Mala Rodríguez: “A mí me dicen que soy una choni, pero yo no sé qué es eso”
Hace 25 años, su primer álbum, ‘Lujo ibérico’, cambió para siempre la escena del rap. Mala Rodríguez aún tiene muchas cosas que decir y está inmersa en una gira que ahora la lleva al festival Tomavistas

María Rodríguez (Jerez de la Frontera, 46 años) atiende a esta revista desde su casa en Barcelona, relajada tras una sesión de crossfit, “que es lo que hace la gente de mi edad”, bromea. La rapera se revela como una adicta al deporte. “Tengo que estar todo el rato recordándole al cuerpo que podemos subir montañas y cosas así, y en cuanto dejo de hacer ejercicio, de salir o ver un poco el sol, me deprimo. Esto es como un Proyecto Hombre para mí, algo necesario. Esta es mi mandanga”. Mala Rodríguez, o La Mala, como popularmente se la conoce, no solo es la rapera más importante que ha salido de España, sino que ha trascendido géneros y, avalada por condecoraciones como el Premio Nacional de las Músicas Actuales, que recibió en 2019, es una de las figuras más reconocidas de nuestra cultura popular.
La abordamos en medio de una gira muy especial, Lujo ibérico vivo, que celebra el 25 aniversario de su primer álbum reinterpretándolo al completo con una orquesta sinfónica. Comenzó el pasado 5 de octubre en el Palau de la Música Catalana, en la ciudad donde reside desde hace años, continuó en el festival Viña Rock (Villarreal, Castellón), y llegará el 29 de mayo al Tomavistas (Madrid), el 27 de junio al Conexión (Valladolid) y el 26 de octubre al Wimen (de nuevo, en Barcelona).

Usted nunca ha sido una persona nostálgica, artísticamente al menos, ¿por qué esta gira?
Pues por la maldita pandemia. De repente, hacíamos muchas pijamadas en mi casa con mis amigas, se tocaba la guitarra, y descubrí el álbum de nuevo, pero de un modo muy íntimo y divertido, así que dije: “¡Esto hay que llevarlo al directo!”. Hicimos algunos conciertos solo a voz y guitarra y ahora que se cumplen 25 años dijimos: “¿Y qué onda si lo hacemos con orquesta?”. En plan traje de largo, ¿no? En el Palau actué con 70 músicos y fue increíble. Llenar el escenario es algo que nos quitó la pandemia. Se recortó de muchos lados, la gente empezó a entender los shows de otra manera y tenemos que recuperar ese espacio, volver a traer músicos, coristas, bailarines…
¿Qué supuso aquel primer disco?
Sobre todo, hacerme mayor. Me sentí como en un viaje de fin de curso, cuando te vas de casa de tus padres y sola. Me marché de Sevilla a Madrid y me acuerdo de no tener dinero, de dar vueltas en la línea 6 del metro, de sentir que me lo estaba jugando todo a una carta y me agarré a lo que yo sentía. Y luego me dio mucha vergüenza porque no estaba preparada para contar esas cosas. La gente solo escucha una canción, pero yo estaba ahí contando mi vida, y eso fue como un shock.

¿Se sigue reconociendo en aquellas canciones?
Sí, y, de hecho, las puedo cantar ahora porque son un desafío al mundo, una forma de decirme: “No te olvides de creer en ti, no te olvides de que tú tienes un valor”. Para mí esas canciones han sido un espejo y una manera de romper una maldición, de romper con una historia que se suponía que iba a ser la mía y escribir mi propio relato. Fue algo muy especial para mí, catártico, y me gusta sentir que tengo el poder, a través de la música, escoger por dónde voy a caminar.
Entonces la música la liberó, el cantar la convirtió en otra persona.
Sí, La Mala se vino para arriba, y María se quedó un poco más abajo.
Ese disco fue rompedor estilísticamente, hasta entonces nadie había hecho fluir el rap de esa manera, con ese deje y esa cadencia aflamencada.
Para mí era como hablar, ser natural, conectar conmigo, jugar con los flow y con las coplas. Era como una especie de flamenco, pero me daba mucho apuro llamarlo así. Ahora hay gente como Israel Fernández o María Terremoto, a quienes admiro, porque es una generación que mantiene lo puro. Me encanta que la gente mezcle y evolucione y siga mutando, pero, por Dios, que no deje nadie nunca de hacer cosas puras porque entonces ahí sí que vamos a perder la cabeza.

Ahora ese tipo de mezclas estilísticas se ven por todas partes. ¿Siente que abrió la puerta a ello?
Claro que sí. Aquella era una época muy de investigación, también por entonces salieron Las Niñas, Chambao… Era algo muy bonito: cada una intentando hacer su mezcla, su propia cosa, ponerle su sello a su música. Estábamos empezando con internet… Fue un momento muy especial en la música. Los raperos se habían quedado en cuatro referencias, pero a mí me parece que es importante saber jugar, y hoy día la escena que veo es mucho más divertida en todos los aspectos. Me gusta que haya de todo y que todo el mundo se sienta en libertad de hacer cosas. A mí me dicen que soy una choni, pero yo no sé qué es eso, siempre me he sentido más bien como alternativa, ¿no? Nunca he encajado en ningún grupito, pero siempre voy a admirar a la gente que hace música real, que es coherente con lo que vive, no los que cantan una cosa inventada.
¿Es más fácil ser ahora una mujer en la escena de lo que era antes?
Claro que es más fácil. Te lo digo yo, que he estado ahí. Pero también he tenido mucha suerte, y lo digo de verdad, porque como yo había otras que también rapeaban, no era yo la única. Mira a Ari [Arianna Puello, cuyo primer maxisingle se publicó en 1998]. Si no llegó más lejos, porque ella rapea que te cagas de bien, es porque aquí la gente todavía no estaba lista para ver a una mujer negra rapeando.

