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El Debate
Tribuna
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El debate | ¿Está agotada la legislatura?

Pedro Sánchez tiene muchos frentes abiertos, pero resiste a la presión para convocar elecciones

Los escándalos de presunta corrupción y acoso sexual en el PSOE, los malos resultados que el partido va cosechando en las últimas convocatorias electorales y la frágil situación de la mayoría parlamentaria que le llevó al poder hace que cada vez más voces se planteen si no habrá llegado la hora de que el presidente del Gobierno disuelva las Cortes y convoque elecciones generales

La politóloga y periodista Estefanía Molina sostiene que se ha llegado al fin de un ciclo. Por su parte, el ensayista Pablo Batalla se plantea qué sentido tiene terminar la legislatura antes de tiempo si lo que viene luego puede ser peor.


Pensemos ya en el día después de Pedro Sánchez

ESTEFANÍA MOLINA

La legislatura está agotada, y la voluntad de Pedro Sánchez de resistir se ha vuelto una especie de apuesta personal. Algunos esperan que el presidente se saque un as de la manga, como líder que se alzó sobre el relato de una tenacidad infinita. Sin embargo, es probable que estemos asistiendo ya a un fin de ciclo. Hoy es más perjudicial para los ideales de la izquierda el precio de continuar en la Moncloa, asumida la pujanza de la ultraderecha y tras el esperado descalabro del PSOE en varias autonomías.

Primero, porque los escándalos y la parálisis política ya están haciendo mella en el electorado progresista. Pareció durante un tiempo que vivíamos en una especie de nueva normalidad, donde las investigaciones judiciales eran parte del paisaje mediático, o bastaba con creer que había una supuesta conspiración ultraderechista para restarle importancia a la situación. Daba la impresión de que todo pasaba poca factura al PSOE porque iba aguantando en las encuestas, pero eso podría cambiar. De un lado, porque tres excolaboradores han estado ya en prisión provisional, y la foto del Peugeot pesa. Del otro, porque el Ejecutivo había suplido hasta ahora la parálisis pronunciándose enérgicamente ante situaciones que mantenían activa a la izquierda, como la guerra en Gaza o la condena al exfiscal general. Sin embargo, en probable que cualquier movilización callejera se desvanezca ante la realidad que atraviesan muchos hogares. La vivienda está desbocada mientras que el Ejecutivo no muestra ya capacidad de transformación real, más allá de parchear la precariedad o atraerse el voto de pensionistas y funcionarios.

Con todo, existe la ilusión de que la legislatura salga del bloqueo cuando el Tribunal de Justicia de la Unión Europea avale la amnistía de Carles Puigdemont. Sin embargo, eso es comprarle a Junts el argumento de que ha roto con el Gobierno por no lograr las cesiones esperadas. El empuje de Aliança Catalana tiene causas profundas, y la base de alcaldes de Junts no quiere aparecer junto al PSOE, de cara a las elecciones municipales. Si imaginar la aprobación de unos presupuestos generales del Estado se antoja ahora como una especie de utopía, todavía más lo será cuando Puigdemont regrese a España, sin esperar ya nada del Gobierno, y compitiendo con un partido netamente de derechas como Aliança.

Asimismo, el PSOE también se está resintiendo. Nadie puede echar a Sánchez porque él mismo laminó los contrapesos internos, pero al hundimiento en Extremadura se le podría añadir el de Aragón, Andalucía o Castilla y León. Creen en Ferraz que distinto será cuando el presidente acuda a los comicios generales, porque es el mayor activo de la izquierda, sumado a los desmanes de un Partido Popular presionado por la ultraderecha. Eso implica asumir que los territorios deben ser sacrificados para salvar la Moncloa, cuando lo que el PSOE necesita hoy es reconfigurarse desde la base, con candidatos diferenciados de la dirección nacional, no enviando a los ministros a competir. El partido corre el riesgo de secarse en la España interior y sur.

A la postre, el mayor argumento para mantener la legislatura siempre fue que la ultraderecha no llegara al poder, pero la paradoja es que Vox sube aún más a cada día que pasa Sánchez en La Moncloa. Es su mayor efecto colateral. Hay una “sed de motosierra”, por la cual muchos ciudadanos empobrecidos creen que el PP será una especie de PSOE azul, y apuestan por el partido de Santiago Abascal esperando que tumbe toda la obra del progresismo. La cuestión es que Sánchez probablemente quiere jugar la carta de ser el voto útil de la izquierda, y ganar las elecciones de 2027 ante un PP laminado por el auge de Vox. Sin embargo, esa estrategia ni siquiera se pregunta por el día después: ¿acaso el PSOE tendría entonces una mayoría suficiente para gobernar? Los socios de investidura se están empezando a abrasar ante los escándalos. Muchas mujeres temen a la ultraderecha, pero el voto femenino se resiente ante los casos de presunto acoso sexual en las filas socialistas. Administrar no es gobernar. ¿El progresismo asume que resistir puede implicar que Alberto Núñez Feijóo gobierne, pero dependiendo aún más de Abascal? El día que Sánchez ya no sea presidente quedará un inmenso vacío en la izquierda y a su alrededor. Preguntarse cuándo empezar a reconstruir ese espacio tal vez sea ya el dilema más realista.


