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Esther García, productora y premio Donostia: “Los directivos de las televisiones y de las plataformas son hombres, no hemos roto ese techo de cristal”

La cineasta recibirá esta noche el reconocimiento del festival de San Sebastián de manos de Pedro y Agustín Almodóvar

Gregorio Belinchón

Ya tiene el Premio Nacional de Cinematografía desde 2018, y con todo la productora Esther García (Cedillo de la Torre, Segovia, 69 años) se confiesa “muy nerviosa” antes de recibir el premio Donostia, el galardón con el festival de San Sebastián la homenajea, y por primera vez recibe alguien dedicado a la producción. “Es que es una responsabilidad que a ratos supera mi felicidad”, subraya, sentada con una taza de café y pegatina en contra del genocidio en Gaza, horas antes de recoger el trofeo en la gala de inauguración.

La carrera de García está indisolublemente ligada a la productora El Deseo, de los hermanos Almodóvar, y, a la vez, a su búsqueda incesante de nuevo talento. “Cuando entré fue para ayudar a producir otras películas más allá de las de Pedro. Y desde aquel 1985 empezó una etapa para mí de absoluta realización personal. Porque la búsqueda de autores, de historias... Es muy gratificante y me ha hecho crecer. Todo ello, siempre, de la mano de Pedro y Agustín, y apoyada y sustentada, cada una de mis decisiones, por ellos. En El Deseo esas elecciones se toman entre los tres; como mínimo dos cuando Pedro está en un proceso creativo. Todo lo que he hecho, sin El Deseo, no habría sido posible”, explica.

El Donostia lo recibirá por primera vez un trabajador del cine que no sea intérprete o director. Para García, “es una gran apuesta, porque es importante que el gran público sepa que hay otros departamentos que contribuyen de manera muy creativa a convertir las obras en lo que son” ¿Y qué es el productor? “El primero de esos creativos, el cumplidor de sueños”.

La familia de García emigró de Segovia a Madrid, en concreto al barrio de Villaverde Alto, cuando ella era una cría. “Entré en una asociación cultural del barrio, que en aquellos años eran efervescentes, a la vez que algo clandestinas, y uno de los compañeros de la asociación era un regidor. En el rodaje de Pim, pam, pum... ¡fuego! [de Pedro Olea, estrenada en 1975] necesitaban alguien que les hiciera los contratos para el sindicato vertical franquista. Y ahí estuve yo haciéndolos, que en aquella época, con las máquinas de escribir, era complicado. Además, me avisaron de que el funcionario que recogía los contratos era tremendamente restrictivo, y si algo no estaba bien, los tiraba todos. Yo los hice porque decían que era espabilada y estaba estudiando taquimecanografía. Al final pedí que me dejaran ver el rodaje, que no había estado en ninguno. Me fascinó ese grupo de personas colaborando por un bien común. Miré por un momento a través de la cámara, con Concha Velasco actuando, y quise pertenecer a esa familia. Al inicio incluso pensé en algo relacionado con la cámara. Pero fui pragmática. Me centré en la producción, luché por ello y lo conseguí”.

Durante una década trabajó en muy distintos rodajes de cine y televisión de Mariano Ozores, Tito Fernández o Gonzalo Suárez, hasta que comenzó con los Almodóvar en Matador. “Esa película fue justo en la que Pedro decidió no volver a trabajar con alguien que no le entendiera como director y como creador. Que tenían que independizarse. Empecé con ellos como freelance. Cuando surgió la oportunidad de abrirnos a otros creadores, me contrataron. Y allí sigo”, desgrana.

