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Florence Delay: la escritora que analizó los vestidos de la pintura española en clave de alta costura

El pasado 1 de julio falleció en París la escritora Florence Delay a los 84 años. Su ‘Alta costura’ (Acantilado, 2019) exploró las vestimentas de la pintura barroca española

Florence Delay en 'El proceso de Juana de Arco'.

El mundo de la moda puede adquirir tintes de museo. Se pueden admirar las páginas de un catálogo actual o clásico con la misma atención del paseante por las galerías mientras recorre los cuadros en silencio. En ambas situaciones se da el mismo riesgo: el lanzamiento de un estímulo, la captación de una historia, el gusto y la belleza de la propuesta que quieren atraparnos. «Colores acidulados, boleros bordados, chales vaporosos, abrigos capa, drapeados de raso o de tafetán que parten de la cintura o de la espalda, efectos de sombra y de luz producidos por el volumen de los pliegues, espectacular tratamiento de las telas: todo contribuye a deslumbrarnos», escribe en una de las páginas finales del ensayo.

Es probable que Florence Delay (París, 1941-2025) pase a la historia por el breve legado cinematográfico que dejó, gracias a su papel protagonista en El proceso de Juana de Arco (1962), de Robert Bresson, y por ser la voz narradora del documental Sans soleil (1983), de Chris Marker. Pero fue una firma tan discreta como destacada dentro de las letras francesas —premio Femina en 1983 por su novela Riche et légère (Gallimard)—, con una profunda conexión con España gracias a su labor traductora de autores como Calderón de la Barca, José Bergamín o Lope de Vega y su investigación humanista hispánica.

Por tanto, no es ninguna sorpresa que la lectura de Alta costura nos descubra el hilo que atraviesa la representación de varias mártires cristianas en la obra pictórica de Francisco de Zurbarán, con la influencia que ha perdurado del mismo en la moda, recogido en el capítulo de cierre con el ejemplo del modisto Cristóbal Balenciaga. Un broche de lujo en el que convergen tradición y modernidad, una creatividad encomiable gracias a lo genuino del asombro que representa la suma de elementos.

Santa Marina, pintura de Zurbarán de 1640.

Desde las primeras líneas, nos adentramos en el ambiente de pasarela: «Unas jóvenes santas presentan en Sevilla un desfile de alta costura. Bellas como andaluzas, […] lucen vestidos largos, con o sin capa, modelos de jubones, casaquillas, camisolas y basquiñas […] La audaz combinación de los colores, […] el refinamiento de los detalles —dalmáticas bordadas de flores, chales abrochados por una joya en el hombro, cuellos plisados, mangas jamón, cinturones sueltos, cintas que desaparecen bajo el pelo, galones en los bajos de las faldas—, todo contribuye a crear la ilusión». Debido a la profusión de ejemplos, pues los martirios de todas las santas retratadas coinciden en sus tormentos y resurrecciones, y a la repetición de los elementos en sus ropajes, Delay nos sitúa en el término medio para que sintamos igual atracción por el misterio de Zurbarán en la elección de los vestidos de las santas, que en la investigación de sus vidas. «Nada más difícil de describir que los colores. ¡Cuántas incógnitas!», admite. Y así deben permanecer.

A su vez, Alta costura se presta a una reivindicación de la figura estilística femenina del siglo XVII alejada de los tópicos románticos que entorpecieron una visión más natural del tema. Delay recoge estas palabras del periodista Louis Énault: «Nadie comprendió [Zurbarán] mejor el arte de hacer ondear la ropa en torno al cuerpo, que engalana sin ocultar; nadie ha tejido con más seda y oro el brocado de los trajes de gala». Nada de oscuridad folclórica. Nada de literatura ni frivolidad. Según Delay, en sus lienzos los ropajes no marcan distancia por la altura de su simbolismo ni tampoco la fe sobre la que se sostienen. Las «modelos», dejando a un lado su santidad, defienden su compromiso porque las telas que las visten no provocan indiferencia. Hacen creer. Atreven, incluso, cierto sensualismo, el mínimo necesario. Regresando a Balenciaga, en la única entrevista concedida cuando su retiro, dijo que «un buen modisto debe ser arquitecto para los patrones, escultor para la forma, pintor para el color, músico para la armonía y filósofo para el sentido de la medida».

El libro de Florence Delay atestigua la vida y la dedicación que merecen los vestidos que reivindican la elegancia de su porte. A la frase de Balenciaga, Delay hubiera podido añadir la hermosura y la delicadeza de los tejidos, «celebrando los hechizos de la carne y la palabra».

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