Todo se va a descoser
Se inclinó hacia mí y contó la historia perfecta, la respuesta que sólo podía dar él, Jorge Ilegal, y que además de resumir de un plumazo su vida resumía, también, el mundo al que él aspiraba


Lo entrevisté en la plaza Santa Ana de Madrid. Hubo un momento en el que evocó, sin ser él nada de eso, a Leopoldo María Panero (“a mí me han echado de todos los sitios, hasta de un piso franco”), cuando contó que a él lo echaban de todas partes, también de los clubes de coleccionistas. Y entonces su larga y quijotesca figura de hombre en vigilante mansedumbre (había pedido té, no sin antes recordar las que había liado en aquel garito décadas antes) se inclinó hacia mí y contó la historia perfecta de la entrevista, la respuesta que sólo podía dar él, Jorge Ilegal, y que además de resumir de un plumazo su vida resumía, también, el mundo al que él aspiraba. Tiempo atrás se había hecho con una caja de soldaditos de plomo de finales de los años 20. Venían cosidos perfectamente a la caja. Jorge estaba en una coctelería con otros coleccionistas. “Me tomé una copa mientras escuchaba a uno diciéndome que jamás había que descoserlos. Me cago en la hostia. Los descosí todos, los puse en formación perfecta, los moví de aquí para allá; los coleccionistas se echaban las manos a la cabeza. ¿Pero qué te crees que va a pasar con el mundo? Todo se va a descoser. ¿A que los tiro por el váter?”. Contra los sacramentos venerados, contra los límites, contra la ley y el orden, sobre todo contra el orden, y también contra el bienquedismo (esos bienquedas que de tanto obedecer terminan acatando órdenes de no saben quién, sólo porque las obedecen otros), Jorge Martínez siempre dispuso sus armas, que podían ser desde un stick de hockey a un soldadito de plomo pulcramente cosido a su caja. Le pregunté por la muerte (“Cuido mi vida. La vida acaba mal. La vida mata”) y también cuántas veces había estado enamorado: “Prefiero no hablar de esos temas. Ni tocarlos, porque estallan”. Luego, sin su vida personal ya en la pregunta, dejó una contestación sublime: “El amor no es para todo el mundo”. Todo se va a descoser, sí, pero qué gusto cuando lo descosía él.
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