Recuerda que en esos inicios a la búsqueda de nuevos proyectos, desde El Deseo llamaron a Víctor Erice. “Nos dijo que no tenía ninguna historia en marcha, cuando yo deseaba con todas mis fuerzas que la tuviera. Y fue triste recibir un no. Otra espina clavada fue rechazar Vacas, de Julio Medem”, confiesa. En sus decisiones felices está haber producido a Lucrecia Martel (La niña santa y Zama), a Isabel Coixet (La vida secreta de las palabras, Mi vida sin mí y Nieva en Benidorm), a Álex de la Iglesia (Acción mutante), a Guillermo del Toro (El espinazo del diablo), a Belén Macías (El patio de mi cárcel), a Damián Szifron (Relatos salvajes), a Gonzalo Suárez (Mi nombre es sombra), a Pablo Trapero (El clan), a Daniel Calparsoro (Pasajes) y varios más, hasta llegar a la representante española a los próximos Oscar, Sirât, de Oliver Laxe. “Hemos hecho mucha coproducción porque hemos encontrado puentes muy interesantes con Argentina, un país que hoy, por desgracia, está sufriendo muchísimo. Y más aún, su cine”.

En El Deseo está la familia Almodóvar y la familia García; su hermana Lola también trabaja en la productora. “Somos, desde luego, una familia. Y nos comportamos como tal, para lo bueno y para lo malo. Con una lealtad a muerte... y, como te conoces demasiado, a veces hay confrontaciones o roces. Al final, esa idea de familia impera por encima de lo creativo y de lo personal”. Esa familia, ¿no ha sobreprotegido a veces a Pedro Almodóvar? “Sin duda. Todo el tiempo le cuidamos. Un director tiene un trabajo extenuante en todos los procesos creativos hasta poner a disposición del público la película. Y todo el mundo quiere recibir de su boca las correspondientes indicaciones, lo que es imposible: ni físicamente ni intelectualmente podría dar todo lo que se demanda de él. Y luego hay otro tipo de protección, más personal. A veces le aislamos demasiado de un mundo exterior que también podría ser un elemento que alimentara su creatividad”. ¿Es difícil decirle que no a Pedro? “Es difícil porque a lo largo de los años se ha demostrado que casi siempre ha tenido razón”. ¿Y quién le dice que no a García? “Mucha gente, fíjate lo difícil que es levantar, incluso desde El Deseo, una producción que no sea de Pedro. Sirât ha sido un proceso complejo. Por suerte a mí se me da muy bien negociar”.

García odia los focos, no le gusta llamar la atención, es de hablar muy pausado. “No creo en conseguir cosas dando voces”, apunta. “Me dedico a las dos partes, a levantar económicamente un proyecto y a dar al director lo que necesita. Me gusta ir a pie de obra. Aunque, tras pasar una grave enfermedad, siento que debo ir alejándome de ese día a día. Mi oncóloga ya me decía: ‘Deberías de tomarte las cosas de otra manera’. Y con Amarga Navidad [la nueva película de Almodóvar, ahora en posproducción], he empezado a hacerlo”.

Así llega, como veterana, a señalar un pero evidente en el cine español. “La presencia de las mujeres ha aumentado en todos los departamentos. Pero los directivos de las televisiones y de las plataformas son hombres, no hemos roto ese techo de cristal, y en esos despachos es donde se decide el cine español. Al menos ya no me ningunean por ser mujer”. Y remata: “Había una frase famosísima, que se repetía una y otra vez, esa de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Todas las que estábamos ahí atrás hemos decidido que queremos estar delante también”.

El repaso a su carrera, ahora que le llega al Donostia, le obliga a escoger los proyectos más especiales para ella: “Acción mutante, porque fue la película más difícil en la que había trabajado; Mi vida sin mí, porque me conmovió, me removió y porque yo querría ser una mujer como esa; y La habitación de al lado, porque habla de unos temas necesarios, y encima tenía que ver con mi momento vital, con mi enfermedad. ¡Ah! No puedo olvidarme de La ley del deseo, porque transformó el panorama del cine español para todo. Fue de una valentía... nacida en parte de la inconsciencia. Nos colocó en un lugar en el que todo el mundo nos miraba, no podían creerse que hubiéramos hecho esa película”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.
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