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Thomas Cartwright, de ejecutivo en JP Morgan a ser el único rastreador de vuelos del ICE

Tras hacerse activista después de jubilarse en 2015, desarrolló y perfeccionó un sistema para contabilizar independientemente los aviones de deportación. Ahora pasará la batuta a una ONG que continuará y formalizará su labor

Tom Cartwright, retired JP Morgan executive, outside his home in Columbus, Ohio, in March 2025.
Nicholas Dale Leal

Comenzó a rastrear vuelos mientras se arrastraba por el suelo del aeropuerto de Brownsville en la todavía oscura madrugada de la frontera de Texas con México a finales de 2019. Thomas Cartwright junto a varios otros voluntarios de los abarrotados refugios de migrantes prepandémicos se enteraron de que aviones con deportados despegaban silenciosamente desde la pequeña terminal aérea de la ciudad que acompaña al Río Bravo en su último tramo antes de mezclarse con el Golfo de México. Así que decidieron ser testigos. “Era horrible: personas engrilletadas, registradas agresivamente, montándose a los aviones en cadenas. Sencillamente deshumanizante”, recuerda más de cinco años después Cartwright.

En ese tiempo mucho ha cambiado. La labor que hacía con su pecho contra el piso ha mutado y ahora es un trabajo a tiempo completo que le consume la mayor parte de su vida. Actualmente, Cartwright es la fuente más fiable, tal vez la única, sobre los vuelos de deportación del Gobierno estadounidense. El Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) no suele dar datos oficiales sobre sus operaciones de expulsión y, cuando lo hace, normalmente son parciales.

Es gracias a Cartwright, por ejemplo, que primero se enteró el mundo de los vuelos dirigidos a El Salvador con más de 200 venezolanos acusados de ser pandilleros a bordo. También es gracias a Cartwright que sabemos que a partir de mediados de mayo la Administración Trump ha acelerado las expulsiones a niveles, ahora sí, históricos.

Es un trabajo crucial para abogados, activistas y periodistas. Y solo lo sabe hacer este hombre de casi 72 años, barba blanca y bien cuidada, gafas de pasta y sonrisa cordial. Él inventó y ha perfeccionado el método para rastrear los aviones del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) con las aplicaciones de seguimiento de vuelos gratuitas. Con datos como la empresa, registros de aviones y aeropuertos de salida o destino, triangula información y determina si se trata de una aeronave con migrantes, bien sea en tránsito interno dentro de Estados Unidos o de deportación. Ahora está en proceso de entrenar a varios miembros de una ONG de derechos humanos bien conocida, que todavía no puede nombrar, pero que pronto tomará la batuta y continuará la cada vez más extenuante tarea de contar los vuelos del ICE.

Para llegar a este punto, las siete décadas del camino de Cartwright comenzaron con una infancia sencilla en Springfield, Illinois. Allí mismo, después de sus estudios universitarios, comenzó a trabajar en un banco, que tras ser comprado varias veces terminó siendo parte de JP Morgan. Ahí estuvo 38 años. “Tal vez no es una idea popular ahora, pero siempre he pensado que los bancos ayudan a la gente. Mi padre solía ir a pagar la hipoteca y me decía: ‘Así es cómo conseguimos nuestra casa’. Sentía que los bancos ayudaban a la gente a empezar sus vidas”, explica Cartwright ahora por videollamada desde su casa en Columbus, Ohio, plenamente consciente de la mala fama del sistema bancario.

Tom Cartwright, a retired JP Morgan executive, in his home in Columbus, OH on March 27, 2025

En el seno de ese sistema, tuvo una vida ajetreada. Escaló posiciones en el banco, de puestos regionales, hasta acabar como ejecutivo financiero y estratega comercial. Lo disfrutó y aprendió incalculables habilidades, pero igual, cuando se retiró en 2015 sintió un vacío. “Fue una carrera demandante. Viajé mucho, trabajé muchas horas y fines de semana. Fue una gran carrera, la amé y finalmente me ha dado libertad y recursos, pero no podía realmente hacer nada mientras estaba trabajando. Te desconecta de tu comunidad”, reflexiona una década después.

En medio de ese momento de desconcierto vital que sigue a dejar la vida laboral, Cartwright no sabía qué hacer consigo mismo. Hasta que su hija le mandó algo sobre una pequeña organización que salía para Grecia a ayudar en plena crisis de refugiados. “Una vez haces eso, ves una parte completamente diferente del mundo”.

