Extremadura y la Gran Batalla Final
Los comentarios en letra gruesa irán dirigidos a verificar hasta qué punto este recién inaugurado ciclo electoral anuncia también un nuevo comienzo político o no, eso que se ha dado en llamar el “fin del sanchismo”


Agárrense, comienza el nuevo ciclo electoral. Con toda la fanfarria que suele acompañarlos. Como es inevitable en un país tan territorializado como España, estará pegado a la geografía. Hoy es Extremadura, pero iremos recitando la retahíla de regiones casi en un mismo hálito: Aragón, Castilla y León, Andalucía. Para la oposición se trata de una peculiar versión de la Vuelta, donde el objetivo último es, desde luego, Madrid. Previo paso por la gran etapa de las municipales y autonómicas de régimen general de mayo del 27. (Si es que no hay elecciones generales antes). O, si se prefiere este otro símil, la ruta de una cruzada de la derecha española, que debería ir ganando piezas en el tablero político nacional hasta conseguir el jaque mate al rey Sánchez. Los comentarios en letra gruesa irán dirigidos a verificar hasta qué punto este recién inaugurado ciclo electoral anuncia también un nuevo comienzo político o no, eso que se ha dado en llamar el “fin del sanchismo”; los relativos a los problemas específicos de cada región habrá que leerlos en letra pequeña, desaparecerán detrás de los titulares reservados a la Gran Batalla Final.
Con todo, lo mejor de que esta carrera comience precisamente en Extremadura es que hasta las pasadas elecciones era un feudo socialista inexpugnable. Si lo que se trata de medir es la capacidad de resistencia de este PSOE en horas bajas por los escándalos, su resultado a estos efectos será muy ilustrativo. Siempre y cuando sepamos ponderar algo que no suele obtener la atención que merece en los análisis de línea gruesa y “partido-céntricos”. Miguel Ángel Gallardo, el candidato socialista, seguramente no era el más adecuado, y tiene que vérselas además con una carismática contrincante en la izquierda, Irene de Miguel, que demuestra que el liderazgo importa, y está llamada a labores más altas en su partido/movimiento.
En lo que hace al lado de la derecha, la situación no es menos apasionante, ya que va a ser la primera prueba de fuego del subidón que las encuestas vienen dando a Vox a nivel nacional. Pero, sobre todo, medirá la propia fortaleza del PP, que sigue mostrando una chocante incapacidad para rematar las campañas. Por eso mismo, todo apunta a que su objetivo de alcanzar la mayoría absoluta volverá a escapársele de las manos a María Guardiola, quedando sin cerrar la gobernabilidad de esta región. Si Vox supera su umbral de votos, no creo que se limite a una abstención en la moción de investidura. El gran experimento puede ser, por tanto, una segunda vuelta y ver cuál es el resultado que entonces alcanzaría la ultraderecha. Si en ese caso no se ve erosionado en votos, Feijóo puede echarse a temblar y los socialistas recibirán una alegría a pesar de la debacle potencial de su partido.
Habrá que esperar al escrutinio, pero en todo caso no es más que un alto en el largo camino que nos espera hasta las generales. Unos querrán verse confirmados por cada pieza tomada, aunque no conseguirán deshacerse de su eterna impaciencia para llegar a Moncloa; otros seguirán porfiando en la mística de la resistencia. Lo malo es que solo descansaremos de esta política de histeria electoral hasta que el presidente Sánchez decida apretar el botón nuclear o espere a la consumación de la legislatura. Mientras Europa se está jugando su futuro y el mundo sigue con su aterradora dinámica, nuestra capacidad para atender estos y otros problemas se verá mermada por este largo paseo por la geografía electoral nacional. Es lo que tienen los rituales de la democracia, que todo lo acaparan con la excitación del desenlace; pero la política que importa de verdad es la que se mide por los resultados que cuentan de verdad, su capacidad para resolver problemas.
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