Cuando todo es nazi, nada lo es
Con el uso continuo de la palabra “nazi” para referirse a sus rivales políticos, el presidente Gustavo Petro reduce a eslogan una palabra cargada de un peso histórico que exige cordura

En solo dos días, según El País, entre el 19 y el 20 de marzo, el presidente Gustavo Petro utilizó el término “nazi” más de diez veces en redes sociales para describir a quienes considera sus adversarios políticos. Lo ha hecho antes —muchas veces— y probablemente lo seguirá haciendo. Pero cada vez que recurre a esa palabra, a ese calificativo, trivializa una de las mayores tragedias del siglo XX y deshonra la memoria de millones de víctimas del nazismo.
Los nazis no llegaron al poder con campos de exterminio ya construidos. El horror se fue cocinando lentamente. Primero, deshumanizaron al adversario. Redujeron a sus oponentes políticos —comunistas, socialistas, líderes sindicales— a enemigos del pueblo. Luego vino la propaganda para dividir a la sociedad entre los “auténticos alemanes” y los “traidores”, los débiles, los diferentes. Se prohibieron partidos, se quemaron libros, se acallaron las voces críticas. Con el tiempo, la lógica de exclusión y odio se tradujo en campos de concentración y finalmente en la Solución Final: el asesinato sistemático de seis millones de judíos y millones de otras personas consideradas “indeseables” por el régimen.
No hay nada comparable en Colombia hoy. Y justamente por eso, es tan peligroso que el presidente abuse de ese término. Como advirtió Deborah Lipstadt —historiadora del Holocausto y enviada especial de Estados Unidos para combatir el antisemitismo hasta enero de 2025—, invocar la palabra “nazi” para desacreditar al rival político no solo es históricamente inexacto. También es moralmente ofensivo. Reduce a eslogan una palabra cargada de un peso histórico que exige responsabilidad y cordura.
Usar “nazi” como un insulto político genérico borra las diferencias fundamentales entre una democracia —por imperfecta que sea— y un régimen autoritario y genocida. En un país como Colombia, donde la democracia aún es frágil, donde los conflictos ideológicos han dejado miles de muertos y donde el lenguaje político se ha vuelto cada vez más incendiario, este tipo de retórica no es inocua. No se trata solo de un exceso verbal: es una forma de profundizar la polarización y debilitar un debate público que deberíamos cuidar, especialmente en el camino hacia las elecciones presidenciales de 2026.
Cuando quienes gobiernan distorsionan los significados más graves de nuestra historia, no solo insultan a las víctimas, también debilitan las herramientas con las que defendemos la democracia. En tiempos de polarización e incertidumbre, cuidar el lenguaje es un imperativo, y no solo para el gobierno. También la oposición haría bien en mantener la cabeza fría durante la campaña que viene. Todos tenemos una responsabilidad mayor en tiempos agitados de reflexionar y bajar el tono. Cuando todo se convierte en grito, ya no queda espacio para el argumento ni la negociación, elementos clave para seguir fortaleciendo nuestra democracia, por imperfecta que sea.
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