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Más mayores y más achaques: España es campeona en años, pero no en calidad de vida

Un estudio señala que los españoles vivirán más de diez años de vejez con discapacidad, mientras otros países logran ampliar los años disfrutados con salud

Dolors
Enrique Alpañés

Vivimos más, pero vivimos peor. España es uno de los países con mayor esperanza de vida de Europa, comparte podio con Italia y Suecia con 84 años. Sin embargo, las cosas cambian al centrarse en los países que viven más años con calidad de vida. Ahí España se desploma hasta el puesto nueve, superada por países como Suecia, Malta o Irlanda. La longevidad, en nuestro país, no se acompaña de salud. Esta es la principal conclusión de un estudio poblacional realizado por la Fundación BBVA en colaboración con el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE).

Al llegar a los 65 años, un español tiene ante sí un panorama largo pero no muy alentador. Puede esperar vivir casi 22 años más, pero menos de la mitad serán de calidad: algo más de 10. En parte es ley de vida, pero es una ley relativa. La vejez es un proceso constante que puede erosionar poco a poco una vida, minando sus últimos años. Pero también puede ser una especie de colapso. Este es, según los expertos, el escenario ideal: vivir con calidad hasta el final, e irse apagando solo en los últimos meses. Y hay países que se acercan más a ese ideal. En Suecia, la esperanza de vida es menor que en España al llegar la jubilación (21 años) pero casi 14 de esos años se vivirán sin discapacidad. Viven algo menos, pero varios años mejor.

Este análisis también refleja diferencias claras respecto al género. Las mujeres en España viven más que los hombres. Pero sus 3,8 años extra transcurren con discapacidad, achaques o problemas de salud. “Si no tuviéramos esto en cuenta, la esperanza de vida de ambos géneros estaría prácticamente igual”, explica Ángel Sóller, Vicedecano de la Facultad de Economía de la Universidad de Valencia y autor principal del estudio.

Plantea cuestiones demográficas y políticas, pero en el fondo, también morales, íntimas y hasta cierto punto desasosegantes. ¿Es mejor vivir menos y mejor o sobrevivir a cualquier precio? No se trata de una dicotomía, entiende Sóller, pues él aboga por vivir más y mejor. Y cree que se puede conseguir con un cambio en las políticas sociales. “Se deberían repensar las políticas para promocionar estilos de vida saludables, impulsar programas de envejecimiento activo y promocionar las redes de apoyo. Es muy importante formar parte de la sociedad activamente, ya sea a través de la política, de asociaciones, de fundaciones…”.

Dolors Majoral Puig, de 74 años, cumple todos esos puntos a la perfección. Una vez a la semana se reúne con la marea de pensionistas de Saint Boi de Llobregat, su pueblo. También con la asociación vecinal. Y con sus compañeras del movimiento feminista. Lleva haciéndolo desde que se implicara en la creación del mítico espacio Ca la Dona, en la Barcelona de los años setenta, y ahora ve con alegría cómo las nuevas generaciones toman el relevo. “Es muy enriquecedor, ese intercambio intergeneracional”, dice. “Hay gente de 20 años estupenda, estupenda, estupenda”. También colabora, siempre que puede, con la fundación Enllaç, que acompaña y apoya a los mayores LGTBIQ+. Tiene clases de aqua gym dos veces por semana. Y una mujer, un montón de sobrinos, sobrinos-nietos, familiares y amigos con los que queda a menudo. “La verdad es que no tengo tiempo para aburrirme”, comenta divertida.

Majoral también tiene achaques. Nota dolor de espalda muchas tardes al llegar a casa después de sus múltiples compromisos. Pero piensa seguir hasta que el cuerpo aguante. Y cree que esa insistencia en el seguir, esas ganas de aguantar, son parte de su secreto. “Hay que mantenerse activa, el sillón atrapa y es muy negativo”. Quizá no usan esas palabras, pero esa es la misma conclusión a la que han llegado cientos de estudios sobre longevidad y calidad de vida. Por ejemplo, un metaanálisis de 148 estudios con más de 300.000 personas, que encontró que las relaciones sociales se asociaron con un aumento de la esperanza de vida. Según los autores, el efecto es comparable con factores clásicos de riesgo, como fumar.

En la sociedad actual asumimos que nuestro cuerpo y nuestra mente se deteriorarán, que quizá muramos débiles, dependientes o solos. Paradójicamente, este resultado es una especie de éxito. Durante la mayor parte de la historia, los seres humanos no vivieron lo suficiente como para enfrentarse a la decrepitud. La ciencia y los avances sociales están empujando los años de esperanza de vida de forma constante. Algunos expertos en longevidad aseguran que nos hemos encontrado con una barrera biológica, pero de momento, en el campo de los estudios poblacionales, ese muro no aparece. “Vamos aumentando a ritmo de 0’2 años de esperanza de vida por cada año que pasa, con excepción del año de la pandemia”, explica Sóller. Este es un dato que refleja su estudio, que forma parte del programa de investigación en Socioeconomía que comparten FBBVA y el IVIE.

Sin embargo, los achaques siguen apareciendo más o menos a la misma edad. No ha habido cambios significativos al respecto. Y eso puede tener consecuencias. “La gente vive más tiempo, pero no necesariamente más sano”. Este es el elocuente título de un estudio publicado en la revista científica Nature, en 2024, que avisaba de que la brecha entre esperanza de vida y esperanza de vida sana está aumentando. Las mayores diferencias se dieron en Europa, mientras que en África se veían aquellas menos fuertes. Las proyecciones para 2100 pronosticaban una ampliación continua de esta brecha en todas las regiones.

Por eso, últimamente tanto en la medicina como en la sociología y la política, se empieza a poner el foco en la calidad y no en la cantidad. No se persigue tanto una cifra a la que llegar, como si fuera una meta, una competición. Y se hace más hincapié en que el camino hacia esa meta, ese final, sea agradable. Al final la vida (y la muerte) no se pueden reducir a un número.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
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