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Dos muertes relacionadas con la vacuna del chikungunya evidencian el riesgo de los ensayos clínicos poco representativos

La EMA desaconseja ahora el fármaco para los mayores de 65 años tras registrarse 17 efectos adversos graves en este grupo de edad, poco presente en los estudios

Vacuna del chikungunya
Oriol Güell

La Agencia Europea del Medicamento (EMA) ha recomendado restringir el uso en personas mayores de 65 años de la primera vacuna desarrollada frente al chikungunya, una enfermedad infecciosa transmitida por mosquitos en zonas tropicales que provoca, entre otros síntomas, dolores severos en las articulaciones que duran varios meses e incluso años. La medida llega tras registrarse al menos 17 eventos adversos graves —dos de ellos mortales— en personas mayores de 62 años que habían recibido la única dosis con la que se administra Ixchiq, nombre comercial del fármaco.

Este utiliza una versión atenuada del virus del chikungunya, modificada genéticamente para producir la respuesta inmunitaria del organismo sin causar la enfermedad. Aunque las investigaciones siguen abiertas y por ahora no ha sido confirmada una relación causal entre la vacunación y los eventos, la EMA destaca en un documento fechado el pasado día 2 que “la cepa vacunal del virus del chikungunya fue detectada en los fluidos corporales” de los dos fallecidos.

Son un hombre de 84 años que desarrolló encefalitis —una complicación poco frecuente del chikungunya— y otro de 77 con Parkinson. La EMA, que aprobó la vacuna hace un año, apunta en sus primeras comunicaciones que estos problemas de seguridad pueden estar relacionados con la escasa representación en los ensayos clínicos de personas mayores de 65 años.

“Como los estudios incluyeron principalmente a menores de 65 y la gran mayoría de los casos graves han sido en personas de esa edad o más, el Comité [de Farmacovigilancia de la EMA] recomienda temporalmente restringir el uso de la vacuna” en este último grupo al no considerarlo por ahora seguro.

“La Comisión Europea ha solicitado a la EMA que emita una opinión sobre el asunto antes del 30 de septiembre de 2025”, según contesta por escrito a EL PAÍS un portavoz de la Agencia, que recuerda que mientras las investigaciones estén en marcha el uso de la vacuna en personas de 65 años y mayores está “contraindicado”. En Estados Unidos, la FDA ha decidido adoptar la misma medida, pero ha bajado el límite a los 60 años.

El portavoz de la EMA informa de que “el Comité de Medicamentos de Uso Humano (CHMP) opinó [tras conocer los resultados de los ensayos y antes de la aprobación del fármaco] que la población incluida estuvo bien distribuida en los estudios de seguridad (con 346 participantes mayores de 65 años vacunados de un total de 4.643 adultos) y no se identificó ninguna preocupación de seguridad importante”.

El porcentaje de mayores de 65 años fue del 7,5%, proporción mucho menor al cerca del 20% que representa este grupo de edad en la población de la UE. La vacuna de Valneva —que no ha contestado al cierre de esta edición a las preguntas que le ha hecho llegar EL PAÍS—, está disponible por ahora en Francia, Alemania, Suecia, Países Bajos y Bélgica, entre otros países, además de Estados Unidos y Canadá, aunque todavía no en España.

En los últimos meses, el fármaco ha empezado a ser utilizado en zonas con brotes de chikungunya y viajeros que iban a visitarlas. Una de ellas es la isla francesa de La Reunión, en el Océano Índico, donde las autoridades iniciaron el pasado mes de enero una campaña de vacunación que arrancó precisamente con los mayores de 65 años. En total, según datos provisionales de la EMA de finales de abril, más de 40.000 personas han recibido la dosis en el mundo, 19.000 de ellas en Estados Unidos, 12.000 en Francia —más de la mitad en La Reunión— y 6.000 en Canadá.

Rosa López Gigosos, miembro de la Asociación Española de Vacunología (AEV), considera que los casos detectados pueden constituir “un efecto adverso de la vacuna no observado en los ensayos”. Según esta experta, las vacunas de virus vivos atenuados producen generalmente más reacciones adversas que las que usan fracciones de los patógenos, como algunas de sus proteínas.

