Ir al contenido
_
_
_
_
Minerales
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La maldición de los recursos no es ineludible. Tampoco la de los minerales críticos

El cuasi monopolio chino y la carrera de las potencias por cobalto, uranio y tierras raras amenaza con profundizar la desigualdad en los países productores si no se refuerzan sus instituciones

Una vista aérea muestra a mineros artesanales trabajando en una mina de cobalto y cobre, el 26 de mayo de 2025 cerca de Kolwezi, República Democrática del Congo.

Las superpotencias mundiales han desarrollado un apetito aparentemente insaciable por los minerales críticos que son esenciales para las transiciones energética y digital en curso, entre ellos los metales de tierras raras (para semiconductores), el cobalto (para baterías) y el uranio (para reactores nucleares). Según las previsiones de la Agencia Internacional de la Energía, la demanda de estos minerales se habrá más que cuadruplicado de aquí a 2040, solo para su uso en tecnologías de energía limpia. Pero, en su carrera por controlar estos recursos vitales, China, Europa y Estados Unidos corren el riesgo de causar graves daños a los países que los poseen.

En la actualidad, China lidera el pelotón, ya que se ha hecho con la propiedad o el control de alrededor del 60% y 80% de los minerales críticos necesarios para la industria (como los imanes) y la transición verde. Este control se extiende a toda la cadena de suministro: China ha invertido mucho en minería en África, Asia Central y América Latina, y ha aumentado su capacidad de procesamiento.

Para las potencias occidentales, el cuasi monopolio chino sobre los minerales críticos parece una amenaza económica y para la seguridad nacional. Este temor no es infundado. En diciembre de 2024, China restringió las exportaciones de minerales críticos a EE UU en represalia por las restricciones estadounidenses a las exportaciones de microchips avanzados a China.

Las economías en desarrollo menos industrializadas tienden a consumir menos recursos de los que producen, mientras que ocurre lo contrario con las economías desarrolladas

Desde entonces, el presidente estadounidense, Donald Trump, ha obligado a Ucrania a ceder una parte significativa de sus minerales críticos a Estados Unidos, en lo que él presenta como una retribución por el apoyo estadounidense en su lucha contra Rusia. Trump también quiere la soberanía estadounidense sobre Groenlandia, rica en minerales, para consternación de Dinamarca. Y ha sugerido que Canadá, con todos sus recursos naturales, se convierta en el 51º estado norteamericano. La Unión Europea, por su parte, ha buscado sus propios contratos mineros, como en la República Democrática del Congo (RDC), promocionada como la “Arabia Saudí de los minerales críticos”.

Desde la lucha por África en el siglo XIX hasta los intentos occidentales de reclamar el petróleo de Oriente Próximo en el siglo XX, este tipo de acaparamiento de recursos no es nada nuevo. Refleja una asimetría fundamental: las economías en desarrollo menos industrializadas tienden a consumir menos recursos de los que producen, mientras que ocurre lo contrario con las economías desarrolladas -y, hoy en día, con China.

En principio, esta asimetría crea las condiciones ideales para acuerdos de beneficio mutuo: las economías industrializadas obtienen los recursos que desean, y las economías no industrializadas reciben una ganancia inesperada, que pueden utilizar para impulsar su propio desarrollo. Pero, en realidad, las grandes concentraciones de recursos naturales han demostrado ser más una maldición que una bendición, ya que los países ricos en recursos suelen desarrollarse más lentamente que sus contrapartes pobres en recursos.

Una de las razones principales es que las economías desarrolladas tienen más influencia económica, tecnología avanzada y poderío militar —que utilizan para adquirir los recursos que buscan—. Por ejemplo, las potencias imperiales europeas utilizaron la tecnología de la máquina de vapor para explorar y explotar África en busca de recursos como cobre, estaño, caucho, madera, diamantes y oro en el siglo XIX. Esto, junto con armamento más avanzado y otras tecnologías, significaba que, lejos de ofrecerles a las comunidades locales una compensación justa por sus recursos valiosos, las potencias europeas podían subyugar a esas comunidades y utilizar su mano de obra para extraer y transportar lo que querían.

Pero la maldición de los recursos no es ineludible, especialmente para los países con sólidas instituciones orientadas al exterior para gestionar las relaciones externas de la economía

Pero incluso los países que exportan sus recursos para obtener beneficios muchas veces han tenido dificultades para avanzar en el desarrollo, no solo por los acuerdos desequilibrados con importadores de recursos más poderosos, sino también porque sus gobiernos a menudo han gestionado mal las bonanzas asociadas. No ayuda el hecho de que los países y regiones ricos en recursos padezcan a menudo conflictos internos y externos.

Pensemos en las provincias ricas en minerales de la RDC, como Katanga y Kivu Norte, que llevan mucho tiempo sumidas en la violencia y la anarquía, alimentadas por vecinos como Ruanda y Uganda. En la actualidad, el avance de los rebeldes del M23, apoyados por Ruanda, hace que se incremente el derramamiento de sangre en el este del Congo y abre las puertas para que potencias externas accedan a minerales esenciales. El acuerdo de paz entre la RDC y Ruanda, negociado por la administración Trump, promete precisamente ese acceso a EE UU, a cambio de garantías de seguridad.

Pero la maldición de los recursos no es ineludible. Especialmente para los países con sólidas instituciones orientadas al exterior para gestionar las relaciones externas de la economía, incluida la capacidad de su sector de recursos para atraer inversiones y generar ingresos para el Estado, e instituciones orientadas al interior para gestionar la manera en que se utilizan esos ingresos. Para que un país traduzca su dotación de recursos en desarrollo económico y mejoras del bienestar humano, ambas deben desempeñar un papel fundamental.

Las instituciones orientadas hacia el exterior deben negociar contratos mineros justos y transparentes con las corporaciones multinacionales y reforzar la capacidad de los gobiernos locales para hacer lo mismo. Dichos contratos deben incluir requisitos de contenido local, que mantengan más actividades de procesamiento de alto valor añadido en el país, que aumenten el empleo local y que refuercen la capacidad de los proveedores y contratistas locales. Desde que adquirió una participación del 15% en De Beers, Botsuana ha intentado garantizar que la talla de diamantes —no solo la extracción— se realice en el país, lo que requiere que las instituciones orientadas hacia el interior inviertan adecuadamente en estas capacidades.

Por su parte, las instituciones orientadas hacia el interior también deben gestionar los riesgos que plantea la extracción de recursos, desde los daños a la salud y el medioambiente (deforestación, pérdida de biodiversidad, contaminación) hasta las violaciones de los derechos laborales (incluido el trabajo infantil). Desgraciadamente, en la actualidad, muchos países ricos en minerales no están a la altura, lo que ha llevado a algunos a promover boicots a minerales críticos procedentes de zonas de conflicto o de países que utilizan trabajo forzoso. Si bien es poco probable que este tipo de boicots influyan en estos gobiernos, podrían convencer a las multinacionales y a los gobiernos extranjeros de exigir una mayor aplicación de las normas ambientales y sociales a los países con los que comercian.

En última instancia, sin embargo, corresponde a los países ricos en minerales defender sus intereses y sacar el máximo partido de sus recursos. Para ello, hay que empezar por fortalecer las instituciones.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_