¿Enseñar pierna como signo de esperanza? Qué esconde el fuerte regreso de la minifalda
La minifalda vuelve a vivir un momento dorado, pero por las mismas razones que en otras épocas históricas

Allá por 1966 una agrupación de mujeres se reunió a la salida de un desfile de alta costura de París para protestar con gritos y pancartas. ¿La razón? Christian Dior había extendido el largo de las piezas de su nueva colección. Este colectivo se hacía llamar Sociedad británica para la protección de la minifalda y como su nombre indica, se tomaban muy en serio los bajos cortos, que identificaban con la liberación femenina. Desde entonces las pancartas no han salido a la calle, pero la mini ha seguido despertando pasiones. Ha sido idolatrada pero también acusada de todo lo imaginable: de cosificar a las mujeres o promover la cultura de la dieta, de ser incómoda, ordinaria, y de representar una extensión de la mirada masculina. Hoy, por supuesto, sigue dando mucho de qué hablar.
Cuando la tenista estadounidense Coco Gauff celebró su victoria en el Roland Garros llevando una mini de ante de Miu Miu con calcetines blancos y zapatillas de la colaboración de la marca con New Balance, se hizo evidente que la prenda había recobrado protagonismo. Que una tenista profesional la eligiese fuera de la pista, a pesar de toda la polémica que ha suscitado el uso obligatorio en ciertos torneos, dice mucho de los cambios de percepción que ha experimentado de manera reciente. Los datos de Google Trends corroboran este repunte de interés por la tendencia, que en los últimos 90 días ha experimentado un crecimiento del 600%, con Stradivarius y Free People como dos de las marcas más buscadas en la categoría. Y sobre todo, es significativo que esta prenda llegue hoy de la mano de mujeres diseñadoras, como Stella McCartney, Martine Rose, Chemena Kamali en Chloé y Miuccia Prada. Lo que hace pensar en otra diseñadora asociada indisolublemente a la historia de la minifalda, la británica y emblema de los Swinging Sixties Mary Quant.

“La invención de la mini se suele atribuir a Quant, pero en realidad las había en las décadas de los cuarenta y cincuenta”, argumenta Ana Velasco Molpeceres, profesora universitaria y experta en historia de la moda. La especialista apunta que incluso en la España franquista se veían faldas por encima de la rodilla, mucho antes de que Massiel llevase a Eurovisión ese famoso vestido de Courrèges que ella misma compró. “En los años cuarenta las llevaban las chicas topolino en España, y en los sesenta, las chicas yeyé en el Reino Unido, cuyas faldas terminaban a medio muslo. André Courrèges y otros diseñadores de alta moda las incluían en sus colecciones, y no eran ajenas al público porque ya habían aparecido como un elemento futurista en la ciencia ficción estadounidense previa a los sesenta. Quant, como ella misma admite, se limitó a recoger lo que se veía”, explica Velasco. La diseñadora británica, que la bautizó como ‘mini’ en referencia al coche Mini Cooper, convirtió a esta prenda en un producto de consumo masivo. Las confeccionaba con un material procedente de la ropa deportiva con el objetivo de dar a las mujeres comodidad y autonomía. Pero en el cambio de década la mini perdió su espíritu revolucionario y quedó eclipsada por los caftanes y las faldas hasta los pies, más en sintonía con el estilo de vida hippy. En los ochenta volvió a colarse en la oficina, vistiendo a mujeres de negocios con hombreras al estilo de Armas de Mujer, y retornó de forma breve entre finales de los noventa y principios de los dos mil. “Una famosa serie de la época, Ally McBeal, giraba en torno a una abogada que llevaba minifalda’, señala Velasco.

