No entiendo la nueva programación de RNE
Qué gana la pública pareciéndose a unas radios comerciales que, en algunos aspectos, ya arriesgan e innovan más que la pública. La audiencia es un tesoro por el que muchos venderían a sus padres


Me remango antes de escribir: he sido colaborador de RNE esta temporada en un programa que desaparece, Podría ser peor, y trabajo desde hace casi una década para Onda Cero. Además, en una esquinita de mi casa me observa un trofeo con forma de ojo, recuerdo del día en que gané el premio Ojo Crítico de RNE de narrativa, que fue muy importante en mi carrera. No soy un oyente neutral: juzguen ustedes si esto convierte mi opinión en sospechosa o en pertinente. Yo la escribo desde la segunda convicción, pero no podría hacerlo ocultándoles quién soy.
Me cuesta mucho comprender los cambios profundos que se han presentado para Radio Nacional: los fichajes de algunas figuras veteranas para los huecos principales de la parrilla, el arrumbamiento de marcas consolidadas de la radio cultural a los desvanes de Radio 5 o a la fresquera de la madrugada, o la cancelación de proyectos nacidos en la casa que experimentaban con lenguajes más jóvenes sin desvirtuar ese sentido antiguo de la dignidad locutada, marca de la casa.
No entiendo qué gana RNE pareciéndose a unas radios comerciales que, en algunos aspectos, ya arriesgan e innovan más que la pública. La audiencia es un tesoro por el que muchos venderían a sus padres, y debe de ser frustrante encadenar muchos EGM a la baja, pero el privilegio de una radio estatal sin publicidad es no vivir expuesta a esos ataques de ansiedad. El servicio público que justifica la existencia de un medio así se puede entender de muchas maneras, y quizá la peor de todas sea dejarse arrastrar por una carrera en la que nadie le ha pedido participar, y mucho menos, ganar.
Es paradójico que las cadenas comerciales mantengan unas parrillas más estables, coherentes y respaldadas por un proyecto largoplacista que RNE, tan volandera como su dirección. ¿No debería ser RNE una piedra de criterios robustos al servicio de la sociedad española? ¿No debería defender su proyecto con razones propias, así lo escuchen cien millones o cien oyentes?
Alguna vez he escrito que una radio pública debería ser el metro de platino de todas las radios: la medida de la excelencia, el estándar del que ningún radiofonista que aspire a esos intangibles del prestigio y el respeto debería alejarse demasiado. Es la mía una postura maximalista y quizá irrealizable, pero es una postura. Y eso es lo que echo de menos en la programación que viene: un criterio que no sea la caza desnortada de una audiencia improbable.
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