Mucho más que una comida: el círculo virtuoso de invertir en comedores escolares
La alimentación en las escuelas y la inclusión de suplementos reduce a las familias el coste de brindar una dieta sana a los niños y permite prevenir enfermedades, según un informe del Banco Interamericano del Desarrollo y el Programa Mundial de Alimentos

En América Latina y el Caribe, millones de niños llegan a clase con el estómago vacío. Es un dato difícil de digerir en un mundo que produce suficiente comida para todos. Para muchos, la escuela no solo es un espacio de aprendizaje, sino el único lugar donde pueden contar con una comida nutritiva al día. Para sus familias, especialmente en comunidades vulnerables, los programas de alimentación escolar son mucho más que un complemento: son una red de protección real, diaria y silenciosa.
Dar de comer en la escuela no es solo una cuestión de asistencia social; es una de las intervenciones más efectivas que existen para mejorar resultados educativos, reducir el abandono escolar y romper ciclos de pobreza. Mientras los países han logrado recuperar algo del terreno perdido durante la pandemia, la inseguridad alimentaria sigue golpeando fuerte. La paradoja es que América Latina y el Caribe es una de las mayores regiones exportadoras de alimentos del mundo —produce suficientes calorías para alimentar a más de 1,3 veces su población—, pero poner un plato sobre la mesa cuesta hoy más aquí que en cualquier otra parte del planeta: 4,56 dólares diarios por persona, según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (WFP, por sus siglas en inglés).
Asimismo, el impacto de las altas temperaturas y los desastres podría aumentar ese costo hasta un 34 % hacia 2050. ¿El resultado? Alrededor de 180 millones de personas en la región no tienen garantizada una alimentación adecuada. En este contexto, las comidas escolares se convierten en una de las pocas herramientas capaces de garantizar una nutrición mínima para millones de niños.
La paradoja es que América Latina y el Caribe es una de las mayores regiones exportadoras de alimentos del mundo, pero poner un plato sobre la mesa cuesta hoy más aquí que en cualquier otra parte del planeta: 4,56 dólares diarios por personaMercedes Mateo, jefe de la División de Educación del BID, y Lola Castro, directora regional del WFP para América Latina y el Caribe
Y el problema no es solo la falta de comida. Alimentar bien se ha vuelto tan desafiante como alimentar suficiente. El sobrepeso y la obesidad infantil crecen más rápido aquí que en otras partes del mundo, mientras que las deficiencias de micronutrientes siguen afectando a más de la mitad de los niños en edad escolar. Cerca de un tercio de los niños y adolescentes tiene sobrepeso, un nivel que entre los adultos es casi el doble de la media mundial.
En este escenario, los programas de alimentación escolar adquieren un significado aún más profundo y tienen un potencial verdaderamente transformador. Pueden asegurar continuidad y estabilidad en contextos de crisis, desde sequías hasta desplazamientos forzados. Cuando están bien diseñados y vinculados a la agricultura local, no solo nutren a los estudiantes, sino que también generan empleo, dinamizan las economías rurales, fortalecen la resiliencia de los sistemas alimentarios y salvaguardan los patrimonios alimentarios. Así lo demuestra el nuevo informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y WFP, Más que una comida, que analiza los casos de Guatemala y Perú. La evidencia es clara: cuando hay compromiso institucional, solidez técnica y participación comunitaria, las comidas escolares multiplican su impacto.
En Guatemala, los menús escolares equilibrados pueden reducir el costo de la dieta saludable de niños y niñas hasta un 62%, mientras que en Perú, el ahorro para las familias puede representar hasta un 54% de la alimentación sana de sus hijos.
Sabemos, además, que los alimentos ultra procesados y la comida chatarra no solo perjudican la salud de niñas y niños, sino que encarecen hasta un 20% sus dietas. Este es un dato revelador en un continente en el que se ha disparado el consumo de estos productos, sobre todo entre las familias con menos recursos.
Los programas de alimentación escolar destacan como plataformas altamente efectivas para llegar a los segmentos de población más vulnerables con alimentos fortificadosMercedes Mateo, jefe de la División de Educación del BID, y Lola Castro, directora regional del WFP para América Latina y el Caribe
También la evidencia muestra que la fortificación de las comidas escolares y la suplementación son estrategias eficaces y rentables para abordar la malnutrición. Por ejemplo, en adolescentes que inician la menstruación, los suplementos de hierro y ácido fólico previenen la anemia y las ayudan a mantenerse con energía, mejorar su aprendizaje y concentración.
Los programas de alimentación escolar destacan como plataformas altamente efectivas para llegar a los segmentos de población más vulnerables con alimentos fortificados. Si todos los almuerzos escolares incluyesen arroz fortificado, en países como Perú, se podría reducir en un 26% el coste de una dieta nutritiva.
Hoy, más que nunca, tenemos la oportunidad —y la responsabilidad— de escalar lo que ya sabemos que funciona. Desde BID y WFP, queremos invitar a gobiernos, comunidades y aliados a poner esta agenda en el centro. Porque ningún niño debería tener que aprender con hambre. Y porque una comida puede ser mucho más que eso: puede ser el comienzo de un futuro distinto.
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