Fantasear con parar: cómo el apagón reabrió el debate de bajar las revoluciones
Varios ensayos, como ‘Refugio’, de Eva Morell, analizan la necesidad que sienten muchas personas de rebajar la velocidad de sus vidas, desconectar de los móviles y disfrutar de la vida sin internet


Como señala Stefan Klein en El tiempo (Ediciones Península, 2024), cada persona tiene programado de nacimiento el ritmo entre día y noche. Sin embargo, en el día a día, las personas se orientan por minutos y horas que no son unidades de medida naturales del tiempo interno. “Normalmente, imaginamos el tiempo como un puré uniforme, del que cada cucharada tiene el mismo sabor que el resto del plato. Nos planteamos que 60 segundos son un minuto; 60 minutos, una hora; 24 horas, un día. Y cada unidad no es más que una fracción de la unidad mayor. Sin embargo, nuestra vivencia del tiempo funciona de otro modo”, asegura el autor. Comenta además que el tiempo interno es independiente del curso de los relojes mecánicos y también del reloj biológico y que cada cual experimenta a diario que su conciencia se toma la libertad de crear un tiempo propio. “Si no fuera así, no sería necesario que nos ayudáramos de un aparato en la muñeca que nos indicara la hora”, advierte.
Por eso, cuando el apagón puso a España en pausa durante unas horas, el tiempo cobró un nuevo significado. Ese espacio temporal sin conexión a internet fue para muchos eterno, mientras se preguntaban qué harían sin poder trabajar, consultar constantemente sus redes sociales o poner Netflix. Porque aunque el tiempo es lo más valioso porque no se puede comprar, nos hemos acostumbrado a “pasar el tiempo”, no necesariamente a vivirlo.
Sin embargo, tras el shock inicial, muchos aplaudieron la posibilidad de hacer algo que hasta entonces parecía imposible en un mundo frenético: parar. El debate que se abrió en el confinamiento volvía a estar encima de la mesa. “El frenesí repostero de la cuarentena se explica por la necesidad de llenar horas muertas, las ansias de aplausos en las redes sociales y la búsqueda de un ansiolítico natural”, aseguró en El País Semanal Begoña Gómez Urzaiz. Por más que al volver a “la nueva normalidad” el mundo siguió pisando el acelerador, el placer de bajar la velocidad y el amor por la vida a fuego lento caló en muchas personas. Fabián León, que acaba de abrir FU. BA, “La panadería del futuro” (Future Bakery), habla del poder de abogar por la lentitud. “Lo que hacemos en la panadería es precisamente reivindicar la importancia de la calidad y al hacerlo, buscamos una experiencia de calma consciente. Para mí no hay nada más atávico que el pan: nos conecta con algo que no podemos explicar”, dice.
Eva Morell ha publicado Refugio (Debate, 2025), una oda al silencio en tiempos de hiperconexión en la que la autora explora la cabaña como símbolo íntimo y colectivo de refugio, pausa y reconexión. Explica que aunque tal vez nadie salió en realidad mejor del confinamiento, la reclusión ayudó a volver a estrechar lazos con el entorno natural. “De repente entendimos que la desconexión era necesaria, que el mundo analógico no estaba tan mal y que de una escapada al campo podíamos regresar con los pulmones llenos de aire fresco y el cerebro reseteado”, asegura.
Precisamente ahora llega a las librerías también El camino inesperado (Lumen, 2025), donde Rebecca Solnit rinde tributo a la lentitud y al poder de la paciencia. “La mayoría de las verdades son así: fáciles de oír o recitar, difíciles de vivir, en el sentido de que la lentitud es difícil para la mayoría de nosotros, pues requiere compromiso, perseverancia y retorno tras el desvío. Porque la tarea no es saber, sino llegar a ser”, dice la autora en un texto publicado en Literary Hub. “Soy defensora de la lentitud, no en el sentido de frenar el paso o retrasar la reacción, sino de ajustar la percepción para percibir los acontecimientos que se desarrollan, porque soy una firme defensora del cambio”, señala.
