Chelsea Manning, exanalista de inteligencia: “Una filtración masiva hoy ya no sería un bombazo”
La autora de la primera gran revelación de secretos de la era internet, cuando trabajaba para EE UU, busca ahora reencontrarse con su vida tras década y media de fama y activismo


“Cuando pasó todo aquello era muy joven”, dice Chelsea Manning (37 años, Oklahoma City, EE UU). Ese “todo aquello” fue filtrar cientos de miles de documentos secretos del Gobierno de EE UU a Wikileaks en 2010. Manning estaba destinada a Irak como analista de inteligencia y veía cosas atroces que creía que los estadounidenses debían saber. Luego estuvo en la cárcel hasta 2017. Salió después de haber transicionado a mujer, volvió a la cárcel en 2019 y escribió sus memorias. “He estado ocupada en la última década y media”, dice, en una enorme ironía, y ahora quiere entender mejor cómo funciona todo: “Aparte de haber estado en prisión y en el ejército, o de haber sido una especie de activista o figura política, no tengo apenas experiencia vital fuera de esas cosas. Así que he estado intentando vivir”, explica por videollamada a EL PAÍS. Está en un proceso que empezó en 2023 y espera contar más detalles en una charla —que está aún escribiendo y no tiene título— en el Festival Mozilla 2025, que se celebrará en Barcelona entre el 7 y el 9 de noviembre.
De Manning se ha dicho que está en el podio de las gargantas profundas del siglo XXI y de hecho es alguien que llama “Ed” a Edward Snowden. Fue la primera que fue a la cárcel por revelar secretos. Sabía que iba a perder su carrera y su futuro, pero la cárcel era algo más improbable, creía. Ahora es consultora de seguridad.
Pregunta. Con su experiencia, intenta ver mejor cómo ha ido cambiando el mundo de la información en estos años. Sin embargo, se ha apartado un rato del mundo.
Respuesta. Estamos inundados de información, es abrumador. Una de las cosas que he aprendido es a desconectar un rato de las redes. Me hace ilusión hablar de mi experiencia sin estar tragándome siempre todo lo que pasa.
R. Ha dicho que el tiempo que se pasa en redes es de Zuckerberg o Musk, no suyo.
P. Exacto. Aunque no creo que controlen del todo cómo consumimos la información, pero desde luego ganan dinero así. Se enriquecen con nuestro tiempo. No lo controlan directamente, pero sí que afinan los algoritmos para seguir robándonos horas. Al principio todo era por la publicidad, pero ahora parece más bien que quieren tenernos sedados, sin mirar demasiado a fondo lo que pasa. La televisión y otros medios de masas también han asumido ese papel. La cantidad de información está diseñada para ser abrumadora.
P. ¿Diseñada?
R. Sí, tal cual. Estamos abrumados a propósito, y explicaré en mi charla de Barcelona qué significa y cómo hemos montado nuestra sociedad de una forma tan inimaginable que nos lleva a que en la vida cotidiana casi no nos relacionemos de verdad de persona a persona. Siempre hay un tercero de por medio, siempre hay una transacción: comprar entradas, ir a un evento o incluso a una fiesta, donde es Partiful [app muy usada para organizar fiestas] quien recopila los datos. He hecho una lista de todas las formas en las que hemos convertido las interacciones humanas en un mecanismo comercializable de recogida de datos, en una especie de red social, y cómo todo eso afecta a la manera en que nos relacionamos.
P. ¿Esa cantidad de información abrumadora complica que haya más filtraciones masivas como las de la década de 2010?
R. Sí. A partir de 2010, internet se volvió mucho más accesible, sobre todo con la llegada del móvil. Hasta entonces, los medios de masas seguían dominando y el gobierno tenía mucho más control sobre el flujo de información, sobre lo que la gente podía ver o saber. Eso cambió a finales de los 2000 y, con ello, ocurrieron cosas como las de 2010 y 2013 con Snowden. Es importante recordar que hasta entonces el público nunca había tenido acceso a ese tipo de información. Ahora está al alcance de todos y es ampliamente conocida. Hoy, en EE UU, todo se hace a plena luz del día: publicas el vídeo de lo que has hecho, hablas de tus objetivos, y también fomentan que la gente interprete lo ocurrido de distintas formas, como bueno o malo.
