Por qué la paz en Ucrania sigue estando muy lejos
Trump desea acabar con la guerra ahora mismo y a cualquier precio, pero ni Putin quiere ni Zelenski puede

Casi cuatro años después de que Rusia invadiera Ucrania, los esfuerzos para poner fin a la guerra se intensifican. En las últimas semanas, se han presentado no una sino dos propuestas de paz. Hay reuniones de altos cargos casi a diario. Los enviados de Estados Unidos viajan sin cesar entre Kiev y Moscú. Se aplauden públicamente los intentos del presidente Donald Trump de acabar con el derramamiento de sangre y, mientras tanto, todos se apresuran a definir las condiciones.
Sin embargo, a pesar del frenesí diplomático, las posibilidades de que haya un alto el fuego siguen siendo escasas. No lo habrá en las próximas semanas ni probablemente en los próximos meses. La razón está clara: Rusia y Ucrania siguen teniendo objetivos fundamentalmente incompatibles y ninguna de las dos partes ha encontrado todavía motivos suficientes para hacer concesiones. La obsesión de Trump por conseguir un acuerdo como sea, sin tener en cuenta los detalles, no cambia esa situación.
El presidente estadounidense quiere poner fin a esta guerra como sea, sin que le importen las consecuencias para Ucrania o Europa. Es una prioridad para él desde que comenzó su segundo mandato y le molesta no haberlo conseguido aún. Y, cuando alguien quiere que se llegue a un acuerdo al menor coste posible y no le importan especialmente las condiciones ni las consecuencias (ni a corto ni a largo plazo), el camino más fácil es presionar a la parte más débil.
La parte más débil, por supuesto, es Ucrania. No solo porque su economía, su población y su ejército son más pequeños que los de Rusia, sino también porque Kiev está hoy en medio de un escándalo de corrupción que acaba de costarle el puesto al jefe de gabinete del presidente Volodímir Zelenski, Andrii Yermak. Trump y parte de su equipo saben que Zelenski se encuentra en una situación interna difícil y están convencidos de, si aumentan la presión sobre él, conseguirán más cosas de lo habitual.
Lo que por lo visto no entienden es que la debilidad de Zelenski no va a facilitar que haga concesiones, sino todo lo contrario. Es verdad que, según muestran las últimas encuestas, a estas alturas, solo la cuarta parte de los ucranios quiere seguir luchando hasta la victoria total, un drástico cambio de opinión con respecto a los primeros años de la guerra. Pero esas mismas encuestas muestran que los ucranios, en su mayoría, siguen queriendo que la guerra termine en los términos que desea Ucrania, no los de Rusia. Incluso aunque Zelenski estuviera dispuesto, ahora, con una situación política más vulnerable, está menos capacitado para aceptar un acuerdo que se parece mucho a una capitulación, cuando su propio pueblo y su ejército están abrumadoramente en contra.
Y Rusia, consciente de que está en una posición más fuerte, no está proponiendo ninguna condición que Ucrania pueda aceptar. En realidad, el presidente Vladímir Putin no está intentando poner fin a la guerra en absoluto, porque cree que Rusia puede lograr mejores resultados en el campo de batalla que en la mesa de negociaciones. Muy poco a poco, las fuerzas rusas están avanzando en Donbás. Los costes son enormes —decenas de miles de víctimas, asfixia económica, aislamiento internacional—, pero Putin ha demostrado que está dispuesto a soportarlos y tiene la convicción de que el tiempo juega a favor de Rusia.
Lo que está haciendo Putin al presentar unas exigencias maximalistas que sabe a la perfección que Kiev no puede aceptar —el reconocimiento legal de que los territorios anexionados pertenecen a Rusia, la neutralidad de Ucrania sin unas garantías de seguridad sustanciales y, en la práctica, restricciones a la soberanía del país— es aprovechar la impaciencia de Trump por llegar a un acuerdo. Su objetivo no es negociar de buena fe, sino simular espíritu constructivo ante Trump y varios dirigentes europeos simpatizantes como el húngaro Viktor Orbán y el eslovaco Robert Fico, con la esperanza de que Washington eche la culpa del fracaso diplomático a Ucrania. Putin considera que, si le sale la jugada, esto le proporcionaría dos cosas: más impunidad para seguir atacando a Ucrania sin preocuparse por la reacción de Estados Unidos y más divisiones y debilidad en el seno de la OTAN.
Ahora bien, la estrategia de Putin de mostrarse constructivo mientras rechaza un verdadero acuerdo tiene sus límites. Trump ya ha demostrado que también puede volverse contra Rusia. A principios de este año, su frustración con la intransigencia del presidente ruso le hizo autorizar a Ucrania a lanzar ataques de largo alcance, aprobar sanciones contra Rosneft y Lukoil y presionar a India para que redujera sus compras de petróleo. Mientras tanto, Ucrania, Europa y el secretario de Estado estadounidense Marco Rubio han conseguido que Washington no restrinja el intercambio de información con Kiev ni impida los ataques de Ucrania contra las infraestructuras petroleras rusas.
Y lo más importante de todo es que Estados Unidos ya no dispone de todas las bazas. Washington vende armas y sus servicios de inteligencia suministran información, pero los que están financiando íntegramente el esfuerzo bélico de Ucrania hoy son los países europeos y eso les otorga más poder de decisión. Tanto si convencen a Bélgica para que confisque los activos congelados de Rusia como si al final tienen que emitir más deuda común, los líderes europeos han dejado claro que no van a permitir que Ucrania pierda la guerra por falta de dinero.
Así que la guerra seguirá adelante durante otra ronda de negociaciones fallidas, otro invierno y seguramente otra primavera. Las fuerzas rusas seguirán intentando conquistar más terreno. Ucrania seguirá defendiéndose y atacando las infraestructuras rusas. Los costes humanos y económicos aumentarán. Es probable que la posición de Ucrania empeore y que Rusia pague un precio inmenso en sangre y dinero a cambio de unos beneficios limitados. No habrá suficiente voluntad de compromiso a corto plazo.
Ojalá no fuera esta la perspectiva. Pero, cuando los objetivos fundamentales de las dos partes son totalmente incompatibles, no hay presión externa ni diplomacia capaces de salvar las diferencias. Acabará llegando la paz, pero cuando la situación del campo de batalla y las circunstancias materiales lo impongan. No será gracias a la actual ofensiva diplomática, por mucho que Trump lo quiera.
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