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Así se mata una universidad

La Complutense, el mayor centro universitario presencial de España sufre una asfixia económica cada vez más paralizante: todos los departamentos y facultades deben sobrevivir con un 35% menos de un presupuesto

José Antonio Magán, director de la biblioteca de la facultad de Matemáticas, contaba la historia esta semana sin forzar la voz, mientras paseaba bajo la lluvia por la avenida Complutense: “Hace más de diez años, yo participaba con colegas de Harvard y de Oxford en un proyecto para digitalizar fondos sufragado por Google. Ellos los suyos. Nosotros los nuestros. La biblioteca de la Complutense es la segunda mayor de España, después de la Nacional. Y así logramos digitalizar casi 150.000 libros del siglo XIX. Pero a partir de 2018, como ya no había personal para catalogar y seleccionar los libros, hemos dejado de acudir en ese programa. Ya no vamos con Harvard ni con Oxford”. Y luego, con la misma voz neutra, bajo la misma lluvia pesada, añadía: “Es más: desde ese año, junto con mis compañeros de la facultad de Matemáticas, apañamos y arreglamos con pasta de cola y tijeras los manuales rotos de nuestra biblioteca porque ni siquiera tenemos fondos para reponerlos. Lo mismo hacemos con los sillones”.

La Complutense, el viejo mastodonte universitario situado en la esquina oeste de Madrid agoniza por asfixia económica. Es la universidad más grande de España (sin contar con la UNED), con 64.000 alumnos (6.000 menos que hace cuatro años, 40.000 menos que en los años 90), casi 7.000 profesores e investigadores y cerca de 3.300 trabajadores de servicios. Una ciudad entera con la población de Toledo que se pone en pie cada mañana. Aquí fueron a clase cinco premios nobel españoles (Cela, Benavente, Severo Ochoa, Aleixandre y Vargas Llosa) y uno más, Ramón y Cajal, fue profesor. Aquí también, hace poco, los miembros de un departamento de una facultad de Económicas, muriéndose de apuro, confesaron a una colega de Granada a la que habían propuesto que diera una conferencia en el campus de Somosaguas que no tenían dinero ni para pagarle el tren. El viaje acabó abonándolo el departamento de la profesora, cuyos miembros eran conscientes de la situación casi mendicante de sus colegas madrileños. Pasarse una semana en esta universidad madrileña casi infinita, con su laberinto de facultades, pasillos, laboratorios, paseos y aulas es asistir a la degradación paulatina de esa ciudad que a cada paso está a punto de derrumbarse, y a la pelea de un ejército de profesores y de profesionales comprometidos con su trabajo que logran que cada mañana todo funcione de nuevo.

Hay recortes en las fotocopias: La profesora de Filosofía Laura Nuño de la Rosa recuerda que hace unos meses les conminaron a hacer las fotocopias en la máquina del departamento en vez de ir al centro de reprografía, donde, al haber personal que atiende los pedidos, cada copia sale un céntimo o medio céntimo más cara. También se recorta en barro: en la facultad de Bellas Artes es mejor que muchos alumnos no aspiren a recrear modelos humanos a tamaño natural, ya que el material escasea y se recomienda el trabajo a escala, cuanto mayor la escala mejor. El barro, una vez que la obra ha sido evaluada, se recicla y vuelve al arcón húmedo donde esperará a metamorfosearse de nuevo. Los alumnos que quieran cocer la pieza para conservarla deberán pagarla. Hay recortes en muchas suscripciones de revistas electrónicas científicas, necesarias para que los investigadores estén al día de su especialidad. Esto se suple con aplicaciones piratas, o pidiendo la clave de acceso o el PDF a colegas de la Autónoma o pagando a escote una publicación entre un grupo de profesores. Hay recortes incluso en los cadáveres. La catedrática de Anatomía de la facultad de Medicina Teresa Vázquez cuenta que el Centro de Donaciones de Cuerpos, del que es directora y en el que se tratan, se almacenan y se gestionan los cadáveres que sirven para las clases de disección, carece de una cámara congeladora supletoria. Y que esto acarrea que el número de prácticas con cuerpos reales disminuya. “Hasta las universidades americanas que hace años impulsaron los simuladores por ordenador han vuelto a lo de siempre”. Y añade una de esas frases que solo pueden escucharse en la universidad: “Nada enseña más que un cadáver”. Por cierto, que hace falta estómago -además de vocación- para enfrentarse a un pedazo de pierna embalsamado de un feo color cerúleo, o un brazo entero extendido, o un tórax seccionado por la mitad. De hecho, el médico que la mañana del miércoles envolvía en plásticos una cadera para reutilizarla otro día como el que envuelve una lámpara de Ikea se había desmayado el primer día de clase.