Ese entorno informativo, mucho más complejo y centrado en ecosistemas, cambia completamente las cosas. Si hoy alguien publicara una filtración masiva como el archivo Epstein, no sería un bombazo. En seguida habría quien dijera: “Eso es falso”, “eso lo ha generado la IA” o “es desinformación”. Solo con que exista la tecnología de los deepfakes, ni siquiera hace falta usarla: basta con decir que algo real podría ser falso y ya está. Podrías tener 200 o 300 testigos y montones de móviles grabando algo y aun así la gente diría “bueno, nunca lo sabremos con certeza”. Lo vimos pasar en Ucrania en 2020, al inicio de la invasión rusa, y también en los últimos años con los vídeos documentados en Gaza, por ejemplo.
P. Ya no se necesita un Wikileaks.
R. No, porque es algo que está pasando, se está contando todo el rato.
P. Ha dicho que en su casa en 2022 se enteró mejor de qué ocurría en la invasión rusa de Ucrania de lo que comprendía de la guerra de Irak en 2010 siendo analista de inteligencia sobre el terreno. ¿Ha cambiado más el mundo entre que entró y salió de la cárcel en 2017, o desde entonces ahora?
R. Mucho más ahora. Eso es lo que estoy intentando entender. Para comprender realmente el entorno, necesitaba implicarme de otra forma. Ahora he hecho cosas que la gente no asociaría con “esto es algo que haría Chelsea Manning”. Hice de DJ, por ejemplo, y eso fue bastante visible. Pero también he hecho cosas parecidas en mi vida personal, explorando quién soy. No es algo que haya ido documentando en redes sociales. Decidí hacerlo fuera del ojo público. Quería enfrentarme a preguntas difíciles, abrirme más y conectar con aspectos de mí misma y de la sociedad, pero desde un plano distinto al de la información o la tecnología. Más desde la filosofía, el arte, la música o la meditación.
P. ¿Ya no es consultora de seguridad entonces?
R. Sí, eso es lo que me paga las facturas. Es mi trabajo, pero no es mi vida.
P. ¿Y hace tres años era su trabajo y su vida?
R. Diría que mi vida antes era mucho más incierta. Me metí un poco más en la parte política, sobre todo como escritora y comentarista. Era más del estilo “esto es importante, tengo que hacerlo” o “tengo cosas profundas que decir”. Pero, mirando atrás, creo que necesitaba estar más centrada y tener más experiencia para poder crecer de verdad como persona. Siento que en los últimos años he crecido muchísimo, pero de una forma más profunda, no solo intelectual o física, sino también espiritual, en cómo soy.
P. Debe ser raro que la gente diga que debería estar “en el Monte Rushmore de la lucha contra los secretos públicos”, junto a Assange o Snowden.
R. Me encasillaron en ese rol. Era muy joven. Cuando pasó todo aquello, nunca llegué a averiguar realmente qué quería. ¿Qué quiero? ¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí? Casi en un sentido existencial o incluso religioso. Ahora he podido trabajar en eso. De vez en cuando, aún tengo que hacer prensa o entrevistas, pero en los últimos años me he ido alejando cada vez más de todo eso. En el último año, todo se ha vuelto incluso más profundo.
P. ¿Pero abandonará el análisis de los temas del mundo digital?
R. No, no. Creo que simplemente lo estoy poniendo en contexto, intentando entenderlo de forma más profunda y completa. Tenía que hacer ciertas cosas para poder llegar a plantearme preguntas más grandes, más de fondo. Durante años nos han hecho pensar de una manera muy concreta sobre temas como la privacidad, la tecnología, la IA y su impacto. Hemos tenido una visión de túnel, una forma limitada de interpretarlo. Necesitaba dar un paso atrás para poder observarlo con otra perspectiva.
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