Armando Suárez Cobián: “Ser poeta es una dulce maldición”
El cubano, que fue coach de dicción de Javier Bardem, Olivier Martínez y Benicio del Toro, publica su nuevo libro de poesía


Es una figura icónica del mundo cultural neoyorquino, ciudad en la que vive desde hace más de 33 años. Se le reconoce por sus sofisticados estilismos —allá adonde va siempre aparece impecable, elegantemente vestido—, por sus gafas de montura gruesa, por su pelo rizado, ahora cubierto de canas. Armando Suárez Cobián (Banes, Cuba, 1957) nació una noche de luna llena en una familia humilde, de la que aprendió que lo esencial en la vida son los afectos. Eso explica que Mandy o Mandioka —como lo llaman los amigos—, no se fuera de su país de origen hasta los 34 años y también que regresara siempre que su familia lo necesitó.
El cubano, autor de los poemarios Corre, ve y dile (Extramuros, 1985) y Nueva York no eres tú (Torre de Letras, La Habana, 2013) presenta su tercer libro La muerte y sus ojos (Ediciones Furtivas, 2025), un volumen que recoge dos libros de poesía y que supone su regreso a la literatura después de 12 años.
Pregunta. ¿De dónde viene su pasión por la literatura?
Respuesta. De niño leía muchos cómics y libros de aventuras de Julio Verne y en la escuela tenía dotes de cuentero: los otros niños rodeaban mi mesa porque les hablaba de las historias que había leído como si las hubiera experimentado yo mismo. Luego, en la adolescencia, la lectura me sirvió de refugio. Yo procedía de un barrio muy humilde, tenía solo dos pantalones y en la secundaria siempre me sentaba en la última fila, porque me daba vergüenza que me vieran los demás niños que venían de un barrio rico y eran hijos de ministros y embajadores, aunque íbamos a la misma escuela regional. Ellos andaban con Rolex, Levis. Mi defensa ante su frivolidad era resguardarme en la lectura. Y también me sirvió para comunicarme con las niñas de una forma en la que ellos no podían. Luego empecé a escribir poemas a escondidas. Durante años nunca me atreví a enseñarle a nadie lo que escribía.
P. ¿Hasta cuándo?
R. Mi primer poema lo publiqué en la revista Unión, de la unión de escritores y artistas de Cuba a los 27 años. Recuerdo que me pagaron 25 pesos cubanos y me fui a La Casa del Té a comprar pasteles para festejarlo con mis amigos. Yo ganaba infinitamente más haciendo zapatos, pero esto era distinto: ¡había ganado dinero con un poema!
P. ¿Cómo aprendió a hacer zapatos?
R. En Cuba uno aprende a hacer de todo, y en mi caso aprendí muchas cosas de forma autodidacta, como a cortar el pelo, aunque nunca cobré por ello. A hacer zapatos aprendí de forma intuitiva a los 15 años porque quería unas sandalias. Mi madre trabajaba en la industria deportiva y me traía recortes de piel. Recuerdo que arranqué las suelas de unos zapatos viejos y me senté con mi hermano a hacer unas sandalias con esos recortes. Con el tiempo se fue corriendo la voz de que hacía zapatos y acabé trabajando para el Estado haciendo 20 pares al mes, para el fondo de bienes culturales. Los hacía en una semana y las otras tres las dedicaba a leer, escribir y pasear por La Habana. Siempre he sido un flâneur.
P. Luego publicó su primer libro de poemas, Corre, ve y dile.
R. Sí, tenía 28 años y lo publicó la editorial Extramuros, en Cuba. Recuerdo que mi madre iba por la calle avisando a las vecinas de que iba a salir en televisión, estaba muy orgullosa de mí. Escribí ese libro como lo escribo todo: para revelarme y rebelarme contra la oscuridad, la falta de nobleza, lo vulgar. Por entonces aún vivía con Reina María Rodríguez, una poeta y una mujer extraordinaria con la que me casé 20 días después de conocerla y que fue mi pareja durante cuatro años. Todavía somos amigos y nos llamamos a diario, a veces hasta tres veces al día.
P. Se ha casado cuatro veces.
R. ¡Vinicius de Moraes se casó nueve! Prefiero amar que ser amado, aunque desgarre. Dejarse amar es un poco aburrido. El amor es un estado de superación. Uno es mejor cuando uno ama.
P. ¿Por qué se fue a Nueva York?
R. No es que buscara irme de Cuba, pero quería viajar y en Cuba no se puede. Cuando decidí quedarme en Nueva York en 1992, tuve miedo de no poder volver a mi madre, pero necesitaba arriesgar para vivir mi propia vida, para ver mundo.
P. ¿Cómo ha sobrevivido como poeta inmigrante en la Gran Manzana?
R. He hecho de todo, menos vender droga y prostituirme. Vine invitado por un intercambio cultural, con una visa que no me permitía trabajar. He sido camarero, he lavado carros durante 12 horas diarias por 50 dólares, he trabajado de modelo y también de doorman de clubs nocturnos muy exclusivos, como The Double Seven, en Meatpacking Distric, por donde pasó Almodóvar, Madonna… Y en el Nell’s, en Greenwich Village, donde organizaba fiestas cubanas con varios amigos y andaba en la puerta atendiendo la lista de invitados vestido con un traje de tres piezas de los años cuarenta en Cuba. Así fue cómo conocí a Julian Schnabel, director de Antes que anochezca. Tú sabes… la vida. Hay que estar abierto al mundo. La vida es una pastilla.
P. Y así se convirtió en coach de todo el equipo de Antes que anochezca y luego del de la película Che, el argentino, de Soderbergh.