El presupuesto de la universidad ascendió en 2025 a 632 millones de euros. La Comunidad de Madrid se hizo cargo de 412 millones. El resto llegó de las matrículas, de las aportaciones del Estado y de fondos europeos y de los propios recursos que genera el centro (la Complutense es un mundo en sí mismo y alberga, entre otras cosas, una clínica psicológica con pacientes de pago y un hospital veterinario donde no es raro ver caballos cojos o vacas enfermas). El agujero económico, a juzgar por la propia universidad, hay que buscarlo en la insuficiente inversión comunitaria. En 2009, el Gobierno regional inyectó 394 millones. Es decir, en 15 años, la aportación regional ha subido un 5%. Y la inflación, un 44%. Ahí se encuentra el origen del pozo. Al mismo tiempo, la Comunidad de Madrid ha ido impulsando año a año los centros universitarios privados. Hace dos días, precisamente, aprobó la implantación de la decimocuarta universidad privada de la región: IE Universidad de Madrid. La Complutense ha ido sobrevivendo gracias a los 456 millones ganados en los tribunales por la Complutense contra el Gobierno de Esperanza Aguirre (PP) por incumplimiento de planes de financiación. Pero ese dinero se acabó en 2025 y los problemas llegaron en cascada. De hecho, el rector, Joaquín Goyache, con un déficit de más de 30 millones pendiendo sobre sus cuentas y ante la amenaza de no poder pagar las nóminas en diciembre, decidió en noviembre pedir a la desesperada un préstamo a la Comunidad de Madrid por un valor de 34, 2 millones, con 4 millones de intereses. La inmensa mayoría de los profesores y alumnos consultados para este reportaje no entiende cómo hay que pagar intereses a quien está encargado de financiarte. Paralelamente, la universidad, desde principios de este año, emprendió un draconiano plan de ajuste consistente en recortar el 35% en prácticamente todo, exceptuando los sueldos. Este plan, que recuerda a los años de la troika en Portugal o a la época de la austeridad a machamartillo de la España de la crisis de 2011 durará al menos hasta 2029, según las previsiones del rectorado. Hasta que se haya pagado el préstamo.

Eso se traduce en que cualquier facultad, cualquier departamento y cualquier actividad cuenta con el 35% menos de un presupuesto ya de por sí adelgazado. En la facultad de Matemáticas, por ejemplo, los 410.000 euros anuales que recibía desde 2008 se han convertido, de pronto, en 270.000. En la facultad de Veterinaria, los 800.000 en 520.000. En el departamento de María José Díaz, profesora de Sociología de la facultad de Económicas, cuentan con un presupuesto anual de 2.300 euros para siete personas del que tendrán que extraer los fondos para pagar el material, el teléfono, los viajes a congresos, las fotocopias o cualquier otro gasto imprevisto. En la facultad de Políticas y Sociología solo se pudieron comprar este año diez sillas nuevas para profesores a pesar de que la comisión de riesgos laborales aconsejaba que se adquirieran muchas más dadas las particularidades ergonómicas de las sillas viejas. Esta misma facultad cuenta con un laboratorio de imagen construido en los años ochenta que bien podría servir para rodar un capítulo de Stranger Things. “Es un poco vintage, sí”, reconoce la voluntariosa decana de esta facultad, Esther del Campo. La facultad disfruta, eso sí, de una biblioteca moderna que dispone de unos ventanales amplísimos por los que entra una luz natural preciosa. Almacena además colecciones bibliográficas inusuales, como los 20.000 ejemplares de libros sobre África donados de un centro misionero. Pero el miércoles pasado, la misma lluvia que empapaba al frustrado bibliotecario José Antonio Magán se filtraba por el tejado mal cerrado de la biblioteca de Políticas. Como otras veces, colocaron unas papeleras recubiertas de plástico en lo alto de las estanterías para que las goteras no estropearan los libros. Ese mismo día hubo goteras en los pasillos de Periodismo y en varios despachos de la facultad de Medicina.

