La violencia política esparce el miedo en Estados Unidos
El ataque contra dos congresistas en Minnesota hace una semana enciende el debate sobre el aumento de las amenazas a los funcionarios públicos en medio de un clima político enardecido


Un atentado contra dos congresistas estatales de Minnesota le costó la vida a la expresidenta demócrata de la Cámara de Representantes de Minnesota, Melissa Hortman, y a su marido; un hombre incendió la casa del gobernador de Pensilvania, el demócrata Josh Shapiro, mientras dormía; dos trabajadores de la Embajada de Israel fueron asesinados a tiros en Washington; un ataque con bombas incendiarias dejó ocho heridos en una marcha en Colorado a favor de la liberación de los rehenes israelíes; un Tesla Cybertruck explotó, con el conductor a bordo, a las puertas de un hotel de Trump de Las Vegas. Son solo sucesos de 2025, pero el año anterior el hoy presidente Donald Trump fue objetivo de dos intentos de asesinato. La violencia política en Estados Unidos, que de entrada trasladaría a uno a 1963 y a John F. Kennedy a bordo de una limusina en Dallas, es hoy una realidad que aterroriza a toda la clase política nacional.
El Departamento de Seguridad Nacional ya situó el año pasado la violencia política como una de sus primeras preocupaciones para 2025. Y una investigación de Reuters, que comenzó tras el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, concluyó que el aumento de la violencia política actual es el más alto desde los años setenta.
Solo una semana después del ataque que le costó la vida a la congresista Hortman en Minnesota, tres Estados han anunciado la detención de varias personas por amenazas contra políticos. El país está en alerta y solo ahora que la violencia política se ha convertido en habitual se empiezan a buscar respuestas en un país tan polarizado como dividido.
Aquel 6 de enero de 2021 es un buen momento para comenzar. Una de las primeras acciones de Trump como presidente fue indultar a los más de 1.500 procesados por el asalto al Capitolio. Fue su forma de honrar la que pasó a la historia como una de las jornadas más aciagas de la democracia estadounidense y que él leyó como un gran “acto de paz y amor”. Ese miércoles de enero, miles de seguidores de Trump, alentados por sus llamadas a la insurrección y sus denuncias falsas de un robo de las elecciones, entraron enardecidos y por la fuerza en el Capitolio en un ataque que duró horas y dejó cinco muertos. El perdón de Trump, cuatro años después, a condenados y procesados, envió el mensaje a los extremistas de que la violencia estaba bien si estaban del lado correcto de la historia: el suyo.
La actividad de grupos ideológicos proclives a la violencia, como las milicias o los grupos neonazis, venía en descenso desde hacía años, señala el estudio de la Universidad de Princeton Tendencias clave de violencia política y resiliencia a partir de 2024. Pero alerta de un cambio de tendencia: “Los indultos señalan el regreso al ambiente más permisivo establecido durante el primer mandato del presidente Trump”.
Eso fue el principio de una Presidencia que con un lenguaje casi bélico ha señalado dos enemigos internos claros. Los demócratas, a los que Trump ha llamado “dementes lunáticos, fascistas, marxistas y comunistas […] las personas más peligrosas”. Y los inmigrantes indocumentados, a los que considera sin ninguna prueba “delincuentes peligrosos”. Aunque en medio de un clima político que a veces roza lo histérico, las amenazas y ataques a los políticos nacen desde las dos orillas ideológicas.
Ponerle cara a un supuesto enemigo alimenta la acción de los llamados justicieros. “Ese tipo de lenguaje puede hacer que alguien sienta la necesidad de actuar, obligado a realizar lo que considera una acción heroica o patriótica”, explicó Cynthia Miller-Idriss, profesora de la American University, en un debate en la PBS (Public Broadcasting Service). El más sonado fue el caso de Luigi Mangione, el hombre acusado de asesinar el año pasado en Nueva York a Brian Thompson, consejero delegado de la aseguradora médica UnitedHealthcare Group.
