“El tópico de la mujer madura, sola y loca pervive”: el cine hace de la soltería femenina algo terrorífico
Desde ‘Atracción Fatal’ hasta ‘Weapons’, el cine a menudo trata la soltería como una condición que puede volver a las mujeres perturbadas y desesperadas


“Nada da más miedo que una mujer soltera”, titula Beatrice Loayza al artículo de The Atlantic en el que comenta que desde Atracción fatal (1987) hasta nuestros días el cine retrata la soltería crónica como una condición que puede volver a las mujeres “obsesivas, perturbadas y desesperadas por llenar el vacío creado por su indeseabilidad”. En Weapons, el fenómeno cinematográfico del verano, la maestra Justine es demonizada de forma inmediata porque es la soltera del pueblo. Como si el hecho de que una mujer sin pareja, que no se arregla, sea alguien de quien desconfiar.
En España, según indica el Instituto Nacional de Estadística, el número de solteras no para de aumentar. Hay más de 1,6 millones de mujeres sin pareja en la treintena (en 2002, eran algo más de 800.000), mientras que las solteras que rondan los 40 son más de un millón. Hace 23 años, la cifra se acercaba a las 300.000. Sin embargo, la cultura pop, lejos de servir de espejo a un panorama en el que la soltería se elige y se celebra, se empeña en muchas ocasiones en retratar a las mujeres solteras como aterradoras e incluso peligrosas.
Bella DePaulo, autora de Solteros por naturaleza, explica el motivo por el que cree que mujeres como ella -orgullosamente soltera- realmente son peligrosas. “Ponemos en peligro el lugar especial de las personas casadas o en pareja. Algunas personas casadas creen ser mejores que las solteras y que el matrimonio es el único camino verdadero hacia la felicidad. Están inmersas en esa visión del mundo; quieren que sea verdad. Las mujeres solteras felices amenazan ese lugar especial. ¡No están casadas, pero son felices! ¿Y si se quiere que las personas casadas sigan siendo vistas como superiores? Entonces hay que poner a las personas solteras en su lugar, especialmente a las mujeres. Por eso se las retrata como aterradoras y peligrosas”, explica a S Moda.
Por su parte Purificació Mascarell, autora de Como anillo al cuello (Editorial Ariel, 2024), piensa en las cientos de veces que ha visto en redes la opinión misógina de que las mujeres solteras acaban, con la edad, rodeadas de gatos y con una botella de vino en la mano. “Y yo siempre digo: me vas a comparar beberse una buena copa de vino con un par de michis preciosos al lado a pasar la vida con un hombre que te coarte la libertad y te controle… Sin embargo, otro tópico, el de la mujer madura, sola y loca, pervive. El patriarcado se esfuerza en que consideremos como “enfermas” o “raras” a las mujeres que optan por no vincularse a un hombre”, comenta. Asegura que es una forma de presión social para que las mujeres no se mantengan al margen del sistema imperante de parejas heterosexuales que, claramente, beneficia a los hombres.
“Un estudio reciente del profesor Paul Dolan, investigador de Ciencias del Comportamiento de la London School of Economics, concluye que los hombres casados viven más años que los solteros. Que tienen una salud más fuerte y se sienten más felices que los divorciados, viudos o solteros. Y también que las mujeres solteras viven más años, gozan de mejor salud y son más felices que las mujeres casadas. En pocas palabras: si eres hombre, te conviene casarte. Si eres mujer, no. Pero el vino y los gatos, claro…”, dice. El propio Dolan comentaba a The Guardian su teoría. “La gente ve a una mujer soltera de 40 años que nunca ha tenido hijos y dice: ‘¡Qué lástima! Quizás algún día conozca al hombre adecuado y eso cambie’. No, quizás conozca al hombre equivocado y eso cambie. Quizás conozca a un hombre que la haga menos feliz y saludable, y muera antes”, sentenciaba. Bella DePaulo añade entonces que a medida que aumenta el número de mujeres solteras, especialmente las que disfrutan de estarlo, se vuelven aún más amenazantes. “Por eso seguimos viendo mujeres solteras aterradoras y peligrosas en las películas y la cultura popular”, dice.