Usted ya no es la chica de 20 años que grabó Lujo ibérico. ¿Cómo se siente ahora en la música urbana, tan asociada a la juventud?
Me siento rara porque mucha gente me insulta diciéndome que soy una niñata y que a ver si crezco, y yo digo que no quiero. El tema estético es otro. A la gente, igual que le da miedo la pobreza, le da miedo la vejez. Este es un mundo donde el hombre tiene mucho poder, entonces es normal que a las mujeres mayores no les den papeles en cine y televisión o no les den la oportunidad de hacer un guion donde nos podamos ver reflejadas, pero poquito a poco son muchas y hoy día, por ejemplo, está Henar Álvarez con su late show, que está rompiendo, que dice unas cosas superlocas y que hace pensar. Y también veo a Eva Soriano, veo un mazo de series y hay muchas actrices protagonistas. Eso no lo veía antes, y yo siempre quería ser El Padrino o Scarface, quería ser el protagonista, no la novia de no sé quién. Nunca me he rayado en ese sentido, y mi madre nunca me ha limitado con que eres una mujer. No, mi madre me ha hecho una persona fuerte, nunca me ha dejado llorar ni ser una víctima. Me han pasado cosas y yo siempre he tirado para adelante, siempre he dicho: “No pasa nada, confío en mí”. No me siento una mujer mayor, me siento bastante niña y no quiero dejar de serlo. O sea, quiero seguir creciendo, pero no quiero que se me apague esa luz porque eso es lo que a mí me ha mantenido siempre feliz, emocionada, curiosa. Soy todo lo contrario que mi madre, que tiene un cerebro muy calculador ¿sabes? Yo soy muy espontánea y atrevida, y eso ha sido un problema, pero también me ha llevado a seguir haciendo cosas nuevas con ilusión.
Al principio era muy tímida, incluso huidiza, recuerdo conciertos en que ocultaba su cara bajo una capucha…
Eso me duró años porque me pasó una cosa desde pequeña que nunca había contado y que me bloqueó mucho. He tenido bastantes traumas y gracias a mi música los he ido superando. Me ha costado un disco, otro, ser mamá, enfrentarme a la sociedad, he hecho terapia y leído 200 millones de libros.

Ahora la critican por sus fotos en Instagram, o la han tildado de ingenua por abrirse una página en OnlyFans sin saber lo que era.
Sí, parece que una vez que has hecho eso ya no tienes perdón de Dios o que tienes un desorden psicológico. Yo tenía ganas de hacerlo, lo hice y no me gustó, pero ¿qué pasa?, ¿que no puedo elegir y probar lo que me dé a mí la gana? También fueron unos años muy raros los de después de la pandemia, yo estaba como mal, pasaba de todo, bebía mucho… Es verdad que me expongo, pero lo hago todo con mucha curiosidad. Soy una tía bastante atrevida y creo que es bueno porque si nunca haces cosas, no sabes dónde están tus límites y no sabes quién eres. Eso está guay. O sea, yo me caigo bien.
¿Se llegó a caer mal en algún momento?
Sí, claro. Al principio era muy exigente conmigo misma, quería hacerlo todo perfecto. Sentía mucha presión, no sé por qué, como que me la habían impuesto, quizá socialmente por ser mujer. Entonces sentí que tenía que ser más básica, no más alta, no más habladora, sino menos. Pero he aprendido a soltar todo eso y a encontrarme conmigo, que no es tarea fácil.

Es madre de tres hijos, dos adolescentes y una niña pequeña. ¿Cómo se lleva eso en un trabajo tan exigente como el suyo?
Mi familia es mi equipo, y eso es así desde que tuve a mi primer bebé, que ya es un hombre. Tener una madre artista es muy difícil, pero todo es mental. Es como decirte que eres de una familia de hombres lobos, que tienes que habituarte a otras costumbres, y que cuando la gente se va de vacaciones, a ti te toca pringar. Ser mujer, madre, y sola, te obliga sobre todo a tener mucha organización.
¿Qué tipo de relación tiene con sus hijos?
¡Súper! Me conocen mejor que nadie. Nos peleamos, nos reímos, cocinamos, escuchamos el disco de Kendrick Lamar, lo criticamos, y vemos muchos dibujitos animados. Nos gustan las series para young adults.
Veinticinco años de carrera no es algo habitual en el rap español. ¿Cuál ha sido la clave?
Lo importante es tener alma, credibilidad. Un artista debe conectar con la vida, con lo que pasa. Y luego están los oyentes, los medios y la industria. Cuando tus cimientos son fuertes, no hay nada que te tumbe. Mi trabajo está ahí. Y no depende del éxito ni del número de reproducciones. Yo soy La Mala, y entiendo que eso es un valor.

Equipo
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.