Crónicas de las afueras de San Sebastián
Puedo hacer una larga lista de aspirantes que han paseado sus proyectos de festival en festival, a veces con éxito, pero la mayor parte de las veces sin él


En los festivales de cine se juntan las estrellas y los aspirantes a estrellas. Entre los unos y los otros están los acreditados como industria (productores, distribuidores, y puestos de oficina variados), prensa (desde los medios más conocidos a esforzados blogs o canales de YouTube o Twitch), y por supuesto el séquito de cada película, en cuya densidad poblacional podemos atisbar el presupuesto que tiene la cinta para promoción.
En los márgenes tenemos a los indocumentados que se presentan allí sin una acreditación que colgarse del cuello, mucho más interesantes que todos los que ya tienen su futuro inmediato asegurado. Dentro de esta raza hay varios subtipos, siendo execrable el de los gorrones que solo saludan o escriben para pedir cosas (entradas, teléfonos, invitaciones a fiestas) y que fuera de la temporada de festivales desaparece felizmente de nuestras vidas.
El resto de subtipos tiene en común un impulso de supervivencia que convive con la ilusión de sacar algún proyecto adelante. Son ellos los que acuden a los festivales esperando a que alguien les conozca, les hable, y sobre todo que les escuche. Ahorran todo el año para viajar a ciudades caras en las que dormirán en hostales de siete camas por habitación, alimentándose de bocadillos, y pagando las entradas pertinentes (no sin antes intentar que les caiga algún excedente del subgrupo de acreditados que no pisan las salas).
Puedo hacer una larga lista de aspirantes que han paseado sus proyectos de festival en festival, a veces con éxito, pero la mayor parte de las veces sin él. No se suele hablar de la economía del aspirante, que necesita ahorrar, pongamos, mil quinientos euros anuales para festivales, más dos mil para talleres y laboratorios de guion. A estos gastos de base hay que añadir desplazamientos fuera de temporada, dietas, y otros gastos de representación. Envidio esa capacidad de ahorro y esa ilusión, y también la capacidad de saber privarse de tantos refrescos al año para reunir trescientos euros que harán la diferencia en esas dos o tres noches de hotel. Ahora mismo en San Sebastián habrá gente comentando si este año está en el hotel Londres o si su empresa ha alquilado un imponente apartamento, mientras que otros tantos esperan su oportunidad paseando por las inmediaciones del María Cristina repitiéndose, en voz baja, “algún día, algún día llegará”. Y entre pintxo y pintxo, la rueda de la fortuna sigue girando, dispuesta a darnos y a quitarnos. Así será mientras duren los festivales.
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