Fútbol y vacaciones
Ya no hace falta irse al bar para ver un partido y conectar con la emoción de la parroquia, basta alguien con un móvil y buen pulso para sujetarlo


Son las siete y media pasadas de la tarde y en la playa de Patos (Pontevedra) aún hay bastante gente. Imagino a algunos novatos como yo despistados con la hora, no siendo del todo conscientes de que en esta parte de la península aún quedan unas tres horas de sol. Veo a un padre y a un hijo jugando a las palas como si fuera la final de Roland Garros, neceseres de futbolista paseando por la orilla portados por sus respectivos dueños. Detrás de mí hay un grupo de preadolescentes que acaban de llegar a las toallas, arremolinados todos, obedeciendo a regañadientes a ese mandato materno que indica que toca ponerse camiseta o sudadera para no coger frío. Los escucho, pero no los veo. Hay murmullo, hay silencio. Hasta que se rompe.
“¡Joder, Salma!”, dice uno de ellos .Y es entonces cuando me doy la vuelta. El adulto que sujeta el móvil tiene al menos a una docena de muchachos pegados a su cuerpo, pendientes de la final de la Eurocopa entre Inglaterra y España. Empieza entonces una narración perfectamente milimetrada. Un toque, y dos, y una falta que tenía que haber sido, y una oportunidad de gol que no llega y que nos obligará, si no hay un poco más de suerte o de acierto, a la prórroga. Los preadolescentes animan y gritan y el adulto dice que ante todo mucha calma, que llegará el gol como llegó el de Iniesta, exactamente en el mismo minuto. “Si es que Inglaterra…”, comenta uno. “¡Que no, que las nuestras son muy buenas!”, responde otro. Pero ese gol no llega y cuando se oye el silbato recogemos los bártulos como si ellos y nosotros nos hubiéramos puesto de acuerdo.
En el coche, hay mala cobertura y se escucha con dificultad Radio Nacional de España. Esta familia locuaz no emite una sola palabra, pendientes de la prórroga. Narran hombres y mujeres y me pregunto por qué no pasa lo mismo cuando juegan ellos. Sigo sin entender lo que es un fuera de juego, me pone muy nerviosa cuando el sonido deja de ser nítido y al escuchar que habrá penaltis se intuye un “uff” en el ambiente familiar.
Ya no hace falta irse al bar para ver un partido y conectar con la emoción de la parroquia, basta alguien con un móvil y buen pulso para sujetarlo, basta con una buena cobertura que convierta esos minutos en agonía. Basta con que sean vacaciones.
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