Los centros de datos secan el puerto de Marsella: “Consumen enormes cantidades de electricidad”
La proliferación de estas infraestructuras en la segunda ciudad de Francia amenaza el suministro energético de proyectos dirigidos a mejorar la vida de los vecinos


En la terminal de cruceros de Marsella, a casi ocho kilómetros del coqueto Puerto Viejo que marca el centro de la urbe, hay atracados cuatro enormes buques. Detrás de ellos, siguiendo la costa en dirección norte, se aprecia otro en los astilleros. La silueta de estos hoteles flotantes forma parte de las vistas habituales que tienen algunas de las viviendas del humilde barrio de Saint-André, al noroeste de la ciudad, el más cercano a la zona portuaria. Sus vecinos tienen que convivir con el rugido constante de los motores de estas moles de acero, que deben seguir encendidos para poder prestar los servicios de abordo. La brisa marina hace que hoy apenas sea perceptible el humo que expulsan sus chimeneas, pero dicen los lugareños que hay días en que nubla el ambiente.
El Ayuntamiento tiene un plan para hacer más llevadera la presencia de los cruceros: electrificarlos, conectarlos a la red para que puedan apagar máquinas y seguir funcionando. La idea es que las reparaciones de los astilleros y las labores de carga y descarga del muelle también usen esa energía. Pero no está claro que haya electricidad suficiente para hacerlo. Los centros de datos de la zona portuaria, activos desde 2021, tienen preferencia de disponibilidad sobre la energía. “Consumen enormes cantidades de electricidad y reservan potencia eléctrica de forma especulativa y monopolística. Esto hace prever futuros conflictos de uso en cuanto al suministro eléctrico”, explica a EL PAÍS Sébastien Barles, teniente de alcalde de la ciudad. En la última reunión que tuvieron las autoridades portuarias con las regionales y los vecinos, se informó de que el proyecto de electrificación de los buques se posponía hasta 2029. “Actualmente, los centros de datos solo tienen efectos negativos para los vecinos de Marsella”, añade el político.
La opinión de Barles, de los Verdes, contrasta con la del alcalde y líder de la coalición que rige desde 2020 el consistorio, el socialista Benoît Payan, que ve en la ola digital una oportunidad de crecimiento económico para la ciudad. También choca con la visión del presidente de la República, Emmanuel Macron, que anunció en febrero inversiones extranjeras de más de 100.000 millones de euros en torno a la inteligencia artificial (IA). Buena parte de ese dinero se dedicará a construir centros de datos, la infraestructura clave para el funcionamiento y desarrollo de esta tecnología.
En la última década, Marsella ha pasado de la irrelevancia a ser la séptima ciudad del mundo por tráfico de datos. La empresa estadounidense Digital Realty tiene cuatro centros de datos funcionando en la ciudad. Tres de ellos están en el puerto, literalmente al lado de la terminal de cruceros. Es especialmente llamativo el que ocupa una antigua base de submarinos con aspecto de búnker gigante construida por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

Las instalaciones tienen aspecto futurista y fuertes medidas de seguridad. Para entrar a la subestación de transformación de potencias construida para dar soporte a estos centros de datos, un edificio moderno y aparentemente desierto a pie de carretera y sin cartel alguno, hay que pasar el dedo por un lector de huellas dactilares ante la atenta mirada de varias videocámaras. Esta alta tecnología contrasta con el ambiente más bien caótico del lugar. Algunos turistas despistados que pasan frente a estos fríos edificios en busca de su crucero se mezclan con trabajadores del puerto con casco y chaleco amarillo que van de aquí allá y con una fila de coches con el techo a rebosar de objetos que esperan para embarcar en los ferris con destino a Argelia o Marruecos, a los que se accede a pocos metros de los servidores de Digital Realty.
A escasos 500 metros de allí, la compañía está construyendo un quinto complejo donde antes había una fábrica de azúcar, cuyos grandes silos hablan de la historia colonial de la ciudad. “Pasará de almacenar comida a almacenar datos”, musita Anti en tono sarcástico. “Las obras están yendo rápido”, dice señalándolas. Se aprecian bien desde la colina hasta la que sube este marsellés de 30 años cuando quiere mostrarle a alguien cómo estas naves industriales repletas de sofisticados procesadores están sustituyendo a fábricas metalúrgicas o de conservas. Anti forma parte del colectivo Le nuage était sous nos pieds (La nube está bajo nuestros pies), que trata de concienciar sobre “la destrucción socioambiental de la tecnología”.
Él y sus colegas están preocupados por cómo los centros de datos están cambiando la ciudad. Han denunciado escapes continuados de gases fluorados usados en la refrigeración de computadores en los centros de datos del puerto y les inquieta que estas instalaciones acaparen energía en una ciudad que solo produce el 16% de la que necesita.