Guatemala y Guatepeor

PABLO BATALLA

Seamos honestos: todos somos maquiavélicos. No existe casi nadie para quien una determinada luz no justifique unas determinadas sombras. Muy pocos son explícitamente darwinistas, crudos partidarios de la crueldad, la corrupción o la incongruencia. Todos admiramos algún acontecimiento histórico del que reconocemos su parte de no-luz. Sus demasías violentas, sus pecados, las indignidades que su paraguas no dejó de atechar. Pero entendemos que hubo un bien mayor que permite perdonarlas.

Nadie, insisto; y tampoco usted, lector, sea de izquierdas o de derechas, ultra de una grada o de la otra o habitante de la “Corea del Centro” con la que bromean en Argentina. Sea cual sea su luz, aquello que considere luminoso: la labor civilizadora que atribuya al Imperio español, la modernización de España que agradezca al felipismo, el balance económico que le ensalce a la dictadura de Pinochet, la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial que usted como yo celebre, el papel histórico de la URSS. Cada uno de esos distintísimos individuos que usted puede ser reconocerá las masacres de los conquistadores, el chapucero horror de los GAL, las torturas de Villa Grimaldi, la intolerable arbitrariedad del bombardeo de Dresde, la Gran Purga y el gulag. Dirá que se cometieron excesos, errores, pero.

El antisanchismo es una entente de colectivos muy diferentes, cada uno de los cuales justifica alguna de las cosas recién listadas, y rechaza otras. Pero cuando reclaman que el actual Gobierno perezca, todos se vuelven de pronto kelsenianos, habermasianos, parlantes del lenguaje de la ética democrática incorruptible; tanto que no importe lo que venga tras el castigo. Lo que vendría es, con toda probabilidad, un Gobierno PP-Vox; y, por tanto, un maletín de vicepresidente para un aliado de Donald Trump y Víktor Orbán, que dice que hay que “desinfectar” el Palacio de Congresos de Plasencia después del funeral de Robe Iniesta y de un mitin de Pedro Sánchez.

La ética es importante. La política también. Manuel Sacristán decía que “política sin ética es politiquería. Ética sin política es narcisismo”. La ética con política es preguntarse siempre si al abandonar Guatemala no caeremos en Guatepeor. Si el Gobierno Sánchez cae, ¿vendrá un futuro más ético? Lo seguro es que no vendrá un Gobierno de Madina o García-Page. El ala felipista del PSOE debería entender que la derecha los quiere, pero nunca los votaría, ni armaría con ellos una Gran Coalición; que los quiere en la medida en que puede instrumentalizarlos, pero no los desprecia menos que al inquilino actual de la Moncloa. La única alternativa real es entregarle el mando del país a gente que no hace falta que sea fascista para temerla: basta con que haya dejado de rentarle el Estado del bienestar. El latigazo que los acosadores del PSOE merecen no puede recibirlo la espalda de las mujeres que verían mermados sus derechos y conquistas —hay precedentes autonómicos— si Vox tomara las riendas. La patada a la corrupción de Koldo, Cerdán y Ábalos no pueden propinárnosla a todos los españoles partidos que detrajeron dinero a la Fundación Miguel Ángel Blanco o la ayuda tras la dana. No sería ético. Serían las antípodas de lo ético.

Gentes de honesta izquierda se preguntan para qué alargar la agonía de un Gobierno sentenciado, pero, suponiendo que lo esté, la pregunta es más bien: ¿por qué acortarla? ¿Tiene algún sentido suicidarse por miedo a morir? Si nos quedan dos años, si las reglas del juego nos dan derecho a ellos, exprimámoslos; dediquémoslos a legislar nuevos derechos y preparar con calma la resistencia futura. Sin perder la esperanza de que, en estos dos años de un siglo volátil, algo ocurra, Trump perpetre algo, los chinos hagan algo, el planeta ruja de algún modo que nos devuelva el momentum, y podamos ganar de nuevo las próximas elecciones. También es un siglo que aprecia la fuerza, la falta de pusilanimidad, y sonríe a los audaces.

Bertolt Brecht decía que llamar a derribar el orden existente parece espantoso, pero lo existente no es ningún orden. Sigue siendo así. Pero hoy también vale esto: llamar a conservar el desorden existente parece absurdo, pero no será orden alguno lo que venga si cae.

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