El índice del dobladillo
El hecho de que la mini irrumpa en nuestra época de crisis permanente y ansiedad por el futuro contradice un patrón histórico que identificó el famoso índice del dobladillo. Esta teoría, creada por el economista George Taylor en los años 20, argumenta que las faldas se acortan durante los períodos de bonanza económica. “La teoría no se sostiene en el clima actual”, opina Christopher Morency, Chief Brand Officer en el grupo de agencias Dogma y fundador de la firma de estrategia de marca Dot Dot Dot Partners. “Ahora todo se etiqueta como un indicador de recesión, desde las ventas de labiales hasta la leche de avena, pero la economía hace tiempo que dejó de ser la única fuerza que moldea cómo vestimos. Por otra parte, no puedes mirar el largo de una falda en 2025 y entender el estado del mundo. Hay que tener en cuenta el estilo, el contexto, la vibra, los memes, la política, los comentarios en TikTok, etc.…Todo el ecosistema. La moda ya no da respuestas, simplemente plantea preguntas”.
Cabe entonces plantear la cuestión de lo que hay detrás de este recorte de tela. ¿Es el auge de Ozempic y otros fármacos adelgazantes, o una especie de incredulidad sobre lo que estamos viviendo? Para Ana Velasco Molpeceres, todos los momentos históricos en los que la mini ha sido popular tienen algo en común, que no tiene que ver con la economía. “Es el culto a la juventud. Todos queremos ser jóvenes. El impacto de la Segunda Guerra Mundial se sigue notando, más de lo que pensamos, y los jóvenes actuales, al igual que los de la postguerra, buscan divertirse y evadirse”, remata la historiadora. Este diseño está indudablemente asociado con la lozanía, con Olivia Rodrigo o Dua Lipa amplificando la tendencia, pero también es cierto que las mujeres maduras como Charlize Theron o Victoria Beckham llevan minifaldas con especial brío.

La académica e investigadora de moda Laura Beltrán Rubio coincide con lo anterior y considera que es un indicio de tanto el auge de las juventudes como el activismo, con antecedentes como los movimientos de Mayo del 68 en las universidades francesas y la lucha por los derechos civiles en EEUU. “Tiene mucho sentido que la mini aparezca cuando se retiran derechos de mujeres y personas trans, y se discute nuestra presencia en sociedad. Para la mujer, la manera de hacerse presente siempre ha sido la moda. Como nuestros cuerpos han sido supervisados constantemente, mostrarlos es una forma natural de resistir”.
La vuelta de la mini, por lo tanto, trae buenas noticias en un momento de vacas flacas en el que las primeras en salir perdiendo son las mujeres. “Personalmente lo veo como una reacción al caos, una forma de desafío” argumenta Morency “Dicen: sigo aquí, todavía me importa el mundo, todavía quiero ocupar espacio. No se trata de lujo ni de señales de riqueza, sino de energía”.

Hace unos tres años vimos como la versión extrema de esta falda, el “cinturón” de Diesel y Miu Miu alteraba el panorama de los joggers pandémicos. Era, más que nada, un gesto subversivo que no repercutía en nuestros armarios de diario. En 2025 en cambio estamos viendo una versión más práctica liderada por la skort (una contracción de ‘skirt’ y ‘short en inglés) uno de los estilos superventas en Uniqlo y Free People (este último modelo es viral a escala mundial según Google Trends). Estamos ante un carpe diem ejecutado de una manera más accesible. “Durante la pandemia, encontramos consuelo y alivio en los estilos relajados. Buscaban seguridad en un mundo que se sentía impredecible y desconocido”, opina Sam Peskin, CEO de Early Studies, una empresa con sede en Londres especializada en inteligencia cultural.”Ahora, la incertidumbre forma parte de nuestra realidad diaria, y la gente está abrazando la autoexpresión y la rebeldía. Se están vistiendo para la recuperación que desean, no para la recesión que temen, manifestando el futuro del que quieren formar parte”. No sabemos muy bien cómo, pero la moda se las arregla para verbalizar aquello que flota en el aire, y ahora ha llegado la minifalda como materialización de una contienda optimista. Porque enseñar pierna también puede ser un signo de esperanza. Ya lo decían Greeicy y Juanes en su pegadiza canción sobre emancipación: “La vida es corta. Mucho más corta que tu minifalda”.

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