El hecho de que los centros de datos se ubiquen en el puerto no es casual. Hasta aquí llegan 17 cables submarinos, y hay otros cuatro en proyecto. “El lecho marino de las proximidades de Marsella es bien conocido desde el siglo XIX, cuando se tiraron los primeros cables para conectar por telégrafo a las colonias africanas”, ilustra Max, compañera de activismo de Anti y que, como este, prefiere no dar su nombre completo. Ahora es la fibra la que llega hasta la ciudad, que dispone de una ventaja estratégica respecto a otros puertos importantes, como Barcelona o Génova: no tiene grandes montañas que la separen del corazón de Europa. Los cables pueden alcanzar París, Frankfurt, Ámsterdam o Londres sin necesidad de salvar los Pirineos o los Alpes.
Una cuestión de energía
Hay lugares en los que la principal crítica de los vecinos a los centros de datos es la cantidad de agua que consumen para refrigerar los servidores. No es el caso de Marsella, bien abastecida de ese recurso. Las autoridades incluso han cedido a Digital Realty el agua de los antiguos canales subterráneos de desagüe de las minas de carbón de Gardanne, al norte de Marsella, que desembocan en el puerto, para que puedan enfriar con ella sus sistemas. Eso permite que solo el 10% del consumo energético de estas infraestructuras se dedique a enfriar procesadores, mientras que entre el 80% y el 85% sea para alimentar los servidores, según datos de una consulta pública realizada por Le nuage était sous nos pieds y que este periódico no ha podido contrastar con la empresa.
En Marsella, el principal caballo de batalla de quienes protestan contra la proliferación de centros de datos es la energía, como ilustra el caso de la electrificación frustrada de los cruceros. “El director general adjunto del Gran Puerto Marítimo de Marsella estima la potencia eléctrica aún necesaria para las actividades de electrificación de los muelles en un rango de 100 a 120 MW. ¡La potencia de total de los cinco centros de datos ya en funcionamiento en Marsella es de 77 MW!”, dice Patrick Robert, presidente de la federación de comités de interés vecinal del distrito 16 de Marsella.

Cuando el año que viene esté operativo el complejo que se está construyendo junto al puerto, las instalaciones de Digital Realty acapararán una potencia instalada de 98 MW. La compañía tiene previsto inaugurar en 2028 un sexto centro mucho mayor, de 50 MW, en Bouc Bel Air, a las afueras de la ciudad. Digital Realty, que ha preferido no contestar a las preguntas de este periódico, es uno de los mayores operadores de centros de datos de colocación, los que alquilan a terceros espacio en sus servidores o capacidad de cómputo. Sus instalaciones de Marsella dan servicio a Alphabet, la matriz de Google, así como a un proyecto francés de datos soberanos en el que participan Google, Thales, Orange y Microsoft, entre otros. Disney+ se lanzó en Francia desde aquí.
Barles, teniente de alcalde encargado de la Transición Ecológica de la ciudad, recita los datos sin ocultar su preocupación. “Los centros de datos actuales representan el equivalente al consumo eléctrico de 200.000 habitantes. Pero si sumamos los proyectos en curso, estamos hablando del equivalente al consumo de toda la población de Marsella: 850.000 habitantes”. Eso pone las infraestructuras al límite y exige inversión pública para abastecer un negocio privado, sostiene el político ecologista, a la vez que hipoteca la capacidad de la ciudad de desarrollar en el futuro “actividades que generen más empleo”.
El fantasma del desabastecimiento planea desde la crisis energética de 2022, cuanto Rusia cortó el grifo del gas a Europa. “Para pasar ese invierno, las autoridades establecieron un plan de cortes eléctricos locales en caso de problemas de suministro. Se preveían cortes por barrios, pero nunca se contempló cortar la alimentación de los centros de datos”, ilustra Barles, que ya entonces formaba parte del consistorio. “Eso plantea preguntas sobre las prioridades de nuestra sociedad”.
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