Eva Morell cree que la sociedad comienza a ser consciente de la necesidad de desconectar. “Hay un aumento muy llamativo de búsquedas en Google acerca de cómo desconectar el móvil y huir de la rutina y de la ciudad. Hemos creado esa necesidad de desconexión”, explica a S Moda. Considera que Jenny Odell fue la artífice de este movimiento. “Espero que la figura del no hacer nada opuesta a un entorno obsesionado con la productividad sirva para ayudar a unos individuos que, a su vez, podrán ayudar a recuperar comunidades, humanas y no solo humanas. Y, sobre todo, espero que pueda servir a la gente a encontrar unas maneras de conectarse que sean sustantivas y sostenibles, maneras de las que no puedan aprovecharse las empresas, cuyas mediciones y algoritmos nunca han formado parte de las conversaciones que mantenemos sobre nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestra supervivencia”, escribe Odell en Cómo no hacer nada (Editorial Ariel, 2017). “Para la lógica capitalista, que se nutre de la miopía y la insatisfacción, algo tan corriente como es no hacer nada podría resultar peligroso de verdad; al huir lateralmente los unos hacia los otros, quizá descubriéramos que todo lo que queríamos ya se encontraba ahí”, asegura. Pero en Reconquista tu tiempo (Editorial Ariel, 2024), la autora recalca que al hablar de no hacer nada no defiende la absoluta inactividad total, sino un estado de apertura al mundo.
“Muchas autoras hablan de esto y creo que es importante que seamos las mujeres las que abordamos esta temática, porque estamos muy imbuidas en la productividad, en hacerlo todo bien, en ser nuestra propia jefa y en ser personas de éxito, por lo que el cuerpo nos pide en algún momento frenar”, dice Morell.
En Manifiesto para la calma (Rba Libros, 2025), Miguel Navarro coincide en señalar que la mayoría confunde productividad con “hacer más cosas”. “Piensan que si llenan cada minuto y tienen listas interminables de tareas y cada noche acaban agotados, han sido productivos. Nada más lejos de la realidad. Confunden movimiento con progreso”, asegura. “También caen en la trampa del multitasking, creyendo que hacer varias cosas a la vez es ser eficiente. En realidad, es la mejor forma de hacerlo todo mal. Su energía se dispersa, su mente se fragmenta y, al final, su impacto es mínimo. Por si fuera poco, creen que el secreto está en trabajar más horas. Y así queman sus días, sus noches y, finalmente, su motivación, porque nadie aguanta años en modo sprint. La verdadera productividad no es apretar más, es apretar mejor, pero casi nadie lo entiende. Y por eso viven ocupados, pero no avanzan”, asegura. El autor aclara que la calma por la que aboga no supone parar, ni hacer una pausa, ni dejar hacer cosas ni tener más tiempo libre. “Esa es una falsa calma. La calma real es una calma mental, emocional y espiritual”, dice Navarro.
El ensayista Pedro Bravo, autor de Silencio (Debate, 2024) señala que la prisa ya es parte de nuestro comportamiento social. “Vivimos en una sociedad acelerada y ruidosa, tanto en lo sonoro como en lo mental. La necesidad de ganarnos la vida nos obliga a ir muy rápido y a estar en un estado de inquietud casi permanente. Cuando se habla de los problemas de salud mental, se habla poco de las causas estructurales de muchos de ellos y la desigualdad y la tensión que impone el modelo económico es una”, reflexiona. “Se nos ha contado que vivir la vida es hacer un montón de cosas, pero yo estoy más con el filósofo Josep María Esquirol, que dice en su libro La resistencia íntima (Acantilado, 2015), ‘vivir no es vivir, sino darse cuenta”, añade.
El autor asegura que el silencio es una forma de resistencia. Eva Morell está completamente de acuerdo. “Como dice otra escritora, Beatriz Serrano, el silencio se ha convertido en un lujo, por lo que creo que es una forma de resistencia”, dice para terminar. Porque en un mundo que grita y acelera, callar y rebajar la velocidad es un absoluto placer que, por supuesto, encierra un privilegio, pero conviene intentar alcanzar. El algoritmo ha sabido hacerse con el tiempo de ocio y la sociedad busca alcanzar micro placeres con rapidez, emergiendo así una omnipresente ansiedad contra la que cada vez más personas se rebelan quitando el pie del acelerador y la mente de la multitarea.
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