Viaje económico a lo desconocido
Trump ha obligado a empresas e inversores de todo el mundo a adaptarse a una realidad que seguirá en vilo en 2026


Si hace 12 meses los economistas creían conocer las incógnitas que planteaba un escenario a grandes rasgos positivo, ahora ni siquiera pueden contar con ello. Buena parte de las incertidumbres que acechaban con la llegada de Donald Trump se han materializado este año, pero ni su impacto ha sido el esperado ni han hecho descarrilar las economías occidentales. Por el camino ha quedado claro que, de momento y contra pronóstico, los aranceles han hecho más daño a Estados Unidos que a Europa. Las economías, al igual que los mercados, han observado el vendaval geopolítico con circunspección: los consumidores —los que pueden— siguen gastando. Y las empresas siguen invirtiendo, aunque con notables diferencias entre sectores, fruto, entre otras cosas, de la situación comercial.
Trump ha hecho de la realidad algo maleable y a empresas e inversores no les ha quedado otra opción que adaptarse a esta realidad deformada. Que lo hayan hecho con éxito en los primeros meses tampoco le da la razón: solo demuestra una resiliencia del sector privado ya demostrada en otros shocks de estos años veinte. Además, a medida que la macroeconomía se convierte en micro, el panorama se oscurece: si en EE UU la letra K dibuja una economía donde unos viven en la euforia —profesiones ligadas a la tecnología u hogares con inversiones en el mercado— y a otros les ahoga el coste de la vida, en España es la vivienda el principal factor de asimetría.
No son estas, en todo caso, las incógnitas subrayadas en los distritos financieros. Las economías de los dos lados del Atlántico viven en un frágil equilibrio, mientras China afronta sus propios retos, tampoco menores a pesar de su pujanza industrial y tecnológica. Tampoco es España el ejemplo de cómo marcha Europa. El país es hoy por hoy el motor de la eurozona y, quizá, la única gran economía que puede funcionar por inercia. La Europa de 2026 dependerá, por el contrario, de cómo se concrete el plan fiscal alemán y en qué medida pueda descongelar su sector industrial; de cómo afecte a la economía real francesa la crisis presupuestaria (y su derivada financiera), y de cómo siente al sector exterior al segundo año de guerra comercial. Con todo, el panorama es mucho mejor que en verano, como demuestra un BCE que ha elevado previsiones, cómodo con los tipos y la inflación en el 2%.
Si Europa transita terreno inexplorado, Estados Unidos no tiene ni mapa. La fiebre bursátil por la inteligencia artificial (IA) ha desatado, además de un efecto riqueza notable, inversiones que se miden en centenares de miles de millones de euros, pero cuyo retorno es incierto. La caldera de Wall Street funciona a toda máquina y tira de un tren donde algunos engranajes renquean. Los aranceles han provocado inflación, aunque menos de lo previsto (las empresas han absorbido parte del efecto). Y el mercado laboral se ha debilitado, pero, como ha insistido Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, el descenso de la oferta de empleo —circunloquio para referirse a la cruzada contra los inmigrantes— ha contenido el paro.
Las bajadas de tipos por parte de una Fed cuya independencia está amenazada —o directamente herida— en la antesala del relevo de Powell convergen sobre dos puntos críticos: el riesgo aún no conjurado de inflación —en año electoral— y el riesgo de burbuja en un sector, el de la inteligencia artificial, capital para el crecimiento. Europa, objetivo de ataques incesantes de Trump, encontrará escaso consuelo si el mercado desnuda las contradicciones de este: la quiebra de Occidente es más política que económica o financiera, y las turbulencias en Wall Street tienden a exacerbar, y no ocultar, los desequilibrios europeos.
El escenario central de los economistas es, no obstante, que ninguno de estos problemas se manifieste. O que lo haga, pero no en toda su crudeza, como ha ocurrido este año. La IA puede impulsar las economías y la productividad, pero también ser la excusa perfecta para los ajustes de empleo. “Si estás conduciendo con niebla, frenas”, dijo Jerome Powell en octubre a propósito a la ausencia de datos macroeconómicos. No parece el signo de los tiempos. La famosa frase de Mark Zuckerberg, aquella de “ve deprisa y rompe cosas”, se ajusta más al mundo actual, por más que viajemos con niebla, mapas anticuados y sin saber muy bien el destino.
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