Votos con olor a protector solar
Hay días que el cuerpo vota y luego sale enfilando la carrera de San Jerónimo, buscando desesperadamente una terraza


El día apuntaba a lo que se espera de un laborable de finales de julio. Una de esas jornadas tras las que asoman, inminentes, las vacaciones. Porque olía a protector solar en la Carrera de San Jerónimo, con sus señorías vestidos con prendas que lo mismo te valen para ocupar tu asiento como para empalmar cuando salgas a por una copa de godello en cualquier terraza. Saharianas, lino y zapatillas de esparto, pocos pares de calcetines, pendientes y collares de colores que parecen no encajar con enero.
En el hemiciclo, más asientos vacíos que personas y casi todas hablando por teléfono. Por la mañana, rostros de esos que pasan desapercibidos por las calles. Tu cara me suena, y no sé de qué. Por la tarde, cuando tocaba decir sí o no a los decretos, aforo casi completo.
Olía a verano y también a café descafeinado. Apenas algún que otro corrillo, confidencias con periodistas de confianza y la actitud de quien ya no tiene prisa por las notas finales ni por casi nada en general. Conversaciones de lugares de veraneo, tú a los Pirineos y yo a Málaga. Todos con el “no puedo más” a las espaldas. Citas a Cicerón y a María Zambrano, también a Juan de Mairena e incluso menciones a Silvester Stallone en ‘Rambo’ y el Dicaprio de ‘Titanic’. Rostros bronceados deseando pillar el bien merecido descanso para colgar en redes sociales el tan manido “Desconectar para conectar”. Despistes propios de tener la cabeza en la playa.
Rafael Simancas sin parar de mirar la pantalla de su móvil como quien está pendiente del multifútbol el día que pueden ascender los de Segunda División. Al otro lado, Elías Bendodo paseando por los escaños, como si pasara revista a los invitados a una boda, a ver si está todo a su gusto. Al menos un par de diputadas acabando sus intervenciones con un “feliz verano”. Al menos otro par de diputadas declamando en sus parlamentos, haciendo pausas dramáticas y algún que otro gesto sobreactuado, cuerdas vocales pidiendo auxilio.
La ministra de Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Sara Aagesen, entrando al Congreso por la calle de Zorrilla y respondiendo a los periodistas con un lacónico: “Yo solo pido responsabilidad” cuando estos le preguntaron qué esperaba del decreto antiapagones’ que se votaba hoy. A las 17:51 de la tarde, ella y el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, eran los únicos que ocupaban su asiento en la bancada azul. Su rostro gritaba a los cuatro vientos que no iba a ser el mejor día para la vicepresidente tercera del Gobierno. Antes de la votación, ya sabía que no saldría adelante.
Gente a favor del lenguaje inclusivo, otra gente mofándose del asunto. José Luis Ábalos haciendo el paseíllo con andares y sonrisa de gustarse, sin hacer declaraciones como los famosos que ya han adquirido la etiqueta de leyenda. Gazpacho sin gluten en el menú de la cafetería. Cansancio dentro y fuera del edificio. Votos por el sí y por el no. Negociaciones y presiones y esto es intolerable y esto es imprescindible. Aplausos sin ganas. Escaños en tiempo de descuento.
A la hora de votar, griterío propio de mercadillo, que es una cosa también típica del periodo vacacional. “¡Sí, verde!”, “¡No, rojo!”, “¡Abstención amarillo!”, y así. Para los que frecuentan poco este lugar, tiene cierta gracia. Para esos y para el resto, el Gobierno sacó adelante siete de las ocho votaciones.
Ha habido menos ruido y bronca que la de costumbre. Y hay días como estos que se agradecen, con hipotensión, cuando lo habitual suele ser todo lo contrario. Hay días que el cuerpo vota y luego sale enfilando la carrera de San Jerónimo, buscando desesperadamente una terraza.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