El crítico de cine Javier Parra no quiere dejar de hablar de las brujas a la hora de explorar la forma en la que el cine ha retratado a las mujeres sin pareja como personas obsesivas y trastornadas. “Las brujas no dejan de ser una especie de representación en estos arquetipos de la eterna solterona. La representación de la bruja era una forma más de tachar a la mujer que está sola”, asegura.
Mascarell comenta que por más que gracias a siglos de lucha feminista, la institución matrimonial se ha ido desactivando como sistema opresivo, sigue existiendo la idea de que una mujer soltera está incompleta e infeliz en el fondo, aunque no lo quiera reconocer. Es una mujer necesitada de una figura masculina que dé sentido a su existencia. “Es el poso del discurso patriarcal. Un poso que, desde mi punto de vista, se combate en la literatura escrita por mujeres como en ningún otro espacio. De ahí mi reivindicación de las autoras —Emilia Pardo Bazán, Caterina Albert, Elena Fortún, Carmen de Burgos, Mercedes Pinto…— que han denunciado en sus obras los abusos y desmanes que ocultaba la institución matrimonial en su seno de supuesta felicidad conyugal”, comenta.
Resulta curioso que el final de And just like that y por ende, del universo de Sexo en Nueva York, haya resultado menos redondo que el de Valeria, la serie inspirada en la saga de mismo nombre que Elísabet Benavent publicó en 2013 y que al finalizar, se asegura de que su protagonista recuerde tanto a sus amigas como a los espectadores que el eje de la historia no es el amor, sino la amistad. Mientras tanto, el cierre de And just like that ha dejado a muchos de sus fans insatisfechos. Quizás porque Darren Star, creador de la serie original, comentó en 2016 que no le convencía que Carrie terminara con Mr Big al terminar Sexo en Nueva York. “Creo que la serie, al final, traicionó de lo que trataba: las mujeres no encuentran la felicidad en el matrimonio. No es que no puedan. Pero al inicio, la serie se desviaba del guion de las comedias románticas anteriores. Eso es lo que había enganchado tanto a las mujeres. Al final, se convirtió en una comedia romántica convencional”, dijo.
Pero el cierre de la secuela de la popular serie no es mejor. “La mujer se dio cuenta de que no estaba sola. Se tenía a sí misma” son las últimas palabras que Bradshaw teclea en el ordenador, unas palabras que funcionan como final y que la periodista Paloma Rando dice que es “el último clavo en el ataúd del espíritu original de este universo”. A la periodista Mariola Cubells tampoco le convence el adiós. “Podría haber terminado la serie de una manera elegante, bonita, sobria, cosmopolita, distinta, divertida o aspiracional, pero no. Estoy también viendo Too Much, la nueva serie de Lena Dunham, y en el fondo es más de lo mismo, porque sus protagonistas siempre buscan el amor. Estoy un poco harta de ese relato. Creo que nos falta visión de futuro en ese terreno de mujeres que están solas de verdad porque quieren, mujeres cuyo motor no es el amor y que pongan en solfa la relación de pareja. Han de desmenuzarla, cuestionarla y hacernos pero que no hace falta, que estamos bien así, que tenemos otras complejidades que tienen que ver con el trabajo, con las relaciones familiares, con los nuevos lazos de amistad, con las parejas que no son eternas y con el romance sin necesidad de casarnos para siempre”, asegura Cubells.
Mascarell se pregunta qué necesidad hay de asumir una institución que ha oprimido a tantas de sus antepasadas. “Es como zambullirse en una piscina donde sabes que se han ahogado miles de personas antes de tu pirueta en el trampolín”, escribe. Antes de finalizar, Bella DePaulo hace una petición. “¡No olvidéis mencionar que tengo 71 años y que he estado felizmente soltera toda mi vida!”
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