R. Lo recuerdo todo como una experiencia extraordinaria. Trabajé tres años en la película del Che, fui a la premiere en Cannes con el resto del equipo, me hice muy amigo de Benicio del Toro y también formé parte del proceso de investigación, que me resultó muy interesante. Entrevisté a la mano derecha del Che, Benigno, que estuvo con él desde que tenía 15 años de y acabó yéndose a París, donde encontró trabajo constructor. Ese hombre, Benigno, era realmente Rambo. Caminó desde Bolivia hasta Chile a través de los Andes. También hice de coach en otras películas, como Amexicano, y en Wasp Network, con Penélope Cruzy Gael García Berrnal.
P. Pero usted es esencialmente poeta.
R. Todos esos trabajos los hago para poder escribir. No me gusta definirme más que como un hombre que ama, escribe y vive. Aunque durante 10 años, de 1993 al 2003, no fui capaz de escribir ni un solo poema.
P. ¿Qué pasó?
R. Poco después de mi llegada a Nueva York, conocí a Paula Palacios, hermana de un amigo chileno que era pintor. Nos habíamos visto un par de veces y nos habíamos citado una tercera en Bocachica, un restaurante de comida latina en East Village, donde todos los jueves tocaba una banda legendaria de Cuba, Los Majaderos. El tiempo pasaba y ella no llegaba. De pronto apareció su hermano y me dijo que Paula se había suicidado la noche anterior. Me fui de allí y lloré mucho. También perdí (creo que en el metro) mi diario, donde le escribí una carta a ella, y que contenía también un poemario entero. Es algo místico, lo interpreté como una señal. La poesía es una síntesis y ser capaz de sintetizar algo, especialmente emociones dolorosas, es muy fuerte. Ser poeta es una dulce maldición, porque aunque no hay nada más extraordinario que escribir un poema, es muy doloroso.
P. ¿Y qué le hizo volver a escribir poemas?
R. La muerte de mi hermano favorito, Arturo, que es la persona que más he amado junto a mi madre y mi hija. Digamos que la muerte de Paula se llevó la poesía y la muerte de mi hermano me la devolvió. Hay una frase de Clarice Lispector que me gusta mucho y que dice: “escribo como si pudiera salvar la vida de alguien, probablemente la mía”. Creo que explica bien lo que siento. El poeta es un traductor del espíritu, del alma. Yo escribo por latidos. Mi poesía es profundamente intimista.
P. ¿Cómo cambió su poesía en esos 10 años?
R. Empecé a tener una seguridad y una certeza de la que carecía antes. Escribía sobre todo el dolor, pero cuando lo que sentía era ya casi pasado. He escrito para seducir, pero también desde la imposibilidad.
P. Ahora publica La muerte y sus ojos; ¿qué significa este libro para usted?
R. Este libro es muy importante porque no publico poesía desde 2013 y son dos libros en uno. Incluye el libro que escribí durante la pandemia, cuando me separé de la madre de mi hija y de mi hija Mila, que tenía 2 años y medio. Además, puedo decir que sobreviví a una pandemia, porque yo estaba en una edad peligrosa para enfermar y en el epicentro de la pandemia. José Lezama Lima decía que “el escritor es un solitario que cultiva el diálogo” y yo estoy de acuerdo con eso. Cuando escribo no pienso en la publicación, pero también quiero ser escuchado. Todo artista es un comunicador, un mensajero.
P. ¿Qué es lo más importante para usted como poeta y como persona?
R. A la gente le dan premios en la vida: los Oscars, los Grammys… El premio de la vida mía es mi hija Mila. Antes de que ella naciera estaba convencido de que ya lo había vivido todo, pero cuando la tuve entendí lo equivocado que había estado. Ella es lo que da sentido a mi existencia, de una forma circular. Lo que más me importa son los afectos, no los títulos u otro tipo de logros, y lo más importante que he hecho en mi vida ha sido haber tenido a mi hija y haber cuidado a mi hermano y a mi madre cuando estaban enfermos. Esas experiencias son las que me definen, a partir de ahí se puede tener una idea de quién soy.
P. La religión afrocubana también juega un papel importante en su vida.
R. Sí, de una forma absolutamente orgánica. Nací y me crié rodeado de eso. Mi abuela le echaba humo a los santos, mi tía era una espiritista potente y de mí siempre han dicho que soy “medio unidad”, capaz de percibir cosas que van a pasar. Mi mamá tiene una vela encendida 24 horas, nunca le falta la luz, ni el café. Se lo pongo fresco cada mañana en una taza china que le regalé y que fue lo único de ella que me traje de regreso. No tengo miedo a morir, pero la vida es demasiado hermosa. Uno tiene que querer morirse un día después.
P. ¿Cómo ha cambiado su barrio en estos más de 30 años?
R. Williamsburg en los noventa fue el lugar con mayor concentración de artistas en los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial y ahora es el barrio más gentrificado de Nueva York en los últimos 50 años. Cuando llegué a Nueva York el peligro formaba parte del glamour de la ciudad, porque parte del encanto de la vida es lo imprevisible. Estar expuesto a todo.
P. ¿Y qué opina de lo que está pasando en Estados Unidos y en el mundo?
R. El sionismo es equiparable al fascismo. Están haciendo en Gaza lo que les hicieron a ellos, una limpieza étnica. Y los millones de personas que votaron a Trump revelan el nivel de ignorancia política de este país. Votaron a un ser ególatra, narcisista, misógino y racista que nos ha llevado a una autocracia. Es lo peor que le ha pasado a Estados Unidos.
‘La muerte y sus ojos’, de Armando Suárez Cobián (Ediciones Furtivas, 2025)
Presentación de libro: 14 de junio a las 7.00 pm
Dirección: Black Spring Books,672 Driggs Ave, Brooklyn, NY 11211
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