Ese punto crucial de su vida coincidió con la entrada en escena de un político que lo cambió todo: Donald Trump. “No fue el catalizador inicial, pero definitivamente me impulsó hacia una acción más urgente”. Cartwright se involucró fuertemente en el movimiento para detener la revocación del llamado Obamacare. Hizo muchas visitas al Congreso y participó en actos de desobediencia civil, cuenta con un orgullo que no logra disimular el hombre que creció viendo el movimiento de derechos civiles de los sesenta.

Finalmente, estuvo ahí en la galería del Senado cuando John McCain fue el único republicano que rechazó la reforma sanitaria de Trump y dio el voto determinante para derrotarla. La experiencia lo inspiró y motivó. “La comunidad de discapacitados, en especial, fue increíble. Chicos en sillas de ruedas en oficinas del Congreso por 24 horas, siendo arrestados. Si ellos podían hacer eso, sentí que yo no tenía excusa para no actuar”.

Justo en ese momento empezó la tragedia de las separaciones familiares del primer mandato de Trump. Con su experiencia griega, la movilización migratoria le pareció a Cartwright la siguiente parada lógica. “Eran cuestiones de derechos humanos fundamentales, no solo debates sobre políticas”. Fue voluntario en El Paso y McAllen, también protestó en Tornillo, todas en Texas, donde las autoridades erigieron un campamento para albergar a 4.000 menores que habían sido separados de sus padres: “Una mancha en el alma de la nación”.

Fue allí que comenzó a rastrear vuelos. Inicialmente, la utilidad de la misión no estaba tan clara. Para Cartwright eso daba igual, era una manera discreta de devolverle algo de dignidad a todos aquellos que eran, y son, anónimamente deportados. Luego vino la pandemia y el confinamiento. Decidió seguir para ver si cambiaban los patrones de las expulsiones. No lo hicieron.

El rastreo de vuelos se convirtió en casi su único trabajo en los años siguientes. “Me empezaron a buscar personas que necesitaban ayuda. Por ejemplo, un abogado que tiene un cliente que van a expulsar a Ecuador me contacta para preguntarme cuándo sería el próximo vuelo de deportación a Ecuador para poder asegurarse de que algún familiar esté allí para recibirlo. Analizando los datos le puedo decir que el siguiente vuelo saldría muy probablemente desde este sitio, este día, a esta hora. Eso es profundamente gratificante. Es detrás de cámaras, pero hace una diferencia real”.

Tom Cartwright, a retired JP Morgan executive, in his home in Columbus, OH on March 27, 2025

Pero en estos últimos seis meses el desafío de seguirle el paso a los vuelos del ICE se ha agrandado naturalmente mientras la Administración persigue el objetivo de “la mayor deportación de la historia”. Por eso, entre otras cosas, es que está a punto de pasar el relevo a una ONG que podrá dedicarle más recursos y fuerza de trabajo al conteo de vuelos. “Yo estoy dedicando 10 o 12 horas al día simplemente para documentar los vuelos y analizar los datos. No tengo el tiempo ni la capacidad de hacer visualizaciones u otras mejoras que personas con esas habilidades podrían hacer. Es el momento perfecto para entregarle la misión a un grupo así”.

Originalmente, el plan de Cartwright era alejarse del rastreo de vuelos en abril, pero la avalancha que ha supuesto el Gobierno de Trump frenó ese itinerario. Ahora que sí está a punto de dejarlo, aclara que eso no significa que le vaya a dar la espalda al activismo. Seguirá liderando una coalición de organizaciones pequeñas en el Rio Grande Valley, en la frontera texana donde comenzó su segunda vida como rastreador de vuelos; y hará tiempo para volver a España, a hacer por decimoprimera vez el Camino de Santiago, porque este año, con todo, no ha podido. “Tengo suerte de estar en una posición donde puedo escoger qué quiero hacer, no todos tienen ese lujo. Y para mí eso no es vivir junto a un campo de golf y jugar todos los días. Ese no soy yo”.

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Sobre la firma

Nicholas Dale Leal
Periodista colombo-británico en EL PAÍS América desde 2022. Máster de periodismo por la Escuela UAM-EL PAÍS, donde cubrió la información de Madrid y Deportes. Tras pasar por la Redacción de Colombia y formar parte del equipo que produce la versión en inglés, es editor y redactor fundador de EL PAÍS US, la edición del diario para Estados Unidos.
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