La progresiva escasez de fondos arrastra una paradoja añadida: la infrautilización de elementos sobresalientes que cada vez se usan de peor manera: hay decenas de ejemplos, de lo más pequeño a lo más grande: ahí está la magnífica biblioteca de Políticas con goteras, pero también el laboratorio de Seguridad Biológica de la facultad de Químicas, especializado en analizar virus y bacterias, parado desde hace dos años por falta de un técnico; o la pizarra electrónica en un aula de Educación, inutilizada porque no hay fondos para pagar la actualización informática; o la falta de becas internacionales que no se consiguen porque escasea el personal administrativo que se encargue de llevar a cabo los trámites; o el hecho de rechazar buenos alumnos que quieren estudiar. “Nosotros admitimos a 250 cada año; podríamos admitir más porque hay un número parecido que se queda fuera, pero no tenemos medios: el que se lo puede pagar se va a la privada, y el que no... Y eso da coraje”, explica el decano de la facultad de Físicas, Ángel Gómez Nicola. Y advierte: “Estamos al límite, en la cuerda floja. Cada día pienso que si se nos rompe un aparato importante del laboratorio, por ejemplo, no vamos a poder reponerlo”. Esta reflexión es compartida por muchos profesores y profesionales -y también alumnos- de la universidad: la Complutense se debilita día a día sin que la enseñanza se resienta mucho. Es como una máquina que sigue en marcha a pesar de perder una pieza cada día sin que nadie sepa cuántas piezas más puede perder hasta que colapse. A este respecto, Gómez Nicola apunta: “Imaginemos que la Complutense no existiera, que nunca se hubiera creado: ¿Cuánto costaría levantarla? ¿Qué valor tendría? Por eso, como científico acostumbrado a preguntarme el porqué de las cosas, yo me pregunto: `Por qué?”.

Pablo Pose, portavoz de Educación del PP en la Asamblea, especifica que la región acoge el 20% de los estudiantes universitarios de toda España, con tan solo el 14% de la población del país. Y añade que en el año 2026 se van a destinar más de 1.240 millones a las universidades públicas madrileñas y que se va a poner en marcha un plan plurianual “que las ayude a ser aún mejores”. Este periódico intentó, sin éxito, recabar la versión del rector.

A pesar del recorte presupuestario y del mordisco anual de la inflación, la Universidad Complutense no ha perdido puestos en el ranking de Shanghái, donde se encuentra en la quinta posición entre las universidades españolas y entre las 300 y las 400 mejores del mundo. A lo largo del curso 24-25 fue capaz de defender más de 800 tesis doctorales, más que todas las que son capaces de generar todas las universidades privadas de España. Esto, según muchos de los profesores consultados, al compromiso casi sentimental de muchos docentes. Una de ellos, Carmen Pérez Díaz, profesora de Veterinaria, explica sus razones: “Yo estudié en la universidad pública. Si no, no habría podido hacerlo. Se lo debo”. La profesora de la facultad de Económicas María José Díaz añade: “Si recortan cursos, los de horario de tarde por ejemplo, que es cuando van los que tienen que trabajar por la mañana, cercenarán la posibilidad de que esos alumnos puedan estudiar. Y la universidad irá perdiendo su capacidad para impulsar el el ascensor social”.

Hoy domingo todo duerme. Pero mañana lunes volverá a levantarse la ciudad de la universidad Complutense. En algunos despachos de Veterinaria no habrá calefacción. En algunas clases de Políticas la calefacción estará tan sobredimensionada debido al estado de las calderas que habrá que dar la clase casi en camiseta. En la facultad de Medicina, cuando se levanten las junturas metálicas que unen las losetas del suelo quedando al aire como un cuchillo, como no pueden ser sustituidas así como así porque el edificio está protegido y no hay dinero, las taparán con cinta adhesiva gris. Quedará muy feo, pero se podrá seguir andando. Habrá aulas en varias facultades sin profesor porque los procesos de sustitución son cada vez más difíciles de cubrir, como pasa, por ejemplo, en 4 de primaria Bilingüe en Educación. Pero la Complutense, ese viejo mastodonte, seguirá en pie. Sirviéndose de lo que tiene. Y conviene no infravalorarla: con el barro reciclado de la facultad de Bellas Artes un grupo de profesores de esa facultad ayudó a modelar los bocetos de Antonio López para las nuevas puertas de bronce de la catedral de Burgos.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.
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