“Estas reacciones suelen ser banales, como un poco de fiebre, y de corta duración. La vacuna de la fiebre amarilla, por ejemplo, también es de virus atenuado y se usa desde 1930 con muy buenos resultados, aunque su uso también se restringe en mayores de 60 años”, añade.

En cualquier caso, sigue López Gigosos, “en personas mayores y con patologías de base, generalmente es más conveniente usar otro tipo de vacunas, como las de proteínas, aunque estas suelen producir respuestas inmunitarias menos potentes o de menor duración”.

Hace tres meses, la EMA aprobó una segunda vacuna frente al chikungunya, en este caso basada en proteínas. Su nombre es Vimkunya y ha sido desarrollada por la farmacéutica danesa Bavarian Nordic.

La escasa presencia de algunos colectivos —mujeres, personas mayores, algunos grupos étnicos, pacientes con determinadas dolencias...— en los ensayos clínicos ha sido un problema recurrente debatido en medicina desde hace décadas. “Es un tema muy importante porque no se puede asegurar que un medicamento tendrá los mismos resultados de seguridad y eficacia observados en los ensayos si luego es usado en un grupo de población no incluido o subrepresentado en ellos”, explica Alberto Borobia, responsable de la Unidad de Investigación Clínica y Ensayos Clínicos (UICEC) del Hospital La Paz (Madrid).

Borobia destaca que este no es el único prejuicio que sufren los grupos subrepresentados en los ensayos. “El algunas patologías, como el cáncer, los ensayos clínicos son el último escalón terapéutico al que pueden acceder los pacientes cuando ya se han agotado todas las opciones aprobadas. Aquí hablamos de población desatendida, porque no tiene acceso a los ensayos por determinados condicionantes. Un ejemplo claro en España es la población que vive en áreas rurales”, añade Borobia.

El Hospital de La Paz lidera un proyecto europeo —denominado READI, por las siglas en inglés de Investigación en Europa e Inclusión de la Diversidad—, formado por 73 organizaciones de 18 países, que tiene como objetivo “mejorar la inclusión de grupos infrarrepresentados en los ensayos clínicos, como personas mayores, minorías étnicas, residentes en áreas rurales, invidentes o ciudadanos con bajo nivel sociocultural”, según la documentación publicada por la Comunidad de Madrid.

Las mujeres son otro de los grupos históricamente subrepresentados en los ensayos, incluso en enfermedades como el Alzhéimer en las que tienen mayores incidencias. Así lo ha puesto de manifiesto recientemente un estudio conjunto del Barcelonaβeta Brain Research Center (BBRC), centro de investigación de la Fundación Pasqual Maragall, y la fundación Women’s Brain Foundation.

“La pregunta que nosotros nos hacíamos era: ¿Por qué hay una menor presencia de mujeres?”, cuenta Anna Brugulat, neuropsicóloga de la Fundación Pasqual Maragall, investigadora postdoctoral y líder del estudio. La respuesta, coincide con Borobia, es multifactorial y en ella influyen tanto inercias históricas —la presencia de hombres ha sido tradicionalmente dominante en los ensayos— como factores estructurales.

“Algunos están asociados al género, como puede ser las cargas familiares, que llevan a algunas mujeres a no participar por falta de tiempo y apoyo. Otros, a las características de ensayo. Como en los del Alzhéimer es necesario realizar una punción lumbar, algunas mujeres lo rechazan porque lo asocian a experiencias negativas con la epidural en el parto”, explica esta experta.

Miquel Serra, investigador de la Universidad de Zúrich (Suiza) especializado en Economía de la Salud, ha investigado ampliamente con su equipo el problema provocado por el uso de fármacos contra el cáncer en perfiles de pacientes no incluidos en los ensayos clínicos. “Muchas veces el origen está en el diseño de los propios ensayos, que es algo que hacen las farmacéuticas y que en ocasiones puede influir en los resultados al seleccionar pacientes en los que es más probable obtener buenos resultados de forma más rápida”, explica.

En el caso del cáncer, ilustra, esto puede pasar por “criterios de inclusión muy estrictos, solo aplicables a pacientes más jóvenes y sin otras patologías, que serán los que podrán soportar mejor la toxicidad de algunas terapias oncológicas, lo que a su vez permitirá obtener mejores indicadores que favorecerán su aprobación”, concluye.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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