aquellos que no han sido infectados, mientras helicópteros fuertemente armados sobrevuelan la zona en una escena diseñada para justificar uno de los símbolos más terribles del apartheid israelí. Ese muro, que en la ficción resulta salvador, existe en la realidad y es considerado violatorio de la legalidad internacional por la Corte Internacional de Justicia, por devorar porciones importantes de Cisjordania, incluidas partes de Masafer Yatta, y, junto a los puestos de control y las carreteras exclusivas para colonos, hacer un suplicio la vida de los palestinos en su propia tierra.

Una encuesta reciente del Centro de Investigaciones Pew, publicada a principios de abril, encontró que el 53% de los estadounidenses tiene una imagen desfavorable de Israel; un aumento de 11 puntos desde la última vez que hicieron la misma pregunta, en marzo de 2022. Esta nueva realidad se ha traducido en mayor movilización de la sociedad civil en favor de los palestinos, haciendo posible que un documental que desenmascara el proyecto colonial israelí obtenga los votos necesarios para hacerse con un Óscar y que sea defendido cuando el lobby sionista trata de bloquear su difusión. Así se evidenció en Miami Beach, cuando su alcalde, Steven Meiner, trató de tomar represalias con la sala de cine independiente O Cinema por negarse a cancelar una proyección de No Other Land. Meiner, quien presentó ante la Comisión de la ciudad una propuesta para desalojar a esta institución del edificio que ocupa y retirarle la financiación, se encontró con la firme oposición de parte de su electorado, de más de 600 cineastas y de la mayoría de los comisionados, quienes hundieron la propuesta. A pesar de años de propaganda incorporada a diálogos jocosos y a hazañas monumentales en la pantalla, el mundo en general y los norteamericanos en particular ya están viendo la verdadera cara de Israel, el falso héroe de Hollywood.

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