El informe de Princeton, sin embargo, apunta como principales objetivos a las comunidades negra, judía, árabe, musulmana y LGBTQ+, y advierte de que este 2025, la retórica antiinmigrante podría aumentar los ataques contra la comunidad latina. Wendy Via, presidenta y fundadora de la organización Proyecto Global Contra el Odio y el Extremismo (GPAHE, por sus siglas en inglés), dijo a EL PAÍS que “el aumento de la violencia política se ve impulsado por la retórica deshumanizante y, en ocasiones, violenta de nuestros líderes electos y otros actores con poder político”. “El constante vitriolo pone en riesgo a comunidades enteras, a nuestra nación y a nuestra democracia”, alerta.
El riesgo en la política local
Más allá de Trump, y lejos del Capitolio, hay más de 7.000 legisladores públicos en los 50 Estados que viven asustados. “No quiero pensar en tener una escolta, pero realmente hay que mirar la situación en la que estamos”, dijo esta semana la senadora demócrata de Minnesota Tina Smith. Datos del informe sumaron más de 600 incidentes de amenazas y acoso contra funcionarios locales en todo el país en 2024, lo que representa un aumento del 10% con respecto a 2023. Se espera que los casos aumenten este año. La también legisladora de Minnesota Amy Klobuchar resumió la situación: “Hay muy mal ambiente, tenemos que bajar el tono”.
El tono escaló rápido durante en la campaña. Entre todos los momentos protagonizados por la fugaz y escandalosa aventura política de Elon Musk hay un episodio de septiembre pasado que lo obligó a hacer algo que no acostumbra: retractarse. Se acababa de conocer un segundo intento de asesinato contra Donald Trump en su campo de golf en Florida. Estados Unidos aún estaba recuperándose del balazo que le había rozado la oreja al candidato un par de meses antes durante un mitin.
Musk, en su personal campaña para acercarse al republicano, puso un mensaje en redes sociales: “Ni siquiera hay alguien que esté intentando asesinar” al presidente Joe Biden ni a la vicepresidenta Kamala Harris. Las críticas lo obligaron a borrarlo y a ensayar algo parecido a una disculpa. Pero le duró poco. Meses después, volvió a decir que sería “inútil” asesinar a Harris, porque en su lugar pondrían a “otra marioneta”.
El lenguaje incendiario, que Musk ha manejado como nadie, se cuela a través de la violencia verbal en los mítines y los despachos de la Casa Blanca con su posterior eco en las redes sociales, la televisión y todos los canales al alcance de la información y la desinformación. El caso más claro se produjo durante la campaña en Springfield, Ohio, donde la difusión del bulo alimentado por Trump contra los haitianos —“los haitianos se están comiendo nuestras mascotas”—, desencadenó una ola de amenazas contra la ciudad.
Incluso antes de los dos ataques contra el presidente durante la campaña, el 45% de los estadounidenses consideraban que la violencia política era un gran problema para el país y un 66% sentía que iba en aumento, según un informe del States United Democracy Center publicado en agosto de 2024. Dos años antes, un hombre había atacado en la calle a la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, con un martillo que acabó golpeando a su marido, que resultó herido.
Estados Unidos tiene una lista de infaustos episodios de violencia política desde su fundación. Cuatro de sus 46 presidentes fueron asesinados —Lincoln (1865), Garfield (1881), McKinley (1901) y Kennedy (1963)—, pero ahora la psicosis se extiende a todos los rincones del país. El discurso del nosotros contra ellos es constante. Solo con unos días entre uno y otro, el senador por California Alex Padilla fue esposado tras irrumpir en una rueda de prensa de la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, en Los Ángeles, y el candidato demócrata a la alcaldía de Nueva York, Brad Lander, fue detenido en una corte de inmigración en Manhattan por tratar de defender a un inmigrante.
Cuando aquella bala le rozó el pasado verano la oreja al candidato Trump, el hoy presidente levantó el puño y les pidió a los suyos en una frase para la posteridad: “¡Luchad, luchad, luchad!”.
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